El Gobierno no para en la provocación a la oposición y a la moral conservadora de los bien pensantes españoles. Algunos perciben con cierta exageración que se está produciendo un cambio de civilización, porque estamos perdiendo los valores. Ya lo anunció Nietzsche: transvaloración de todos los valores. En la civilización anterior se habían adueñado de ellos los ‘débiles’. Ahora los ‘fuertes’ están convocados para cambiarlos. La cuestión es reflexionar acerca de los valores que estamos cambiando y que es lo que estimula a ello.
En este caso no se trata de arrasar con todo lo anterior, porque la ley trans, recientemente aprobada en el Consejo del Gobierno, se sitúa en los derechos humanos, ampliándolos y mejorándolos. Faltaba este complemento importante para ampliar los derechos. Por si alguien no conociera el tema consiste en la posibilidad de cambiar de sexo y nombre, es decir, que se puede modificar el sexo. El sexo es algo constatable biológicamente, mientras que el género es una construcción cultural. Trans es la abreviatura de transexual. La cuestión debatida es si la identidad de género es distinta del sexo asignado, en cuyo caso se desea alterar o modificar los cuerpos propios, porque se sienten desconectados entre sí.
La polémica la han levantado las propias feministas, exigiendo la dimisión de la Ministra de Igualdad, Irene Montero, por confundir la ley sexo con género. Creen que esto borra a las mujeres. El sexo existe, pero el género no.
Creo que hay razones para hacer una ley trans. Todas se basan en la necesidad de un tratamiento igual y no discriminatorio a las personas. Por ejemplo, si una persona de sexo masculino se siente mujer, será discriminada jurídica y socialmente, cuando no se reconoce su identidad femenina. Y viceversa. Para que haya un tratamiento igual y no discriminatorio habría que reconocer la identidad de género. ¿Y si alguien plantea que no hay género, porque todo es un constructo social? Entonces estamos ante un verdadero problema.
El caso es que desde el nacimiento se nos determina si somos hombre o mujer, sin tener en cuenta cómo seremos después. Claro que se hace en función del sexo y no por capricho o de modo artificial, otra cosa no pueden hacer los progenitores. Tal determinación hace que se nos trate de una manera o de otra hasta adquirir nuestra identidad propia. ¿Y si la que ha sido considerada como mujer cambia su género por sentirse hombre? Si actúa de este modo sufrirá mucho, dado que la sociedad no permite tal forma de comportamiento y somete a estas personas a toda clase de burlas, discriminaciones y hasta violencias. Esto hay que arreglarlo legalmente. Cuando la gente no encaja en el cuerpo que le han dado, se puede producir una patología importante, al no visualizar la nueva identidad a que tiene derecho. Hay suficientes recursos tecnológicos para solucionar tales problemas.
Lo que era visto como enfermedad o perversión quedaría despatologizado con la nueva ley. En este sentido los derechos humanos incluirían una evidente mejora en sus contenidos. Al tener derecho a la identidad que deseo, la discriminación ya seria contra la legalidad, que me protege manifiestamente.
Con la nueva ley se podrá cambiar de género, mediante una declaración en el Registro Civil, sin que sea necesario informe médico, ni testigos que confirmen la nueva condición. Es uno mismo quien lo determina. Todo quedará resuelto de forma muy breve, en unos cuatro meses. Incluso, se puede recuperar el género anterior en el ámbito judicial, mediante manifestación voluntaria. De este modo se garantiza la seguridad jurídica y se evitan fraudes. Se da una responsabilidad y capacidad de decisión a los adolescentes como nunca se había hecho hasta hoy.
Todo esto se podrá gestionar a una edad temprana, desde los 16 años. Entre los 14 y los 16 la persona menor tendrá que ir acompañada de sus padres o tutores. No se necesita hormonarse ni operarse, aunque hay libertad para hacerlo. Sobre todo, ya no son enfermos a los que se les ofrece un tratamiento específico. Se hará todo de forma muy espontánea y voluntaria. No podrán emplearse ya terapias para la reconversión, ni contra condicionamientos para modificar la orientación sexual.
Las consecuencias no se harán esperar. Las mujeres lesbianas y bisexuales podrán acceder a técnicas de reproducción asistida en el Sistema de Salud. Igualmente serán madres biológicas, aunque haya parido solo una de ellas. Desde el punto de vista educativo se incluirá en el currículo el respeto a la diversidad sexual, de género y familiar y serán protegidas las personas LGTBI contra discriminaciones o violencias en cualquier ámbito y contra cualquier tipo de acoso.
No puede negarse que el cambio histórico sea considerable y que la sociedad tarde en adaptarse a las nuevas situaciones, porque todo cambia. “Cambia, todo cambia”, cantaba Mercedes Sosa, “que yo cambie no es extraño”