El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. Espanto que expresa su magnitud en la cifra de 11 suicidios diarios, uno cada dos horas y cuarto, en 2021; o en las 3.941 personas que se quitaron la vida en 2019, máximo record alcanzado por ahora, según el último informe del INE. También entre los niños, niñas,adolescentes y jóvenes de los que un 3 por ciento tuvo pensamientos suicidas en 2021, año en el que 310 menores de 30 años se suicidaron.
Datos que confirman que el suicidio es un problema de salud pública alarmante, favorecido por el estigma religioso y moral que lo envuelve en un secreto que debe ser vivido en silencio por los afectados. Sobre esa idea medieval el suicido creció a unritmo del 7,4por ciento en 2020 respecto de 2019 —INE—, olvidado por las entidades públicas y medios de comunicación, que valoran poco y mal la tragedia que supone para las familias y el entorno social del suicida. Datos que ponen al descubierto la amargura de vivir en una sociedad donde muchas personas sufren en su autoestima la incapacidad que sienten, al punto de anular su deseo de vivir, por no alcanzar el nivel que reclama un contexto social progresivamente más competitivo y exigente en el cumplimiento de unos parámetros de fortaleza mental y física, estética, imagen, consumo y competitividad en el trabajo: en la idea maligna y perversa de que hay que ser el mejor en todo y alcanzar el máximo nivel de relevancia social.
Hechos que reclaman un cambio en el enfoque del suicido y su impacto público, por serreflejode que algo no funciona en el sistema. Cambio que pasa por acabar con el ocultamiento social del problema con pedagogía que borre la mancha que asocia suicidio con enfermedad mental; porque los medios de comunicación denvoz a los afectados y las familias; y por aumentar el número de sicólogos y siquiatras en los centros de salud y hospitales públicos, para atender a los afectados. La creación en mayo pasado del 024, número al que puede llamar cualquier persona atenazada por la idea de suicidio ha recibido, en tan solo cinco meses, 9.609 llamadas a un ritmo de entre 600 y 700 al día, que hablan de la trascendencia del problema y la eficacia que tiene el mero hecho de escuchar al que sufre. Medidas en las deben implicarse todos los sectores sociales para reinterpretar el concepto de identidad como un proceso de autoconocimiento, que no requiere ser el mejor ni el más popularo reconocido socialmente; porque la felicidad anida en las cosas que elegimos libremente y nos satisfacen: y no en la competencia permanente con el otro.