Sostenemos la bandera de la libertad con osadía y rabia, blandiendo todo ego de heroicidad, pero ¿y dónde nos posicionamos después de enrollar y guardar la bandera?La exigencia de que se cumpla nuestro derecho a la libertad, nuestro derecho a decidir o a no decidir, en ocasiones está en discordia con nuestra benevolencia o aceptación con la libertad de otros, porque sencillamente no está englobado dentro nuestro ideario, de nuestra perspectiva personal para entender y observar.La libertad exigida no debe ser carcelera de la libertad de otros. La aceptación de la libertad del otro no debe arrebatar nuestra propia libertad. No debemos ser carceleros de libertades de otros, pero tampoco, presos de dichas libertades.Nuestra libertad debe ser el valor que valida la libertad del otro. Y la valida no solo desde nuestra propia decisión, también, y muy importante, que la aceptación de la libertad del otro no condena la nuestra.La libertad es una bandera que siempre enarbolamos, y lo hacemos en cualquier situación, pero ese ejercicio de reclamar el derecho a la libertad propone como todos los derechos, un deber responsable: No atrapar la libertad del otro con nuestra libertad, y empero, e igual de importante, siendo como somos protagonistas de nuestras propias vidas y nuestros propios actos, no quedar desahuciado de nuestra libertad al aceptar la libertad del otro.Y, entonces, ¿cómo posicionarnos? ¿Cómo sostener en el tiempo un equilibrio tan fácil de diagnosticar teóricamente pero tan difícil de practicar de manera constante? Probablemente, no exista una solución ni una línea que maneje a cualquier individuo como si todo se tratara de un manual para construir una edificación, o como un libreto de navegación que dirija la embarcación hasta puerto seguro; probablemente, cada libertad debe aprender a vivir con otras libertades, crecer y maridar. Dar un paso atrás cuando la propia libertad aprese a otra libertad, y dar un paso adelante cuando otra libertad intente apresar la nuestra.
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