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La historia vista con los ojos campesinos

15 de Febrero de 2024
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En los últimos meses se repiten las protestas en el campo español. ¿Qué es lo que sucede? Los agricultores se quejan de que los precios de sus productos son tan bajos que ni siquiera cubren gastos. Dependen, por ello, de las ayudas europeas. Denuncian también la competencia de productos extranjeros que han de cumplir con menos requisitos que los suyos.

La historia de las protestas agrarias posee un muy largo recorrido. Ha servido para construir mitos como el de Robin Hood, el bandido legendario que robaba a los ricos y daba a los pobres, o para que los poetas escriban versos emocionantes. Como los de Miguel Hernández en “Campesino de España”, donde animaba a los agricultores a resistir la intromisión de italianos y alemanes en la guerra civil.

En la Edad Media, una palabra francesa, jacquerie, pasó a utilizarse como sinónimo de levantamiento campesino. El término derivaba de Jacques, nombre despectivo con el que los nobles se referían a los siervos. En 1358, un fuerte movimiento de protesta expresó el cansancio del mundo rural ante la miseria económica y los estragos de la Guerra de los Cien años, un conflicto contra Inglaterra que en esos momentos no iba demasiado bien. Esa fue la Jacquerie por excelencia, la Grande Jacquerie. Después, en los siglos siguientes, se producirían en el país muchas otras, de menor repercusión.

En Inglaterra, la contienda con Francia también creó el caldo de cultivo para las protestas populares. En 1381 estalló la que desde entonces sigue siendo la sublevación más generalizada en la historia del país. La gente reaccionaba contra una fiscalidad excesiva, bajo el liderazgo de hombres como Wat Tyler, John Ball y Jack Straw. Todos ellos se convirtieron en figuras tan célebres que todavía en la actualidad forman parte de la cultura popular. Ball, sacerdote, cuestionó el orden social en uno de sus sermones: “Cuándo Adán cavaba y Eva hilaba, ¿quién era entonces el caballero?”.

Los rebeldes asaltaron la Torre de Londres. La Corona realizó concesiones pero se volvió atrás en cuanto logró sofocar el levantamiento.

Este tipo de insurrecciones favoreció, entre los estamentos más acomodados, la difusión de un estereotipo del campesino como ser sumido en el salvajismo más abyecto. Tanto era así que una oración medieval pedía protección a Dios contra la violencia de la gente rural: “De furorem rusticorum libera nos Domine” (“De la furia de los campesinos líbranos Señor”).

En la Corona de Aragón, la insatisfacción agraria condujo a las guerras de los remensas. A estos campesinos se les denominaba así porque debían satisfacer un impuesto, la remensa, si deseaba abandonar la tierra que cultivaban. Este era uno de los “malos usos” de los señores feudales, una lista de abusos con prácticas como la “eixorquia”, por la que el aristócrata se quedaba con un tercio de la herencia del agricultor si este moría sin descendencia. Cansados de todo esto, los payeses hicieron saber al rey Juan I, en 1388, que el tiempo de la servidumbre ya había pasado. La Corona tendió a protegerlos porque así disponía de un contrapeso que oponer al poder de la nobleza. Mientras tanto, una facción aristocrática se alió con la Generalitat y el Consejo de Ciento, la institución que gobernaba Barcelona. La ciudad condal era parte interesada en el asunto al ser la propietaria de tierras en Montcada, Sabadell y Terrasa que eran trabajadas por remensas.

Esta conflictividad desembocó en una guerra civil entre 1462 y 1472, en la que hay que distinguir dos enfrentamientos distintos. El primero, el de la monarquía contra la Generalitat. El segundo, el de los campesinos contra los señores feudales. Aunque venció el Rey, su política no favoreció a los remensas porque también debía contentar al sector de la aristocracia que le había apoyado. No tardó en estallar una nueva contienda y, en esta ocasión, fue Fernando el Católico quien se llevó la victoria. El monarca, pese a su triunfo, se mostró conciliador. En la Sentencia Arbitral de Guadalupe accedió a que los remensas se libraran de los “malos usos” previo pago de una compensación económica a los señores.

En la Alemania del siglo XVI, los cambios religiosos impulsados por la reforma luterana coincidieron con amplias turbulencias sociales. En 1524, una gran revuelta campesina colocó a los señores feudales contra las cuerdas. Los rebeldes justificaron sus reivindicaciones con argumentos religiosos: “Las Escrituras demuestran que somos libres y queremos ser libres”, proclamaba una de sus demandas.

Los campesinos catalanes volvieron a sublevarse en 1640, en la llamada “revuelta de los segadores” (revolta del segadors). Protestaban contra los abusos de las tropas castellanas, presentes en el Principado para luchar contra los franceses. Pero, como señaló el historiador John H.Elliott, el problema tenía un alcance mucho mayor. La presencia de soldados foráneos sirvió para que estallara una montaña de rencores sociales acumulados durante décadas. La ciudad estaba contra el campo y, dentro de este último, los campesinos sin tierra odiaban a los que disfrutaban de una posición acomodada. El alzamiento social de los pobres contra los ricos no debe confundirse con la otra revolución que se produjo de forma simultánea, la dirigida a combatir el centralismo castellano.

Vayamos ahora al siglo XVIII, en el que la Ilustración, enemiga de todo tipo de prejuicios, no fue capaz de eliminar los que afectaban a los campesinos. Éstos, según Voltaire, eran “peores que los cafres que llamamos salvajes”.

Poco después del estallido de la Revolución francesa, entre el 20 de julio y el 6 de agosto de 1789, encontramos las protestas campesinas del llamado Gran Miedo (Grande Peur). En aquellos momentos de incertidumbre empezaron a circular rumores sobre grupos saqueadores que actuaban en las aldeas. Muchos creyeron entonces que la nobleza pagaba a los delincuentes para que destruir las cosechas. Se formaron, por ello, milicias de autodefensa entre los agricultores. Cuando estos se dieron cuenta de que los bandidos que buscaban no existían en realidad, se abrió paso una nueva teoría: la aristocracia había difundido intencionadamente los rumores para perjudicar al Tercer Estado.

¿Mucho ruido y pocas nueces? De ninguna manera. La movilización campesina resultó determinante para que la Asamblea Constituyente, el 4 de agosto de 1789, suprimiera el feudalismo y estableciera la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.

En el siglo XIX, Karl Marx desconfío de los campesinos porque creía que no eran capaces de defender sus intereses de clase. Por eso los menospreció y los llamó “idiotas rurales”. En cierta ocasión, hasta llegó a compararlos con patatas dentro de un saco. ¿Dónde estaba el problema? Para pensador renano, los campesinos representaban el atraso en un mundo que se modernizaba con rapidez.

Otros revolucionarios se mostraron más sensibles a las demandas campesinas. En México, Emiliano Zapata, luchó contra el latifundismo por el acceso a la tierra de las comunidades indígenas. Mientras tanto, en la Rusia zarista, los agricultores constituían la inmensa mayoría del país. Según la ortodoxia marxista, en una nación de esas características jamás se produciría la revolución. Primero había que hacer la revolución burguesa. Se multiplicaría así el proletariado, la clase que destruiría el capitalismo cuando las circunstancias estuvieran lo bastante maduras. Se suponía que en el imperio zarista no lo estaban, pero fue allí donde estalló en 1917 una revolución triunfante. Algo similar sucedería, más tarde, en China, otro país agrario, bajo la dirección de Mao, convencido desde el principio de que un cambio radical de la sociedad nunca sería posible sin la contribución de los campesinos pobres.

Los trabajadores de la tierra también adquirieron un notable protagonismo en la España de la Restauración y la Segunda República. El problema agrario era uno de los más acuciantes en un país atrasado, donde se acumulaban muchos jornaleros sin tierra en las zonas del Sur, como Andalucía y Extremadura. Obligados a aceptar condiciones de trabajo espantosas, malvivían sometidos a la voluntad de los caciques. Esta explotación fue el caldo de cultivo para sucesivos proyectos de reforma agraria. Durante el denominado “Trienio Bolchevique”, agitaciones en el campo andaluz que se prolongaron entre 1918 y 1920, los campesinos comenzaron protestando contra la inflación y acabaron aproximándose a posiciones revolucionarias. Se habló entonces de la reforma agraria sin que ningún proyecto para materializarla llegara a concretarse. La tierra continuó sin ser para el que la trabajaba.

Durante la Segunda República se intentó poner en práctica la redistribución de fincas, pero la falta de fondos hizo que esta operación se desarrollara con una extrema lentitud. Este fracaso provocó, entre los campesinos, un poderoso sentimiento de frustración. Muchos pensaron entonces en tomar por la fuerza las propiedades a las que no podían acceder por vía legal. En Extremadura, los yunteros protagonizaron el 25 de marzo de 1936 una ocupación masiva. Su éxito desató entre las clases acomodadas un sentimiento de pánico. ¿Iba a desencadenarse la Revolución? El gobierno, en manos del izquierdista Frente Popular, no estaba dispuesto a permitir actos al margen de la ley.

Más recientemente, las movilizaciones agrarias han adoptado otras formas. En Cuba, la aportación de los campesinos de Sierra Maestra resultó indispensable para la victoria de la revolución contra la dictadura de Batista en 1959. Eso era cierto, pero los dirigentes castristas sacaron una conclusión equivocada al minusvalorar la contribución de las ciudades. Eso hizo que el Che Guevara creyera posible hacer una nueva revolución en Bolivia, sin tener en cuenta que los campesinos del país, donde se había efectuado una reforma agraria unos años antes, no estaban interesados en su propuesta.

En los noventa, el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) recogió el legado de Zapata y lo adoptó a las nuevas circunstancias. Su insurrección en Chiapas, bajo el liderazgo del enigmático Subcomandante Marcos, inauguró una nueva forma de guerrilla. Esta vez lo importante no eran las armas, como en los tiempos del Che Guevara, sino el uso hábil de los medios de comunicación. Famoso por su capacidad literaria, Marcos se convirtió gracias a sus mensajes en una estrella. Mientras tanto, a izquierdistas de todo el mundo acudían a Chiapas entusiasmados con su rebelión anticapitalista. Los neozapatistas reclamaban la autonomía política de los campesinos indígenas y su derecho a controlar los recursos naturales.

La historia de las protestas campesinas es, en resumen, muy compleja. Demasiado a menudo, la gente de ciudad ha desconocido la realidad rural y sus problemas, de forma que han aparecido estereotipos denigrantes sobre los denominados “rústicos” como hombres simples e incultos. En ocasiones, también se ha dado por supuesto que la gente del campo, por su mentalidad conservadora, no podía sino tener un papel pasivo en los momentos de cambio social. Sin embargo, la investigación seria del pasado hace que saltan por los aires todos los tópicos más o menos fáciles.

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