La llamada marcha opositora contra el gobierno de Alberto Fernández fue una nueva reivindicación del terrorismo de Estado. Esta vez con el símbolo que mejor lo recuerdan los nostálgicos de la dictadura: la muerte. No fueron cadáveres los que aparecieron en fosas comunes. Fueron bolsas mortuorias con el nombre de funcionarios y de personas ligadas a organismos de derechos humanos. Las instalaron frente a la Casa Rosada, con la libertad que sólo pueden hacerlo quienes gozan de un enorme espacio para actuar con total y absoluta impunidad. Un macabro anticipo de la celebración que están preparando para el 24 de marzo al cumplirse un nuevo aniversario del golpe cívico-militar-clerical. La respuesta a los apologistas del genocidio debe llevar la vida como bandera.
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