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La nación como sujeto de revolución

16 de Julio de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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revolución

El siglo XXI es un iconoclasta irredento. Año tras año va cargándose inexorable e implacablemente todos los dogmas de fe político-ideológicos que todos, de izquierda a derecha, hemos venido aprehendiendo durante décadas. O quizá sería más correcto decir que la Transición nos ha adoctrinado bien fuerte en la dicotomía izquierda-derecha que, aún hoy, adquiere dimensión de religión. Y ay del que ose cuestionarla.

No obstante, ya van saliendo las primeras voces discordantes con este sistema de control de masas perfecto y adaptado como guante a la inclinación guerracivilista de la población española. Tanto en la tradicional izquierda como en la derecha. Y eso es una buena noticia, puesto que otra dicotomía –la real, no la fingida- empieza a asomar la patita: la de nación-globalización.

Como marxista y fanboy del materialismo histórico que soy, entiendo que durante el siglo XIX la élite hegemónica (la gran burguesía nacional industrial-bancaria) empleaba el Estado como instrumento de opresión de la clase trabajadora nacional. Ya saben, aquello de "el gobierno del Estado moderno no es más que el consejo de administración de los intereses de la burguesía" que diría el de Tréveris. Y, como toda clase dominante, utilizaba una determinada ideología dominante para sostener su statu quo: tradición, identidad, familia, patriarcado.

Después de dos guerras mundiales devastadoras, las burguesías de las diferentes naciones comprendieron la necesidad de hacer que otra conflagración bélica se convirtiera en imposibilidad. Esto explica la Conferencia de Bretton-Woods de 1944, donde se sientan las bases del actual capitalismo financiero global con la creación de organismos supranacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Es decir, las élites comienzan un proceso de homogeneización y armonización de intereses a escala global.

Así, y tras la caída del bloque soviético en 1991, se empieza a acelerar la demolición controlada del Estado de bienestar edificado a partir de los años 50 para combatir el fantasma del comunismo y alejar a las clases trabajadoras de cualquier pulsión revolucionaria. Es entonces cuando comienza la “masacre de clases” de la que habla Diego Fusaro, cuando la combatividad obrera desaparece paulatinamente en paralelo a la conciencia de clase trabajadora. El individualismo, pues, cabalga a toda velocidad destrozando a su paso cualquier intento de unión y cohesión del colectivo mayoritario, el de los trabajadores por cuenta ajena o propia (también llamado “autónomos”).

Ahora ya la élite dominante (la burguesía financiera global) no necesita al Estado- nación para perpetrar su opresión de clase: se vale de instituciones

supranacionales como la Unión Europea, la ONU y sus adláteres (OMS incluida), FMI, Foro Económico Mundial, etc. Antes al contrario, el Estado-nación les estorba para la consecución plena y absoluta de sus objetivos (lo que algunos llaman la utopía neoliberal: plena libertad de movimiento de capitales, mano de obra y mercancías sin cortapisas como las distintas legislaciones nacionales). Es por ello que se apropian de nuestra soberanía nacional para sus espurios intereses y favorecen –directa o indirectamente- procesos de “reestructuración” nacional como el que está teniendo lugar en España (que camina hacia la monarquía federal) o como el que tuvo lugar en Francia cuando la Comisión Europea conminó al país vecino a que pasara de 22 regiones a 13 (en 2015, bajo la presidencia de François Hollande).

Dicha élite dominante en el siglo XXI tampoco necesita la ideología dominante de las burguesías nacionales de los siglos XIX y XX: como también ocurre con el Estado-nación, ésta supone un escollo para sus planes de cuestionamiento de la biología y desnaturalización del ser humano (ideología queer y Ley Trans), dumping laboral y reemplazo poblacional (inmigración ilegal masiva y control de la natalidad en Occidente), etc.

En este contexto histórico, social, económico y político, cuando la clase social ya no sirve como argamasa para unir a los “parias” de la tierra, el único sujeto de revolución capaz de aglutinar en su derredor todos los esfuerzos de la mayoría trabajadora es la nación, con todos sus avíos: lengua, historia, tradición, cultura, e identidad. Ni izquierdas ni derechas: nación o globalización. O si me lo permiten, nación o barbarie (que se note bien de qué pie cojeo).

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