Hay personas que, cuando tocan algo o muestran interés en un proyecto, lo hacen crecer. Todos conocemos o podemos encontrar a alguien así, alguien que parece tener un don innato para convertir cualquier iniciativa en éxito, o al menos en un camino que se abre casi solo con mirar. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre qué fuerzas los impulsan o qué precio pagan por ese destino. Lee Miller fue una de esas personas y abrió cada uno de los sobres que la vida puso ante ella. La muerte y el renacimiento la marcaron en más de una ocasión. Anthony Penrose, su hijo tituló su primer libro sobre ella Las vidas de Lee Miller (Ed. Blume, 2025 en español), todas las mujeres que habitaron en su madre, varios testimonios de aspectos del S.XX en una sola persona, que parece cuatro.
En 1926, a los 19 años, Lee Miller estuvo a punto de ser atropellada en Nueva York. Como en una de esas películas de domingo que mezclan suerte/drama/destino, fue rescatada por Condé Nast, el dueño de la editorial de Vogue. Descubierta fortuitamente por el mago, se abrieron las puertas a la super modelo de los años 20. En la primavera de 1927, Miller ya era portada.
Su relación con la fotografía iba, e iría, más allá de posar ante la cámara. Su padre, fascinado por las innovaciones tecnológicas de la época, fue de los primeros en adquirir cámaras para uso familiar. También era un entusiasta de las teorías de Freud y la psicología moderna, y compartió con sus hijos su pasión por la imagen y la psique. Existen fotografías de Lee desde su infancia, en parte de una terapia con la que su padre intentó ayudarla a aceptar su cuerpo tras un episodio de abuso cuyos efectos la acompañaron de por vida. La madre, miró a otro lado, jamás se lo perdonó.
Lee Miller fue una de las primeras top models en el Nueva York de los años 20. Las fotografías de entonces recuerdan al boom de los 90: belleza deslumbrante, estética moderna, sofisticación. Pero su éxito vino acompañado de controversia, ya que fue la primera mujer en protagonizar un anuncio de compresas, algo impensable en la época. La reacción pública fue intensa, y Miller decidió mirar hacia Europa. Fascinada por París y el surrealismo, dejó el modelaje y viajó a la Ciudad de la Luz en busca de Man Ray.
Se convirtió en su colaboradora y pareja. Juntos descubrieron accidentalmente la técnica de la solarización, un hito en la fotografía surrealista. Se dice que mientras Man Ray intentaba consolidarse como pintor—sin alcanzar la genialidad que tenía con la cámara—era Miller quien realizaba muchas de las obras que hoy llevan su firma. Su legado conjunto puede explorarse en museos como el Reina Sofía, donde se exhibe Objeto indestructible, una pieza que encierra su historia: un metrónomo con el ojo de Miller, el mismo que ella encontró en su apartamento cuando regresó a recoger sus cosas tras su separación.
En 1932, Miller regresó a Nueva York y abrió su propio estudio, consolidándose como retratista, muchas caras conocidas e intelectuales pasaron por allí. Su vínculo con Vogue se mantuvo intacto, pero su inquietud la llevó a un matrimonio con un millonario egipcio y a una nueva vida en El Cairo. Allí, su cámara capturó el choque entre el surrealismo y el tedio. Sin embargo, la nostalgia por su juventud en París, y una alta sociedad que nada aportaba, la llevó de vuelta a Europa, donde volvió a reunirse con sus amigos artistas en la casa de Picasso, en Mougins.
Pero la historia de Miller se nutre en lo más íntimo de los círculos bohemios. Pero al crear se sale de la línea. A finales de los años 30, conoció a Roland Penrose, otro personaje fascinante con quien compartiría su vida, pero aún no era el momento de asentarse. Con la Segunda Guerra Mundial en marcha, Lee Miller se convirtió en una de las primeras mujeres en acreditarse como fotoperiodista de guerra, algo poco común en una época donde pocas reporteras habían estado en el frente: Gerda Taro y Kati Horna, lo hicieron poco antes en la España de la Guerra Civil. Así las cosas, con una acreditación de Vogue EE.UU., se unió a la cobertura de la contienda con una mirada cruda y sin filtros.
Es en el momento de su particular huida de Egipto, ya en Francia donde arranca la película sobre Lee Miller ( Ellen Kuras, 2023), producida por Kate Winslet y tras años de trabajo en el archivo custodiado en la casa familiar, en Farley Farm, en UK. Tras ganar un Globos de Oro, un Bafta y tres premios independientes británicos, acaba de llegar a las pantallas españolas.
En la gran pantalla, Kate Winslet retrata esta faceta de Miller con intensidad. La vemos en los bombardeos de Londres, en Saint-Malo, en la liberación de París. Sus imágenes reflejan el horror de la guerra con una claridad desgarradora: muertos, heridos, edificios derruidos, el miedo en los rostros. Pero también supo capturar la vida entre las ruinas, la resiliencia de las mujeres, la risa entre escombros y el icónico retrato de una cantante de ópera entonando un aria en las ruinas de la Ópera de París. Todo lo aprendido tiene huella en la fotografía de Lee, no pierde la técnica, no pierde el sentido de la estética, nunca la abandona el detectar los detalles que cuentan tanto, y la anormalidad de la guerra.
Y entonces llegó el día en que cruzó las puertas del infierno.
El 11 de abril de 1945, Miller entró en Buchenwald, uno de los primeros campos de concentración liberados. La prensa acompañaba al ejército en la liberación, pero lo que encontraron superaba cualquier sospecha. Su compañero, el corresponsal de Life David Sherman, recuerda que quedó paralizado ante la brutalidad de la escena. Miller, en cambio, reaccionó con un instinto periodístico feroz: "post-it mental, pensar después", y comenzó a fotografiar. Sus imágenes fueron enviadas a Vogue EE.UU. con una nota simple y estremecedora: "Créedme". Así, la revista de moda se convirtió en uno de los primeros medios en tener y en publicar la prueba visual del horror nazi.
La famosa imagen de Miller en la bañera de Hitler en Múnich ha sido analizada, no hasta el cansancio, invito a que busquen esa historia. Un testimonio de memoria, periodismo y surrealismo que encapsula su vida y su manera de desafiar la historia. Pero, al igual que muchas de las personas que documentaron la guerra, Miller no salió indemne. Su trauma postraumático disparó un alcoholismo que la consumió, para una joven del NY de los 20 y el París de los 30, el alcohol no era novedad. Guardó sus fotografías de aquella época en una caja de cartón y las ocultó del mundo hasta su muerte.
Sin embargo, siguió adelante. Fue madre a los 40, trabajó junto a Penrose – biógrafo de Picasso entre muchas otras cosas, ella es la persona que más retrató al pintor- y tuvo una última etapa profesional como articulista de cocina en Vogue, fue muy leída, reinventándose una vez más. La historia de Lee Miller quedó enterrada en su propio desván hasta que su hijo la redescubrió y le devolvió su lugar en la memoria colectiva. Hoy su nieta se encarga de ello.
Bravo, Ellen Kuras. Bravo, Kate Winslet, por contar tan bien a Lee. Por conmovernos en la oscuridad del cine con la vida de una mujer que nunca dejó de mirar de frente.