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Ley integral del beso

08 de Julio de 2024
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Beso

Corría el año 1729 cuando el escritor satírico irlandés Jonathan Swift escribió un breve relato titulado "Una humilde propuesta". Repleto de humor negro sugería a los menesterosos irlandeses que sufrían de una pobreza insoportable que vendiesen a sus hijos como alimento para los ricos terratenientes. La carne infantil, aleccionaba Swift, mejoraba considerablemente la dieta de los opulentos ricachones y proporcionaba ingresos a los necesitados padres, toda vez que ni la procreación ni la lactancia generaban beneficio alguno.

Casi tres siglos después carecemos de cualquier sentido del humor. Es por eso que no es mi intención realizar crítica alguna acerca de un acuciante problema que puede poner en riesgo los cimientos de nuestra civilización y que precisa, por tanto, de urgentes medidas. Me refiero por supuesto a los besos no apropiados, que son la mayoría, aunque solo sea por las enfermedades que pueden transmitir, y los todavía más perniciosos besos robados a traición con alevosía y premeditación. Con creciente indignación padecemos a diario, en nuestra inclusiva y sostenible España, el azote de unas imágenes potencialmente muy peligrosas porque la sombra de la agresión sexual empapa los besos como la leche las torrijas, sin que la gente se percate del riesgo latente que en ellos se agazapa. Rubiales ex presidente de la Real Federación de Fútbol es tan solo la punta del iceberg. Todos vimos como ese monstruo lúbrico tuvo la desfachatez de plantarle "un pico"( para los no iniciados y puros de corazón un tipo de contacto labial) a una jugadora, en una final deportiva, delante de todo el mundo y observado por las cámaras de televisión. A la violencia sexual del acto en si, es menester añadir el agravante de exhibicionismo que terminará sin duda de dejar traumatizada a la víctima por todo el resto de su ya desvencijada existencia.

La idea de una ley integral del beso se gestaba en mi interior desde que contemplé aquellas horrendas y traumatizantes imágenes del engendro lujurioso de Rubiales abusando de un ser de luz como Jenni Hermoso. El alumbramiento de la idea se produjo al leer en este mismo diario la comparación de ese luctuoso y televisivo suceso con la sentencia del Tribunal Supremo  a un policía por besar a una detenida sin su consentimiento. Inicialmente y debido a mi educación patriarcal me pareció que el contexto de ambas situaciones era muy distinto y que las intenciones del policía y de Rubiales diferían por completo, por no hablar de la posición personal de ambas mujeres, la reclusa y la campeona. La necesaria reflexión me convenció de que estaba dejándome llevar por mis prejuicios machistas y decidí perfilar la idea para que actos peligrosos como los besos, no estén sujetos a interpretaciones aleatorias  de jueces o fiscales y no dejen a ningún culpable sin castigo. Si. Puedo parecer rigorista, pero siendo varón todo mindundi sabe que lo más seguro es que sea culpable, al menos de pensamiento. Que si, que también se peca de pensamiento. Lo decía el catecismo.

Para una clarificadora ley lo primero sería una atribución numérica al beso que determinase de 0 a 10 la intensidad del delito. El más grave el beso de un hombre a una mujer. Sería necesario considerar el caso contrario, es decir, la iniciativa femenina, pero esta es más rara (a mí, al menos jamás me ha sucedido) y de todos modos la puntuación del hecho debería reducirse directamente a la mitad ya que todos conocemos que los hombres son más insensibles y rudimentarios. De los ósculos y carantoñas bucales entre personas del mismo sexo carezco de experiencia, pero pienso que se podrían contratar expertos, expertas y expertes vinculados a una dirección general específica para ellos. Esta dirección general sería dependiente a su vez de un Ministerio de besos y moral desvinculado ya del de Igualdad, desbordado por el exceso de trabajo y que descuida, por tanto la vigilancia de peligrosísimas interacciones. También sería indispensable la puntuación corporal del beso, con un gradiente entre la mejilla y las partes pudendas. Estas últimas son localizaciones de valoración compleja ya que precisan por definición de cierta desnudez y de un consentimiento al menos tácito y por tanto son de baja puntuación. La utilización desenfrenada del apéndice lingual añadiría varios puntos a la valoración, de tal modo que un beso en una oreja (no más de tres o cuatro puntos) puede escalar hasta los siete u ocho si se emplea la lengua sin moderación.

Como diría Jonathan Swift  creo que la proposición es a la vez humilde y de gran utilidad. La ley precisaría por supuesto de un desarrollo con numerosas disposiciones y reglamentaciones dada la complejidad de la conducta considerada con numerosas variaciones individuales. Las agresiones sexuales clásicas ya bien tipificadas, corresponderían a otros ámbitos y ministerios y no al del beso y la moral. Se precisarían juzgados especializados en besos y policías suficientemente formados distinguibles por el color rosa vivo de sus uniformes. Y no nos olvidemos de las correspondientes partidas económicas ya que de lo contrario, todo esfuerzo por bienintencionado que sea ,resultaría infructuoso. Otra posible dirección general podría quedar encargada de ofrecer una educación paritaria e inclusiva con las instrucciones precisas sobre el modo de besar y evitar disgustos no deseados. Ya puestos, otra dirección general trabajaría nuevas leyes sobre las miradas y el onanismo que también constituyen problemas a considerar sobre todo en los hombres, tan inconscientes, lujuriosos y dejados de la mano de Dios. Por lo pronto ya tenemos en ciernes una ley sobre la pornografía. ¡Cielos! ¡ Mi DNI inundará la red de redes!

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