Las grandes tragedias que se abaten catastróficamente sobre los pueblos tienen una dolorosa virtud: mostrar descarnadamente la realidad de todos los actores.
Ahora el pueblo sirio está viviendo el duro hachazo perpetrado por el imperialismo sionista utilizando a supuestos yihadistas, en realidad bandas de mercenarios de diferente pelaje. Actúan a sus órdenes, por procuración, en Chechenia, el Sahel, Iraq, Libia, también en Ucrania; y culminan ahora en Siria el trabajo sucio iniciado en 2011.
Invasiones y golpes de Estado en la "guerra contra el terrorismo"
Siria es el último episodio de una estrategia iniciada el 11 de septiembre de 2001, con el espectacular auto-atentado – hoy se puede calificar así con todo rigor - de las Torres Gemelas en Nueva York, y del Pentágono, con el que se iniciaba la "guerra contra el terrorismo". Pero como el "terrorismo" estaba por todas partes y, de hecho, aparecía oportunamente en París, Bruselas, Madrid o Barcelona, se pusieron en marcha en los países de la OTAN y sus satélites Estrategias de Seguridad Nacional dirigidas fundamentalmente contra "enemigos internos", junto a un considerable endurecimiento de la legislación represiva "antiterrorista".
En el exterior, la diana estaba puesta claramente en países árabes y musulmanes. El enemigo declarado era Al Qaeda, pero sorprendentemente organizaciones similares con diferentes nombres reaparecían en diferentes países, siempre atacando a gobiernos u organizaciones opuestas al imperialismo. El disfraz de yihadistas no cubría del todo las vergüenzas: su alianza con Israel y la ausencia de apoyo a la liberación de Palestina era incompatible con el ideario mínimo de cualquier organización árabe o musulmana.
La identificación de esos yihadistas con los intereses del imperialismo, no fue óbice para que organizaciones que se decían de izquierda los calificaran de "rebeldes" que "luchaban contra el gobierno opresor". Y eso sucedió incluso cuando, como ocurrió en Libia en 2011, la OTAN acudía en su ayuda para aniquilar el país que concentraba las esperanzas de los pueblos de África de sacudirse el colonialismo y el imperialismo.
Los planes del imperialismo chocaron contra obstáculos imprevistos
El general Wesley Clark lo explicó con toda claridad en una intervención pública en 2007. El mismo 11S de 2001 recibió la orden: EE.UU debía invadir siete países (Iraq, Libia, Siria, Líbano, Somalia, Sudán e Irán) en cinco años. Cuando preguntó a sus jefes por qué se debía empezar por Iraq, si es que había alguna relación entre Sadam Husein y Al Qaeda, la respuesta fue que no, que se trataba del petróleo.
Esa estrategia funcionó en Iraq (2003) y en Libia (2011). Iraq estaba exhausto tras la guerra fratricida con Irán (alimentada por EE.UU) y después de 12 años de brutal embargo. En 2003, Rusia y China, si bien no participaron en la ocupación, cometieron la ignominia de votar a favor de la Resolución de la ONU que legalizaba la ocupación de Iraq.
En 2011, ante el ataque y destrucción de Libia por la OTAN, tanto Rusia como China – países con estrechas relaciones políticas y comerciales con el gobierno de Trípoli – se abstuvieron en la votación de la Resolución del Consejo de Seguridad que amparaba los bombardeos de la Alianza Atlántica, sin hacer uso de su derecho de veto.
Después llegó el turno de Siria y Rusia empezó a cambiar su posición. En 2015 vetó las Resoluciones que culpabilizaban falsamente al gobierno sirio de diferentes hechos (uso de armas químicas, etc.) y que pretendían justificar una intervención militar abierta. Hacía años ya que había presencia encubierta de tropas de EE.UU, Francia y Gran Bretaña, que ocupaban zonas petrolíferas y actuaban de consuno con el Daesh. También Israel tenía instalados hospitales en la frontera donde se atendía a los heridos yihadistas.
A partir de septiembre de 2015, Rusia, a petición del gobierno sirio, interviene militarmente contra los invasores. Para dar una idea de la envergadura de la ayuda militar, según el gobierno ruso, se enviaron alrededor de 63.000 militares a Siria, la Fuerza Aérea rusa realizó más de 39.000 incursiones, en las que abatieron a más de 86.000 insurgentes y destruyeron 121.466 objetivos terroristas. Se instaló en la provincia de Latakia una segunda base militar rusa; la de Tartus procedía de la época de la URSS.
Otros hechos militares y políticos iban a marcar profundamente el futuro. Sobre la base de las victorias militares de 2.000 y 2.006 de Hezbollah sobre Israel, las primeras de un grupo armado árabe sobre la entidad sionista, y la estrecha colaboración entre el general iraní Qasem Suleimani y Hasan Nasrallah se crea el Eje de la Resistencia. Se configura como un movimiento estrictamente político, anti sionista y antiimperialista – por encima de diferencias religiosas, étnicas o nacionales –, que reconoce su centro motor en la liberación de Palestina. Además de su definición política y de la unidad que sobre ella ha sido capaz de forjar, el componente fundamental es la fe en la Victoria y la constatación de que la lucha armada es la única opción.
Este movimiento, del que formaba parte Siria junto a la Resistencia palestina, la libanesa, de Yemen, Irán e Iraq, se convirtió en el catalizador de la lucha contra el sio- imperialismo en toda la región, especialmente a partir del 7 de octubre de 2023.
No incluimos en este análisis el otro gran elemento que surge en estos años, la creación de los BRICS, porque CNC no comparte las valoraciones de ciertos analistas políticos y organizaciones de izquierda que parecen depositar en esta alianza que, hoy por hoy, no pasa de ser una asociación económica, las esperanzas de salvación de la humanidad. El pueblo palestino, el libanés y ahora el sirio, han podido comprobar que ni el genocidio más brutal ha suscitado en los BRICS, siquiera la decisión de ruptura de relaciones con los perpetradores; tampoco ante la invasión de Siria por las fuerzas más salvajes y retrógradas apoyadas por EE.UU, Israel y Turquía, se ha convocado al Consejo de Seguridad de la ONU.
Las contradicciones internas y la infiltración del enemigo
Desde la caída de la URSS, cualquier vestigio de respeto a los principios del derecho internacional o a los tratados, ha desaparecido. Es evidente que el único límite al orden internacional "basado en reglas", las reglas del imperialismo, es la fuerza o la amenaza de usarla. Pero hay elementos importantes que hacen que fuerzas muy inferiores desde el punto de vista militar derroten a ejércitos poderosos. La larga historia de las revoluciones populares, de las guerras de liberación o la derrota de la Alemania nazi por la URSS y la resistencias antifascistas de los diferentes países europeos, lo acreditan. Y es que la maquinaria de guerra, que es capaz de destruir masivamente desde lejos, puede desmoronarse frente al valor y la determinación de quienes han decidido, junto a su liderazgo, que la muerte vale la pena cuando se lucha por la dignidad y la justicia.
Es la falta de este último elemento en el que confluyen la formación técnica militar, la conciencia política y el coraje, lo que parece haber influido decisivamente, junto a la traición de los jefes militares, en el desmoronamiento y la rápida retirada de las fuerzas regulares sirias. Las batallas de años anteriores fueron libradas fundamentalmente por Hezbollah – que perdió allí centenares de combatientes y jefes militares – y Rusia, sin que el ejército sirio aprovechara la inapreciable lección práctica que proporciona la guerra misma. Es más, la propuesta de Rusia de suministrar equipos y ayudar a reformar el ejército fue rechazada y los jefes militares sirios que lucharon junto a Hezbollah y Rusia fueron destituidos. Los que les sucedieron han huido ahora con sus soldados.
Hay otro asunto muy espinoso, que tiene dos vertientes que son determinantes en toda guerra y para cualquier organización revolucionaria: la capacidad de penetrar y de obtener información de los planes del enemigo, y tanto o más importante, detectar y eliminar a los traidores dentro de las propias filas.
Dos ejemplos contrapuestos se han dado dentro del Eje de la Resistencia en los últimos tiempos. El primero lo dirigió el líder de Hamás, Yahya Sinwar. La obtención de información acerca de los espías infiltrados en sus filas y su eliminación permitió sorprender al enemigo el 7 de octubre y construir sólidamente la Resistencia. El propio Sinwar murió en combate, no en un atentado.
Por el contrario, problemas graves de seguridad parecen estar detrás de los asesinatos de dirigentes tanto en Líbano como en Irán. De su solución depende en buena medida su capacidad de enfrentar una guerra, aun más larga y dura.
El balance previsible de la caída de Siria para el Eje de la Resistencia y para Rusia
Más vale que quienes confían en la democracia burguesa y en el derecho internacional vayan aterrizando. No hay otra ley que la del más fuerte, y la impunidad de Israel y de los gobiernos de EE.UU y la UE que le apoyan, es total. Catorce meses de matanza masiva y deliberada de la población civil palestina, la inmensa mayoría mujeres y niños, lo atestiguan. Las sentencias de los tribunales internacionales son papel mojado porque los gobiernos no las cumplen.
Unidades del ejército de EE.UU que, vulnerando la legalidad internacional han estado ocupando desde hace más de una década instalaciones petrolíferas sirias y robando su petróleo, han apoyado ahora con su fuerza aérea a los yihadistas – a quienes cínicamente considera terroristas – y bombardeado al ejército sirio.
Por su parte, Israel, tres horas después de que los yihadistas entraran en Damasco, empezó a bombardear en Siria instalaciones científicas – impedir el desarrollo científico de los árabes es una obsesión del sionismo –, bases aéreas, edificios de inteligencia y aduanas. Así mismo, tanques israelíes han ocupado la zona desmilitarizada de los altos del Golán.
A la espera de que el Eje de la Resistencia analice la nueva situación y se reorganice, lo que es evidente es que el sio-imperialismo ha comprobado que puede actuar con toda impunidad y que su cerco a Irán es cuestión de tiempo.
Rusia, por su parte, ha recibido un duro golpe en Siria y hasta sus bases en el Mediterráneo están en peligro. Una vez más, después de las promesas de la OTAN de que no se expandiría hacia el Este, después del fiasco deliberado de los Acuerdos de Minsk de 2014 sobre Ucrania o después de la descomunal tomadura de pelo de la reunión de hace menos de un mes en Astaná en la que, junto a Irán y Turquía, era país garante de la estabilidad de Siria, Rusia ha podido comprobar que los acuerdos internacionales sólo sirven para ganar tiempo hasta la próxima puñalada.
El mayor riesgo de Rusia es que en Ucrania, como en Siria, deje al enemigo con capacidad de recuperarse y atacar de nuevo con más fuerza. El peligro que acecha al gobierno de Rusia es que prevalezcan los intereses oligárquicos de quienes quieren conseguir un acuerdo de paz a cualquier precio, para volver a los negocios con occidente cuanto antes. Y no hay vuelta al pasado porque el objetivo del imperialismo occidental es acabar con Rusia como potencia y como país, cueste lo que cueste; incluso a costa de acabar con todo rastro de credibilidad democrática como muestran la desestabilización de Georgia, de Moldavia, de Abjasia o de Rumanía.
Un paso más hacia la guerra a gran escala
La caída de Siria hoy por hoy representa un importante paso hacia el control de Oriente próximo por el sio-imperialismo y un debilitamiento del Eje de la Resistencia y Rusia. De ambos a la vez y más vale que Rusia entienda cuanto antes que sus destinos están unidos. Igual que lo debemos entender nosotros, haciendo de la solidaridad con el Eje de la Resistencia un baluarte concreto del Internacionalismo.
También significa que el imperialismo anglosajón se siente más fuerte y más proclive a llevar a cabo sus planes de guerra a gran escala contra Rusia y China en suelo europeo y, como venimos alertando, con la juventud obrera como carne de cañón.
La amenaza no es inminente pero los preparativos avanzan, por ahora, de forma inexorable. La destrucción económica de Europa, la militarización social y la economía de guerra, corren en la misma dirección.
Sus planes son bien claros y frente a ellos, no caben lamentos de que viene la guerra o propuestas pacifistas que chocan con la dura realidad. La única actitud coherente es denunciar todas esas políticas como una agudización de la lucha de clases en la crisis del capitalismo, cuya máxima expresión es la guerra, y preparar a la clase obrera para enfrentarla.