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La revolución de la cordura

31 de Mayo de 2020
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cerebro-ruido

Aunque intento normalmente no unirme a esapléyade de opinadores, politólogos, tertulianos, gabinetes de opinión y demás; estavez me he obligado a poner por escrito y así ordenar un poco mis ideas, que sonmás producto del sentido común que de un análisis en profundidad, de lo que nosviene sucediendo hace un tiempo.

Parece que se nos han olvidado cosas sencillascomo, por ejemplo, las que decía Bertrand Russell hace 90 años en “La conquistade la felicidad”.  Señalaba que lascomunidades modernas (no podemos olvidar que esto lo escribía en plena crisisdel 29 y a pocos años de la Segunda Guerra Mundial) están divididas en sectoresque difieren mucho en cuestiones de moral y creencias. Y a la vez añadía quemuchos hombres olvidan con frecuencia que existen otros hombres que tienentanto derecho como los primeros a tener su propia opinión sobre la clase demundo en la que le gustaría vivir. Son dos ideas simples que, en nuestros días,nos seguimos negando a aceptar y de ahí el guirigay en que estamos sumidosdesde hace un tiempo; en concreto y como mínimo, desde la crisis de 2008 hastala hipnótica pandemia en la que llevamos inmersos más de dos meses.

El debate teórico y serio hace tiempo quedesapareció y, al menos los medios, se dedican a alimentar un conflictobastante zafio entre bandos. Por un lado, la bancada de “los liberales” -con unabanico de sensibilidades que pondrían los pelos de punta incluso a Locke y a Smithporque caben fascistas, xenófobos, socialdemócratas, tradicionalistas,¿moderados?, monárquicos, conservadores, europeístas (de la Europa de losmercados), la jerarquía de la iglesia, patriotas, etc.) y, por otro, lasllamadas izquierdas – con otro abanico de sensibilidades no menos pasmoso:anticapitalistas que no aguantan un asalto si se les pregunta su alternativa alactual sistema económico, comunistas sentimentales, antieuropeístas,socialistas despistados, buenistas, estatistas, progres y pequeños burguesesque viven de la forma contraria a lo que dicen pensar, etc.. Los parias que,por supuesto los hay, no están en el debate.

Y como la discusión teórica e ideológica realno existe, entramos muy peligrosamente en el campo de las emociones y laficción. Con respecto a las emociones ya nos advertía la periodista croataSlavenka Drakulic, que sufrió física e intelectualmente la barbarie delnacionalismo en los Balcanes, que el nacionalismo es una ideología que necesitaun enemigo que crea un “ellos” y un “nosotros”. Llegados a ese punto ya setiene la justificación psicológica que se impone a la razón, a la economía eincluso hasta a los lazos familiares y afectivos y que, llegado el caso, hastapuede justificar la violencia.

Con respecto a la irrealidad en la que hemosdecidido vivir ya nos advertía hace años Manuel Fernández Cuesta, brillanteintelectual, periodista y editor entre otras cosas, que cuando la ficción, larepresentación, se apodera de la vida cotidiana y el desconcierto reina en lasatribuladas entendederas del personal, la ficción abandona el panteón de lasimulación, recorre la distancia que separa la ilusión de la realidad y seconvierte en sacrosanta verdad. En ese instante percepción individual yconciencia colectiva forman un todo indisoluble: el mundo de la histeria y lareacción. Ahí estamos ahora, lo crean o no. Aunque solo sea una parte de esairrealidad, pregúntense por qué consumen tantas series.

Y si ya vivíamos atribulados en este primermundo que pasó de la posmodernidad al batacazo moral y económico en 2008, nossobreviene como fin de fiesta una pandemia mundial de efectos devastadoreseconómica y sanitariamente (también, cómo no, hay gente que lo niega o presidentesde gobierno que sugieren -ningún novelista ni cómico se hubiera atrevido atamaña inventiva- inyectar desinfectante en los pulmones. Ese es el nivel delsiglo XXI.)

¿Y ahora qué hacemos? Damos por válido comoMichell Houllebecq que el mundo que nos viene será igual pero peor. Hacemoscaso a Juan Ramón Rallo que nos dice que el liberalismo es el mejor modelopolítico y social para todos, incluidas las clases más desfavorecidas. A losque se han apropiado de la bandera con sus propuestas de cerrar las fronteras,cantar el himno e ir a misa. A los, cada vez más, empequeñecidos voceros de unaizquierda desorientada que, aunque parten de una lectura apropiada (elcapitalismo es moral y socialmente insostenible) yerran en la solución alconfundir socialización con estatización.

Quizá repasando nuestra historia todavíacercana encontremos algunas pistas; porque o entendemos que tenemos queconvivir y aceptar que ninguno de los bandos puede imponerse (el pueblo no esla caravana de coches que grita “Sánchez Dimisión”, ni los de la foto de Colóncomo tampoco lo fue la acampada del 15M) o tendremos un final feo y doloroso.Ahí tenemos a activistas y hombres de estado a la vez que sensatos y honestoscomo Joan Peiró, líder anarquista de la CNT, que buscó soluciones dialogadas, conun talante humanista y conciliador que hizo que, en su juicio en 1942, despuésde ser deportado por los nazis, en plena razia contra todo lo que oliera aRepública declararán a su favor fascistas incluso jerarcas de la iglesia. Enotro espacio distinto, al olvidado y librepensador Manuel Chávez Nogales,crítico mordaz con unos y otros que pagó su lucha por la libertad y lademocracia con el ostracismo pero que nos dejó un ideario concreto y valientede cómo pretender la libertad. Ahora, obviamente, son otros tiempos, pero volvemosa dejarnos embaucar por otros flautistas de Hamelín que tocan una musiquillafalsa y ramplona para maquillar su falta de ideas y principios.

En la historia reciente también tenemos vocesque nos hablan desde fuera de ese ruido que impide la capacidad de reflexión.En un lugar muy definible, el filósofo Javier Gomá nos recuerda con precisiónque el sistema democrático al tener la obligación de propiciar el consensoentre iguales necesita de una visión culta y, lo que él llama, un corazóneducado porque si no estaremos en una democracia sin ideal. Quizá en un extremode este (o no), ideológico, el recientemente fallecido Julio Anguita, repetíahasta la saciedad conceptos simples -de nuevo de alguien honesto- ideassencillas como las que comentaba al principio de Russell. Mi favorita entremuchas otras: España es un país que se pone delante de un toro, pero ve unlibro y sale corriendo. No voy a corregir a Anguita, Marx o Dios me libren,pero también en este país hay mujeres y hombres que ven un libro y se paran aleerlo e intentan comprenderlo. Tampoco pequemos de intelectualistas; ya nos señalabaMuñoz Molina que la persona más culta que ha conocido era su abuelo y no sabíaleer.

Busquemos esa vía, démonos espacio para pensary, por favor, salgámonos de esa ceremonia de la confusión, remedo tramposo dela reflexión y el pensamiento, en que se han convertidos los medios decomunicación y las redes sociales. Coloquemos la política en el bando de loscuerdos.

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