En palabras de Voltaire, la Historia real la sufren las clases populares y la oficial la cuentan los vencedores, o sea, el poder económico y las elites gobernantes. Michael Parenti, historiador estadounidense de origen italiano, así lo certifica en su obra, La Historia como misterio. Las clases bajas ponen los muertos y las clases altas hacen el relato ajustado a sus intereses económicos, ideológicos y políticos. No obstante, siempre hay resquicios para poner en duda el relato autocomplaciente de los vencedores.
Estamos en el siglo XVI, bajo el reinado de Carlos IX de Francia. Michel Montaigne, padre del ensayo moderno, recoge en sus escritos una anécdota esclarecedora.
Cuenta el ensayista pionero que a París llegaron tres salvajes del pueblo tupinambá de lo que hoy es Brasil. Allí, los guías de la aristocracia y la nobleza versallesca le mostraron las grandiosidad de la civilización occidental y racialmente blanquísima de París.
Los guías turísticos, ahítos de sí mismos y de la grandeur gala, quisieron conocer la opinión del trío de salvajes.
Los tupinambás habían mirado con atención y respeto lo que les mostraban y sosegadamente respondieron que no entendían cómo las personas trabajadoras y la chusma, es decir, el tercer Estado de la revolución francesa posterior, no se rebelaban y tomaban al asalto los fastuosos palacios de la casta dominante.
Al parecer, apoyaban su tesis en la estructura social de su pueblo, donde todo es de todos y la igualdad era un valor irrenunciable. No sabemos la cara que se les quedó a los guias del régimen monárquico ante tamaña audacia crítica e irrespetuosa de los salvajes de las Indias americanas.
Muy probablemente, el primer cuestionador del relato oficial de la conquista a cruz y espada de las indiadas del Nuevo Mundo fuera el religioso fray Bartolomé de las Casas, que con sus propios ojos fue testigo del genocidio perpetrado por los españoles por aquellos mundos ya viejos plagados de riquezas culturales y materiales nunca vistas hasta entonces por la rapiña imperialista de Europa.
Los mitos de los conquistadores, tanto españoles como portugueses, ingleses, franceses y de los Países Bajos, empezaban poco a poco a resquebrajarse. Los tupinambás fueron capaces de ver las relaciones de poder ocultas en los fastos y oropeles vanos de la corte fancesa.
Pasaron los siglos y las criolladas americanas se hicieron independientes de las metrópolis europeas. Esos criollos se transformaron en modernos y también son responsables de las reservas acotadas y de la explotación de los pueblos primitivos, aunque hay excepciones significativas, entre otras, la teología de la liberación abortada por el Vaticano.
Hoy, un dignísimo representante de la Historia oficial, el campechano follador de la España posfranquista avalado por el dictador Franco y por los lameculos cortesanos de la actualidad, ha publicado sus memorias porque tiene la sensación de que le estamos robando su relato.
Su relato consiste en su figura mítificada de héroe indiscutible y rompeolas de la restauración democrática. Él lo hizo todo y solito, mientras defraudaba al fisco, recibía comisiones de la industria armamentística y otras y regalos de los sátrapas de las dinastías reales de los países golfos y petrolíferos alrededor del Pérsico. A buen seguro estos hitos no saldrán su libro de memorias.
Parece inconcebible que en una sociedad presuntamente democrática y más o menos culta un personaje de la calaña del campechano, que ha vivido a cuerpo de rey toda su vida, siga contando con adeptos y fans en el predio hispánico.
Es evidente que la institución de la monarquía en España es un símbolo del pacto secreto entre las elites de siempre y las huestes de la izquierda posible de Madrid. Si cayera el símbolo podrían hacerse trizas a su vez lo que no pudo llevarse a efecto en la aclamada Transición de los años 70 y 80 del siglo pasado: la depuración de las elites económicas, judiciales, militares y católicas de la virginal y sacrosanta España.
Si cayera el símbolo monárquico podría abrirse el melón de otro mundo y otra sociedad más igual, con menos privillegios y más democrática. Eso temen los poderes reaccionarios, los que no se ven y de los paniaguados de su relato inmaculado.
Pese a las grietas evidentes del relato oficial, contra viento y marea, sigue la Corona reinando en España.
Es noticia de actualidad que el hijo preparao del campechano no ha sido invitado a la toma de posesión de la primera mujer presidenta de México, Claudia Sheinbaum. La razón es que el monarca preparao no respondió a una carta del mandatario cesante del país azteca, Lòpez Obrador, en que se solicitaba que España y la Corona reconocieran el genocidio español en América y pidiesen humildemente perdón por su execrable actuación.
El preparao monarca borbónico ha hecho mutis por el foro y forro de su reales atributos masculinos y ahí sigue, hierático y haciéndose el tonto a la vez que corta cintas y recibe agasajos de sus cortesanos políticos y mediáticos.
El presunto Gobierno de izquierdas de España ve inaceptable la postura mexicana. Si no va el perparao, nosotros tampoco vamos. La rabieta diplomática es colosal e infantil, uniendo la suerte de un Ejecutivo sancionado por las urnas a un personaje no elegido por nadie. El símbolo reaccionario monárquico continúa uniendo a las elites de la izquierda posible y de las derechas patrias.
Dice el refrán castellano, que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. El día en que escriban la Historia los perdedores, el mundo será de todas y de todos. Y el campechano y el preparao y la simpaticona heredera de ambos será una familia cualquiera más real y auténtica que ahora.
Los tres salvajes tupinambás de Montaigne vieron en el siglo XVI lo que no vemos los cultos occidentales de la centuria del XXI: las relaciones de poder ocultas, materiales y simbólicas, entre la maraña interesada del relato oficial de la Historia.
La contabilidad siniestra de la conquista europea de las Indias americanas se saldó, cadáver arriba o abajo, con 60 millones de asesinados entre los pueblos originarios. Y las elites españolas y de otros países imperialistas siguen emperradas en la grandeza de su hazaña histórica. Son las mismas que rebajan a Franco de dictador fascista a militar autoritario, con la connivencia silenciosa de un progresismo radical en las formas y blando o estéril en el fondo de sus propuestas.
Como cantara el gran Labordeta, quizá un día habrá en que todos... Llevamos siglos de destrozos contra la libertad, algo que el relato oficial omite por interés propio. La lengua de serpiente del hombre blanco, Javier Krahe dixit, continúa en posesión de la verdad histórica casi absoluta.