Rondaban las cinco de la tarde. El sol del mes de julio apretaba de lo lindo. Evaristo, sentado en su mecedora, se balanceaba despacio mientras la modorra le estaba llevando, poco a poco, a los abismos de Morfeo. La fresca que producía un silencioso ventilador moderno ayudaba a la modorra. Fuera, a lo lejos, los grillos cantaban en un extenso coro la canción del tórrido verano. La ventana abierta renovaba el aire que recogía el silencioso aparato sin aspas y hacía llegar el ruidoso silencio de la hora de la siesta.
Acababa de quedarse dormido cuando un jaleo de críos le despertó. Se asomó a la ventana. Cuatro chavales de entre ocho y diez años, producían algarabía con sus juegos. Con un tirabeque montado sobre una horquilla de roble y dos gomas de neumático, jugaban al tiro al blanco poniendo botes de conserva vacíos sobre la repisa que formaba un refuerzo de hormigón de la vivienda dónde Evaristo intentaba dormitar. Cada vez que uno de ellos le daba a uno de los botes, este salía volando produciendo el consiguiente ruido metálico que acompañado de los gritos y risotadas de los críos, hacía imposible seguir con la siesta. Evaristo pensó en llamarles la atención. Pero era verano, el día era espléndido y los niños tienden a dormir poco y a jugar mucho. Él había nacido en el pueblo dónde ahora los niños jugaban al tiro al bote y recordaba cuando con su edad salían de casa para no molestar, y se iban a robar cerezas a las huertas, a cazar ranas al río o a jugar a los barcos en el torrente. Ahora, los críos ya no hacían trastadas a los animales, ni robaban fruta de los árboles de las huertas y ya no había ranas, ni agua suficiente como para jugar a los barcos. Ahora los críos se arremolinaban a la sombra de una de las paredes del bar y aprovechando la wifi gratis del establecimiento, se dedicaban a jugar partidas multijugador en el móvil. Salvo estos que estaban debajo de su casa que por lo que se veía, eran más de juegos tradicionales. Había reconocido entre ellos al hijo de un veraneante. Un tipo engreído y bastante maleducado que estaba casado con la hija de Arístides, el antiguo cabrero hoy jubilado. Los otros tres, eran conocidos de verlos por la calle, pero no ponía cara a sus progenitores.
Ante la imposibilidad de dormir, Evaristo había cogido un libro de la estantería. Las Ratas de Miguel Delibes. Había leído ya hacia tiempo las aventuras del Nini, y quizá por la situación, el subconsciente le había llevado al libro. Estaba comenzando a leer cuando el ruido de la rotura de un cristal le llevó de un salto a la ventana. Vio como el nieto del cabrero era el que sostenía el tirabeque justo cuando giraba corriendo calle abajo. A los otros tres, los vio esconderse detrás de unos bidones de gasóleo vacíos que había acumulados en el recodo de la plazoleta dónde daba la ventana rota.
Evaristo bajó inmediatamente y se fue directo a los bidones. Allí agazapados seguían los tres mochuelos con más miedo que vergüenza. En cuanto le vieron, los tres casi al unisono acusaron a su compañero Borja Mari de ser al autor de la rotura del cristal del ventanuco del baño de Evaristo.
¿Y ahora que hacemos?, les dijo Evaristo. Tendremos que ir a vuestras casas a decirle a vuestros padres lo que habéis hecho y que se hagan responsables de pagar el cristal.
-Mi padre está en el bar jugando la partida, dijo uno de ellos. Y el de este también.
Los tres chavales y Evaristo se dirigieron al bar, dónde a la sombra de una enorme parra, varios hombres jugaban al mus entre cafés, copas y cervezas. En una de las mesas sobre la que había un vaso de tuvo lleno de coñac, anís y hielo, estaba solo el desagradable yerno del cabrero y junto a él su retoño que ahora al ver a los tres amigos acompañados de Evaristo se medioescondía detrás de su padre. Evaristo preguntó a uno de los chavales quién era su padre y él comentó que el que estaba junto al padre de su amigo en la otra esquina de la terraza jugando al mus. Como estaba más cerca se dirigió primero al yerno del cabrero y le dijo que su hijo había roto con el tirachinas un cristal de su casa y que tenía que hacerse responsable. Borja Mari, le dijo a su padre medio llorando que eso era mentira. El padre se levantó de la mesa y en voz alta y con mucha chulería le dijo a Evaristo que si su hijo decía que él no había sido, es que no había sido y no había nada más que hablar. Pero los otros tres compañeros acusaron inmediatamente a Borja Mari, diciendo que mentía. Entonces el padre en lugar de enmendarse, le dijo a Evaristo que eso eran cosas de críos, que todos hemos hecho trastadas en la vida y que su hijo no iba a hacerse responsable de nada. Y que además tuviera cuidado con lo que decía porque él era guardia civil y a ver si además de un cristal roto iba a tener “otro tipo” de problemas.
El padre del otro crio, que estaba jugando al mus, y que ante la trifulca habían parado la partida y estaban observando, le dijo a su hijo que le contara lo que había pasado. El niño explicó lo sucedido y el padre le dijo a Evaristo que si su hijo había participado en la rotura, se haría cargo de lo que costara el cristal y que además lo pagaría de su hucha. Y Evaristo, asqueado por la trifulca con el guardia civil y ante la postura totalmente conciliadora del otro padre, decidió que el seguro pagaría el cristal y así se lo dijo. Los otros tres chavales le dieron las gracias y prometieron tener más cuidado la próxima vez y no jugar frente a ventanas.
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La mala educación
Hace unos días ha sido noticia el video grabado después de una función, de un titiritero al que una panda de salvajes le había destrozado la función mientras los padres no sólo no controlaban a sus vástagos sino que alguno de ellos además, estaban esperando a que acabara el evento, tomando cañas en el bar, mientras sus hijos no dejaban trabajar al artista e incluso, le pegaban mocos en la ropa de trabajo.
Esto lo he visto yo en las fiestas de mi barrio, un sitio dónde con un escaso presupuesto la asociación de vecinos contrata magos que, evidentemente, no son Tamariz y que, a veces, se les ve el truco. Todos hemos sido niños y todos hemos hecho trastadas. Pero en el mundo que yo quiero y que a mí me enseñaron, los actos tienen consecuencias y la mala educación se quita enseñando y no dejando que el puto niño se ría una y otra vez del mago porque se le ha visto el truco de forma que el pobre, desesperado acaba primero teniendo más fallos que envalentonan más al niñato hasta que el artista ya no puede más y acaba buscando la defensa propia en el defecto físico del niño para reventarle moralmente y ya que sus padres no son capaces de llevárselo a casa, se vaya sólo llorando entre las burlas de los demás.
Este #idioceno en el que a algunos nos ha tocado vivir y que otros se han ganado a pulso, se caracteriza por el individualismo, la falta de empatía hacía los demás, la falta de querencia hacia el bien común y el egoísmo. Y todo esto, no son características que se adquieran de la noche a la mañana sino que vamos enseñando a nuestros hijos desde pequeños. Todo son derechos y no hay obligaciones. Todo el mundo tiene derecho a salir a comer o cenar fuera de casa, pero algunos cuando nuestros hijos eran pequeños, precisamente porque los niños son niños y no los puedes tener atados a la silla, no salíamos. Lo que no puedes hacer es ir a un lugar público con más personas y soltar a tus hijos como si fuera el parque de atracciones para que corran y jueguen al escondite entre las mesas de otros comensales o para que estén saltando por encima de los sofás o haciendo la vida imposible al camarero y molestando a los demás. Y lo que es peor. Si los padres no reaccionan y les llamas la atención, tienes muchas posibilidades de acabar a tortas con el idiota del padre o de la madre.
Si no somos capaces de hacer que se comporten en un festival de títeres, que respeten el trabajo del artista (si no te gusta te levantas y te vas), cómo vamos a hacer para que se conciencien de que el agua es un bien escaso, que los bienes que llamamos de consumo no son infinitos ni eternos y que el derroche nos está llevando al abismo. ¿Cómo le vas a explicar a tu hijo que el CO2 es el causante del aumento de la temperatura de la tierra si todos los días le llevas al colegio en tu cuatro por cuatro? ¿Cómo le vas a explicar que las normas sociales son importantes y que de su estricto cumplimiento depende el buen funcionamiento de la sociedad si cuando llegas al colegio en tu cuatro por cuatro lo aparcas en doble o triple fila provocando el atasco de los demás vehículos? ¿Cómo vamos a luchar contra el racismo si llevas a tus hijos al colegio concertado en lugar de al público para que no se junte con gitanos y migrantes pobres? ¿Cómo vamos a luchar contra lo homofobia si a ti la homosexualidad te da igual salvo que tu hijo/a sea homosexual o rechazas a sus amigos si lo son?
En una situación de evidente inseguridad, el miedo y la hijoputez se ha instalado en las personas. Los hombres tienen miedo de las mujeres porque creen que son responsables de su pérdida de privilegios. Los pobres tienen miedo de los migrantes porque en su pobreza creen que son responsables de quitarles el poco trabajo que hay. Los agricultores y ganaderos tienen miedo de los ecologistas porque ven peligrar su «modus vitae» tradicional. El miedo y el hijoputismo es la reacción a la inseguridad. Comentaba el otro día con mi charcutero, el mal estado de las instalaciones del Hospital Ramón y Cajal, al que hacía años que no iba y al que tuve que acudir por motivos que aquí no vienen a cuento. Escaleras sucias, con manchas de café o sangre, kilos de pelusas en los escalones, edificios que desde fuera parecen estar abandonados, … El hombre se llevaba las manos a la cabeza y me decía que no hay derecho. Pero a continuación me dijo “… y luego tienes a todos esos comunistas dando subvenciones en un ministerio que no sirve para nada, el de igualdad”. Y claro, entonces es cuando caes en la cuenta que el miedo ha ganado y que tenemos perdido el relato y que es imposible luchar contra estos gigantes. Porque un señor, a punto de llegar a la edad de jubilación, que se pasa en su puesto en el mercado desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche y que el único contacto, fuera de sus clientes, con el mundo exterior es la TV que devora mientras come o mientras cena y al que le parece injusto y mal que la sanidad pública esté como está; que le parece fatal que tenga que jubilarse a los 66 porque han elevado la edad de jubilación, pero que a su vez no es consciente de que quién ha destrozado la sanidad son los mismos que los que le van a hacer jubilarse un año más tarde, y que sin embargo crea fehacientemente que los males de esta sociedad son culpa de un ministerio de igualdad, que crea que su titular es comunista y que además que no hay necesidad de fomentar la igualdad porque para él las mujeres, sólo son clientas y que cualquier cambio será malo para su negocio, lo que está diciendo entre líneas es que tiene miedo a que los cambios le afecten de forma muy negativa y que no está de acuerdo con ello.
El compromiso y la obligación están en claro retroceso. Cuando la gente sale a cenar y lleva a sus hijos con ellos a pesar de saber que van a molestar a los demás, lo hacen porque es más fácil hacer eso que tener que estar todo el día encima de ellos educandolos. Porque el compromiso es lo que nadie quiere. Cuando les dejan frente a un titiritero mientras están en el bar, están haciendo lo fácil. Cuando les dejan en una guardería de la que no saben nada sobre el método educativo, están haciendo lo fácil porque hay que trabajar. Cuando les dejan que tiren papeles al suelo o que se comporten como crápulas están haciendo lo fácil, porque lo difícil es mandarle recoger lo que ha tirado y tener que discutir con el y no moverte hasta que haga caso.
Lo fácil es huir hacia adelante y más sabiendo inconscientemente que a quién le va a tocar sufrir serán unos seres humanos de tu familia pero a los que no vas a conocer. Lo fácil es que haya un ministerio de igualdad y una mujer a la que echarle la culpa. Lo fácil es creer que es el migrante el que te quita un trabajo que tú no quieres y que no estás dispuesto a aceptar porque las condiciones son pésimas. Lo fácil es creer que tu sexualidad es lo normal y que los homosexuales son promiscuos y viciosos para evitar pensar que ya te gustaría a ti y que, sin embargo, no te comes una rosca. Lo fácil es echarle la culpa al comunismo y no el puto hijoputismo que has propiciado y en el que vives, el que te está quitando la casa, el derecho a pasar tus últimos años de vida descansando, el que te está matando por falta de cuidados sanitarios, el que está haciendo que tus hijos no vayan a un colegio sino a un lugar en el que les recogen mientras tu trabajas. Lo fácil es seguir usando tu cuatro por cuatro para llevar a tus retoños al colegio, comer espárragos de Perú, naranjas de Sudáfrica o utilizar camisetas o zapatillas de Taiwan. La huella de carbono exige compromiso y es más fácil creer que no llueve porque están envenenando los cielos con aviones o que la temperatura de la tierra está aumentando a causa de los volcanes que no sabes muy bien por qué no los taponan con hormigón, que tener compromiso y ser consciente de que todo esto lo provocamos y consentimos nosotros.
Como decía Gandhi, “el futuro depende de lo que hacemos en el presente”. Y como cantaban los Golpes Bajos, “malos tiempos para la lírica”.
Salud, ecología, decrecimiento, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.