Hay que tener cuidado con las palabras: las carga el diablo. Más aún en estos tiempos en que todo lo público se edifica, en primera instancia, sobre palabras. Antes de que las cosas tengan existencia física, han de tenerla verbal y solo si ésta es consistente puede que lleguen a aquella. Por eso es importante no dejar que nos impongan determinados discursos que modifican de raíz el bien común o lo que todos deseamos preservar. Lo del título es paradigmático. Ya hace muchos años que se nos van insistiendo en la idea machacona de que las pensiones son un problema o están cargadas de problemas o son directamente un insufrible lastre. No es cierto. Es solo lo que algunos nos quieren hacer creer. Las pensiones, en realidad, son una solución, una parte importante de lo que da dignidad y fondo ético a nuestro sistema de convivencia. Piensen en nuestro mundo antes de las pensiones: el abandono, el hambre, la miseria que solía acompañar a la vejez de los que no pertenecían a las élites de alta cuna o riñón cubierto.
Al ministro Escrivá sí que le parecen un gran problema las pensiones. Lógico, dado su pensamiento nítidamente neoliberal en lo económico. En ese marco ideológico las pensiones siempre han sido una carga insoportable. Se ven como gasto, un gasto inmenso y anual que drena una parte sustancial de los presupuestos del Estado.
Solo un par de ideas. Las pensiones son inseparables del Estado de Bienestar, ese invento de la posguerra europea, para levantar sociedades más humanas, más prósperas y más hermanadas. Si se pone en cuestión esa pacto social de fondo, como hace desde hace décadas el neoliberalismo, claro que las pensiones se vuelven inviables. Y las ayudas sociales. Y los servicios públicos. Y el vivir sin más, si no eres de las élites hereditarias o depredadoras. El sistema de pensiones no es, de hecho, más que un brillante y parcial adelanto de lo que acabará siendo el salario universal o renta básica, que la humanidad ya se puede permitir y que incluso el papa de Roma está pidiendo. Es decir, no solo ha de seguir existiendo sino que acabará integrándose en algo más vasto, que equivaldrá a pensiones para todos desde que nacemos.
Pero eso, ciertamente, es un horizonte utópico, hoy por hoy. A los economistas ortodoxos les explota la cabeza si los ponemos a pensar en ello. Por ello, una segunda idea, más elemental. Las pensiones aparecen como problema a parchear solo cuando falla su premisa básica: que la generación que ha de pagarlas carezca de salarios dignos y estabilidad. Este absurdo se da hoy. La precariedad y la desprotección de los de abajo ha provocado salarios de miseria que no sacan ni de la pobreza. ¿Cómo va a poder pagar pensiones (ni impuestos) una generación que no llega a fin de mes? La madre del cordero está ahí. Si el ínclito Escrivá quiere dar solidez al sistema, la cosa no va de parches como aumentar cuotas sin más. Habrá que ir a un país con un sólido Estado del Bienestar, en el que los sueldos tengan dignidad y sobre para cubrir aportaciones e impuestos.
En todo caso, si toca elegir, mejor pensiones que Escrivá (como símbolo de una visión ideológica a desterrar). Porque el neoliberalismo, ley de la selva pura y dura, sí que es un problema que está a punto de acabar con todos.