Hoy quiero analizar con vosotros una frase escrita con letras de oro en el libro de la historia del cine, "La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te vas a encontrar".
De esta forma daba inicio a su historia el mítico Forrest Gump, interpretado por un brillante Tom Hanks.
Cuál fue mi sorpresa que al abrir una de estas cajas durante la sobremesa dominical, me encontré con un futuro a la carta. En el reverso de la tapa observé detalladamente el contenido de cada uno de los bombones que conformaban ese conjunto de pequeños y golosos placeres, adiós al factor sorpresa.
Se desvanecía ante mi la reflexión del protagonista de la película de Robert Zemeckis.
Podía organizar a mi antojo el guion de mi delirio chocolatero. No habría motivo para el azar, en todo caso para la improvisación: "toma prueba este de praliné" a la vez que ofreces aquel bombón relleno de licor al comensal abstemio que te acompaña, ja, ja, ja.
Comenzar por aquellos bombones que más me gustan e ir menguando el contenido de dicha caja por orden de favoritos, dejando para el final el más amargo.
Dispongo del poder de elegir, de degustar la pieza perfecta en el momento preciso, incluso de repetir. ¿Comensal caprichoso y consentido? Tal vez, pero es mi caja. ¿Quien me lo impide?
Mientras escribo estas líneas me asalta mi propia reflexión:
Quizás deberíamos estructurar nuestra vida como esa caja de bombones tan bien organizada y debemos tomar sin remordimientos y compartir todos los momentos dulces que tengamos a nuestro alcance y retrasar el máximo posible ese último bocado amargo, pero que recuerda el dulzor de los anteriores, antes de cerrar por última vez esa dorada y maravillosa caja.