Buscar el sentido de lo que nos rodea en nuestra vida fue uno de los grandes objetivos de Ortega y Gasset. Esto no nos parece tan obvio en la actualidad, porque se han acabado imponiendo otros valores, que no tienen nada que ver con eso. Sin embargo, ¿puede existir algo más natural? El humildísimo río Manzanares también tiene un logos, si sabemos mirarlo, porque en sus aguas escasas y raquíticas tiene también “alguna gota de espiritualidad”. Qué cosas escribía el maestro y cuánto tiene que enseñarnos todavía.
La mejor expresión de la vida es la cultura, en la que esta se objetiva. ¿Qué otra cosa es pensar, sino vivir y filosofar? Todo depende de la mirada con la que seamos capaces de ver las cosas, que nos están pasando. Algunos creen que son de lo más deprimente, pero otros las consideran de lo más divertido. Esto dependerá de nuestro carácter y forma de ser. Cuánto necesitamos movernos en medio de una vida razonable, pero tiene que resultar difícil, porque muy pocas veces lo conseguimos, desgraciadamente.
La razón es una forma de vida y por eso la razón pura de Kant tiene que ser superada por la razón vital. Ni vitalismo solo, ni tampoco racionalismo. Solo queda entonces el raciovitalismo, es decir, la razón vital. Lo que hay que hacer es una ontología de la vida, en palabras de Ortega, para traducir originalmente su profundo pensamiento. Desarrollar la vida requiere pensar y producir ideas con las que orientarnos para no permanecer anclados en nuestras vetustas creencias.
Nuestro país y los que viven en él saben mucho, quizás demasiado, de creencias en las que estamos viviendo. Es cierto que la razón se sustenta en la vida, pero la vida no está concluida, sino que se realiza precisamente en la historia. En su transcurso vamos decidiendo lo que va a ser nuestra vida, mediante el descubrimiento de la verdad, que es el fundamento por excelencia para vivir con confianza. Nuestro ser no consiste en lo que ya es, sino en lo que todavía no es, pero lo va a ser. Ortega apuesta por el futuro como uno de nuestros atributos. Él llama a esto futurición, es decir, construir el futuro, que es siempre plural, porque pueden acaecer muchas cosas en la vida, incluso contradictorias. Recordemos a Machado:
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito.
Hombre de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana -ni el ayer- escrito.
El ser humano es futuro y en este entorno ha de hacer su proyecto de vida, que debe ser auténtico. Es sabido que el individuo se encuentra en sociedad y es esta la que puede ir en su contra, proponiéndole otros proyectos diferentes, que se complican todavía más, ya que hoy puede proponer una cosa y mañana introducir una variación, porque vivimos la vida de manera muy acelerada. Las distintas circunstancias nos llevan a formas de vida impuestas, ya que siempre buscamos obtener resultados que nos sean de utilidad.
Esta situación nos produce demasiadas incertidumbres, que en el fondo no son otra cosa más que desorientación vital. De este modo podemos vivir de modo inauténtico, sin asumir nuestro proyecto de vida, ni ser fieles al mismo. Esto no sería vivir éticamente con autenticidad, produciendo un corte radical entre ética y vida.
Aquí no se trata de vivir para tener éxito, porque esto puede chocar con una vida auténtica y con responsabilidad para consigo mismo y también para con los demás, pero resulta que el éxito es casi lo único que nos importa en estos tiempos. No se piensa en cultivar valores que nos hagan vivir una vida buena. La vida hay que conectarla con los ideales que queremos vivir. Renunciar a los ideales es caer en la inautenticidad y abandonar la fidelidad a sí mismo. Puede que no sea libre para elegir, porque a veces no es posible, pero una vez aceptado lo que tengo que ser hay que ser auténticos y no falsificarlo ni traicionarlo.
Las circunstancias nos arrastran, por eso Ortega establece la “moral del héroe”, es decir, que tenemos que llegar a ser lo que se es, siendo fieles al proyecto de ser uno mismo. Habría que arriesgar la vida con esto, de lo contrario iremos a la deriva y sentiremos el perenne dolor de no cumplir nuestro destino, reasumiendo la circunstancia, que, si no la salvo, tampoco puede salvarme yo. Tal circunstancia no puede entenderse más que si se relaciona con un yo, es decir, que me imbrico en mi circunstancia. No se trata del deber, que es tan importante, sino de ilusionarnos con lo que consideremos el ideal a realizar. La ilusión es el motor de la vida humana. Y esto es, precisamente, lo que falta en la cultura moderna, que se encuentra sin moral. Hay un imperativo moral en Ortega, que no es el deber como en Kant, sino el compromiso por ser uno mismo. Nos encontramos desorientados, por lo que necesitamos ilustración para conocer los proyectos y las metas valiosas que puedan ilusionarnos y convertirse en guías de la vida. La vida sin ética se reduce a mera biología. En cambio, vivir es “decidir lo que vamos a ser”.
Puede que estas cosas suenen algo extrañas en la actualidad, pero, si se piensan un poco, tienen mucho sentido, porque decidir lo que vayamos a ser es la única forma humana de plantearse el sentido que puede tener la vida en su plenitud.