El ultraje a los migrantes en las fronteras mexicanas, los repetidos naufragios en el Mediterráneo que cobran miles de vidas al año (más de 30 mil a la fecha desde el 2000) de personas de África, de países árabes a bordo de frágiles “barcos”. Aun así, se atreven iniciar una travesía casi imposible a un destino incierto, les significa la esperanza negada por gobiernos canallas que los margina a la pobreza, insalubridad e inseguridad. La caída de los cruces marítimos de migrantes, por la pandemia COVID19, se reactivan y la AGNUR (agencia de la ONU para refugiados) alerta que las travesías son más riesgosas y mortíferas. Como lo son los cruces en las fronteras de México.
Hay testimonios en Lampedusa, Italia, en Malta, en Lesbos, Gracia, en Ceuta y Melilla, España y otros lugares. El reciente naufragio en Crotona, Italia coincide con la reunión del G20 en la India, trajo a mí “Il movimento dei disobbedienti” contra la globalización en Génova, Italia por la reunión del G8. Hace 22 años de los problemas telón de fondo en aquella reunión; era la migración. Igual que ahora, no estaba en la agenda de los poderosos. En Génova, los jóvenes italianos y de varios países cuestionaron al orden mundial, determinado por la financiarización de la economía de casino. Demandaron cancelar la deuda externa de los países, la protección de migrantes e inauguran nueva de implicación política, un activismo transfronterizo para captar la narrativa en los medios.
Hubo una gran manifestación y, yo parado sobre el medio de la calle Antonio Gramsci por mis costados fluyó una ruidosa multitud (300 mil) contra la reunión del G8, inaugurado en el Palazzo Ducale sitiado por altas vallas y fuerzas de seguridad que Silvio Berlusconi, Il Cavaliere convirtió en “zona rossa”. El ruido de los gritos y tambores improvisados respondían a consignas “No al Silencio” al maltrato de migrantes. Desfilan leyendas; “El miedo no hace ley”, “Los que hemos elegido no tienen poder. Y los que lo tienen, no los hemos elegido”, “Nosotros somos la historia”, “Él Mundo no es de Vosotros”, “G8 Assassini”, “8 contra 6.000 millones” y otras.
A seiscientos metros de mi punto empezó la represión. En Piazza Alimonda los Carabinieri masacran al joven Carlo Giuliani (se le recuerda anualmente). La vejación siguió en el Stadio Carlini, en la Scuola Armando Díaz donde se albergaban los jóvenes no genoveses. Por las entreveradas y angostas calles de la ciudad se produjo una razzia. Los señores Neves que me alojaron en Via Balbi me pidieron no salir. Jóvenes desarmados, pacíficos, aterrados pasaban gritando “Ayuda” en tres o cuatro idiomas. Ni los más radicales movimientos sociales italianos, como la autonomia operaia (autonomía obrera) habían sido reprimidos con tal saña.
La ciudad fue declarada "Stato del sito" (estado de sitio que no se daba en Italia desde el fascismo). En la madrugada, con la ciudad en silencio, pasaban personas en coches cantando “La Giovinezza”, himno fascista de B. Mussolini. Por la radio la prensa culpó a los anarquistas alemanes “Black Block”, a los anarquistas extranjeros e italianos “Tute Bianco”. Pero las terribles imágenes de la Escuela Díaz, los testimonios de los torturados en comisaría de Bolzaneto demolieron las versiones de “Il corriere della sera” y de otros medios. Amnistía Internacional reprobó la “mayor suspensión de derechos democráticos en un país occidental desde la Segunda Guerra Mundial”.
Los jóvenes demandaban la posibilidad de otro mundo, en respuesta a las ideas de R. Reagan y M. Thatcher y sus seguidores, como Berlusconi de la no alternativa al capitalismo. De manera que la reunión del G8 terminó frente al puerto, en el buque de guerra de la marina de Estados Unidos donde se alojaba G. W. Bush (padre). Sería la última contracumbre realizada simultáneamente con la de la mundialización que llevan a cabo los lideres de los países más ricos. Estos terminarían confinados con todo su poder en la inaccesible gélida Davos, Suiza. Pero ya sin Rusia, serán el G7.
Algunos jóvenes de aquella gran manifestación llegaron a destacar en sus países; los expresidentes Alexis Tsipras, Grecia, Romano Prodi, Matteo Renzi, Italia. Walter Veltroni dirigente de centroizquierda italiana, Nicola Fratoianni, secretario general de la Sinistra italiana, Pablo Iglesias de España, entre otros. Luca Casarini (tuta bianco) líder dei disobbedienti sigue luchando por los derechos de los migrantes. En su barco, junto con otros del Mediterranea Saving Humans rescatan anualmente a cientos para evitar que sean capturados, mueran ahogados y/o desaparecidos en el Mare Nostrum mitológico superando su capacidad porque se encuentran decenas de pequeños botes indetectables al radar que los traficantes de migrantes (polleros en México) les mal venden. Los seres migratorios mejor dotados biológicamente, seguirán moviéndose por aire, mar y tierra. Las manifestaciones il movimento disobbedienti dei tute bianche se inician en Italia desde 1994 ocupando, desalojando los centros sociales de detención de migrantes en varias ciudades italianas por el “delito” de no tener su documentación en regla. Mostraron que los internos detenidos arbitrariamente vivían en insalubridad, por ello algunos se clausuraron y/o reformaron. Los tute bianche (monos blancos) tute sustantivo plural en italiano para monos o uniformes de pies a cabeza como los que usan los médicos, los bomberos y otros. Su vestido responde al calificativo que el alcalde de Milán dio a los migrantes son “fantasmas vagando por la ciudad”. El blanco, color del fantasma que no tiene ninguna intención de ser invisible.
Este colectivo interpreta la desobediencia civil dentro de los marcos teóricos de John Rawls, Jurgen Habermas, Ronald Dworkin, Hannah Arendt, Philip Pettit, Ernesto Laclau como una acción directa y colectiva de la ciudadanía en lugares donde hay sujetos en conflicto, explotados, invisibilizados (inmigrantes, precarios, refugiados, excluidos, indígenas, etc.) para defender sus derechos. Para visibilizarlos con la desobediencia civil, apelando a la discrecionalidad del régimen constitucionalista para cambiar leyes injustas. Habermas, sitúa a la desobediencia civil como expresión de madurez democrática. Por ello los desobedientes no deben ser tratados como delincuentes. Dworkin y Laclau, lo ven como instrumento válido de cambio constitucional democrático.
Los tute bianche (monos blancos) adoptaron la práctica zapatista de cubrirse el rostro (estuvieron en Chiapas, México, defendiendo los recursos de sus pueblos y, durante la marcha zapatista a ciudad de México, el EZLN les encomendó labores de seguridad) renunciando al liderazgo visible, para ser inmateriales como millones de seres disueltos en la multitud. Demandan revisar el estatus jurídico de “ciudadano” en los países. Reclaman la gratuidad en los servicios públicos de transporte, educación, salud, cultura y, otros. Un ingreso mínimo universal digno. Tal vez los Monos Blancos no tengan hoy influencia, pero sus prácticas se replican en Mouvement des gilets jaunes (movimiento de los chalecos amarillos) en Francia, y otros países. De manera que la desobediencia civil como instrumento de lucha se usa en todo el mundo occidental, en el oriental, en el norte y en el sur, en el mundo árabe con su primavera y las recientes manifestaciones en esa región.
Tenían razón aquellos jóvenes, algunos hoy intelectuales y políticos destacados; la globalización de los mercados y del dinero ha producido millones de parias, a varios gobiernos viles que desperdician miles de vidas, a diestra y siniestra, que la pandemia COVID19 les quitó la máscara. El movimiento en Génova fijo la necesidad de convergencias regionales, continentales, hemisféricas y globales para rebatir las causas de los problemas económico y migratorio de entonces, ahora se les suman las preocupaciones climáticas, las epidémicas y las violencias de todo tipo. Los jóvenes de este tiempo tienen en sus manos la tecnología para hacer converger desobediencias, demandas, denuncias, movilizaciones contra problemas comunes, como lo hacen las feministas y los ecologistas.