Es ver una imagen de violencia y el cuerpo se cierra. Mi primer impulso es subir las manos y ponerlas sobre mis ojos para tapar con el instinto más primario de protección cualquier estímulo visual que pueda entrar en mi sistema.
El pecho se contrae, los ojos se cierran. Intento huir tan lejos como puedo de la violencia que me ataca por la retina.
Somos muchos a los que nos afecta la violencia visual, auditiva o simplemente verbal. El bombardeo de información constante en un conflicto bélico que desencadena un sinfín de imágenes cruentas y discursos que ponen en alerta a cualquiera.
El miedo se apodera de nosotros. El cortisol campa libre por nuestro sistema y buscamos a los buenos y los malos de la película en cuestión de segundos. Saber en qué bando estamos es importante para un falso sentimiento de seguridad.
Mi mente no logra entender como en el siglo XXI la diplomacia y la empatía táctica son recursos prescindibles para la política nacional e internacional.
Se oye en la calle, en las oficinas y en las mesas de los restaurantes opiniones de discurso único o mayoritario. Pero sobre todo han surgido de la nada expertos en geopolítica de a pie que con la información de dos telediarios creen conocer conflictos que tienen una historia que se remonta a 30 años atrás.
En el momento en el que la palabra deja de estar encima de la mesa, y el diálogo es a base de armas y discursos amenazantes y taxativos, la empatía se ha escapado por el lugar más obvio: querer tener razón.
Querer tener razón es muy humano y nos aleja de la Comunicación No Violenta (CNV) que es el eje vertebrador de la negociación y la diplomacia.
Querer tener la razón es típico y tópico. El discurso de imponer nuestra opinión lo encontramos en el salón de casa en las discusiones más mundanas y en las mesas de los despachos de la más alta política: Yo tengo razón y tú no. Pagarás las consecuencias de tus actos y serás castigado por ello.
Para tener razón hay que ridiculizar al oponente. Ya no hablamos de diferencias de necesidades o sentimientos, hablamos de bandos enfrentados. De estar en el lado correcto, el lado de una verdad que se cree universal.
La empatía nos enseña que no hay verdades universales fuera de hechos objetivos y estos se confunden en una línea muy fina de interpretaciones, valoraciones y sesgo que viene dada por las experiencias, intereses económicos y políticos de aquel que narra la historia.
Inevitablemente para que una sola perspectiva pueda imponerse hay que cerrar los caminos para que cualquier otra perspectiva pueda colarse en las mentes de la población. Y si puede ser censurada mejor que mejor.
Prohibir escuchar otra perspectiva a una misma situación está fuera de los confines de la empatía. La censura es propia del control de la información, del poder de la narrativa. Un atentado a la libertad de prensa y de expresión disfrazado de protección al ciudadano susceptible de ser desinformado.
La empatía táctica sí que se está utilizando de forma evidente para movilizar a la población en pro de la ayuda humanitaria generando un sentimiento de solidaridad hacia el sufrimiento ajeno. Colectas de alimentos, ayuda a la población vulnerable, alentando un sentimiento de tristeza colectiva, miedo y angustia por una situación que vemos cerca de nuestras fronteras.
En esta vorágine de solidaridad nuestros políticos van tapando por otro lado las estrategías fuera de las reglas básicas de empatía que se están llevando acabo.
Buscan anular la pluralidad de perspectivas, se alejan de la comunicación no violenta con amenazas y sanciones, ausencia de diálogo, armas para combatir al oponente y ausencia de una vía diplomática. Preparando así a las mentes para consecuencias económicas y políticas de gran abasto en pro de la libertad de un pueblo por el sacrificio de la solidaridad.
Se utiliza la empatía para movilizar a la población a focalizar la mirada a un rincón de solidaridad mientras se encargan de sepultar la empatía en el resto de ámbitos de un conflicto.
Una estrategia de empatía táctica de manual para desviar la atención a los malos de la película, convertirnos en los buenos y distraernos de aquello que está realmente sucediendo y que nadie parece prestar atención.
La guerra de la comunicación violenta es una alerta para darnos cuenta que hay más debajo de la superficie. Con ausencia de empatía inevitablemente la violencia sale vencedora.