Nada descubriré si afirmo que no hay democracia posible sin libertad de prensa. Es ética, estética y políticamente imposible. Como bien saben los constitucionalistas, la ley de leyes contiene derechos, deberes y una tercera categoría que participa, en distintas proporciones, de ambas naturalezas. Son los llamados derechos-deber. A su vez, hay derechos cuyo ejercicio gozan del auxilio de la Justicia (el derecho al honor, por ejemplo) y otros que, como una brújula, marcan la senda por la que han de caminar nuestros representantes (el derecho a la vivienda v.gr.)
La libertad de prensa es un derecho, un deber, goza del amparo de los tribunales y de su fortaleza dependerá, en gran medida, la salud de la propia democracia. El poder político puede y debe ser un instrumento maravilloso para mejorar las vidas de los ciudadanos mas, como toda arma, presenta doble filo. El poder puede trastornar la mejor de las disposiciones. El hombre es tan débil como bipolar el poder. Hay quien, desde el principio, persigue el poder con fines deshonestos. Lo común, creo yo, es lo contrario pero, probados sus néctares durante demasiado tiempo, el poder acaba sirviendo únicamente a su propia preservación. Es entonces cuando el político cruza una línea en absoluto delgada, sirviéndose de cuantos resortes, atajos y claudicaciones sean necesarias para conservarlo y con él sus sabrosas retribuciones, privilegios y quién sabe si un ventajoso plan de jubilación. Habrá acciones delictivas y otras inmorales y ambas son extraordinariamente nocivas para la democracia. La democracia ha concebido instituciones y poderes para fiscalizar las desviaciones y desmesuras del propio poder pero la sombra del hombre es demasiado alargada. Suele apañárselas para neutralizar los antídotos concebidos por el legislador hasta convertirlos en meros convidados de piedra.
En situaciones de excepcionalidad es cuando la prensa libre ejerce su verdadera jurisdicción al servicio de la democracia y, en última instancia, del pueblo. Son momentos difíciles en los que periodistas de raza se juegan su futuro y, en algunos casos, la propia vida. La Historia está jalonada de periodistas desaparecidos, asesinados o extorsionados cuando lo averiguado representaba una amenaza para el poder corrupto. No se engañen. No hablo solamente de países totalitarios sino, también, de aquellos en los que el hedor de sus cloacas ulcera toda democracia meramente cosmética.
Es natural e incluso necesaria la coexistencia de plurales líneas editoriales, gestadas desde determinadas convicciones ideológicas y estrategias empresariales que, entre otras cosas, pagan las nóminas. Todo el mundo tiene derecho a comer y los periodistas, como la inmensa mayoría de los mortales, han de lidiar con determinadas servidumbres y renuncias que, con un mínimo de imaginación, podemos intuir y comprender. Mas para eso está el ingenio que suele alcanzar su más elevada expresión en circunstancias hostiles. Distingamos la censura convencional (como la que se sufrió en la España franquista) de la autocensura que, auspiciada por el pensamiento único, se ha instalado cómodamente entre nosotros. Tal es así que cuando algún intrépido nada río arriba, suele ser condenado al ostracismo del silencio mientras intenta sortear la lluvia de insultos y oprobios.
Al otro lado ocurre otro tanto si bien el pensamiento ni es tan único ni tan astutamente propagado. Y así, entre injurias y escarnios que, como las lanzas de una batalla, se encuentran en el cielo antes de iniciar una trayectoria descendente; entre líneas editoriales que faltan a la verdad a sabiendas, entre columnas de opinión escritas por encargo, entre artimañas gubernamentales blanqueadas por medios zalameros o entre aciertos del gobierno silenciados por medios adversos, la razón, la verdad y el bien común son los verdaderos damnificados.
Hay motivos para la esperanza y este medio es un claro ejemplo de ello. Lo digo porque merece ser dicho. La línea editorial de Diario 16 es nítida y bien conocida. Una vez llamé a su puerta y éstas se abrieron de par en par. Desde entonces se me han publicado todos los artículos que les he mandado y en muchos de ellos se vertían reflexiones u opiniones radicalmente contrarias a su legítima línea editorial. Hace bien poco, un lector daba su opinión sobre un artículo mío y comenzaba diciendo que, por su contenido, era más propio de otras publicaciones cercanas a la derecha política, explicitando unas cuantas a título de ejemplo.
En un principio pensé: pues tiene razóneste señor. Un instante después comprendí mi fortuna por escribir en un medio en el que reina, como valor superior, la libertad de expresión. Mi voz es casi insignificante y ninguna amenaza represento para al diario pero no es menos cierto que si mañana mismo dejara de escribir por decisión propia o ajena, el mundo apenas lo notaría. Quiero decir con ello que Diario 16 (que para mí tiene nombre y apellidos) permite a este humilde escritor juntar y publicar sus letras en total y absoluta libertad. Diario 16, como ya lo fue una vez, está llamado a ser el periódico de la II Transición pues la primera hace aguas por doquier. Soy tan afortunado que en Cieza, mi patria chica, me ocurre otro tanto. Escribo en el semanario local “Crónicas de Siyasa”. El azar, bendito en este caso, quiso que mi camino se uniese al de Javier, el Director del citado periódico. Pensamos distinto sobre muchas cosas pero ambos amamos la libertad y la democracia. Un honor, querido Javier, colaborar humildemente en tu periódico.
Definitivamente, la prensa libre no es el cuarto poder. Es el primero si el lector también es libre para leer, escuchar y ver. La prensa y los lectores deben retroalimentarse y enriquecerse mutuamente. La libertad, también la de prensa, es esencialmente teleológica pues del fin perseguido y métodos utilizados dependerá el uso correcto o inaceptable de aquella.
La libertad de unos y de otros es una conquista permanente que exige humildad bien entendida, amor a la verdad, responsabilidad y la duda crónica. Cuando hablo de duda crónica no me refiero a un escepticismo irreflexivo sino a la conveniencia de calzar los zapatos de nuestros semejantes; vivan éstos a la vuelta de la esquina o a miles de kilómetros.
Me apasiona la escritura y conozco sus riesgos pues deja huellas de lo que somos. Criaturas minúsculas en un universo infinito que fascina y atemoriza casi a la par. Cuando en la noche clara miro las estrellas, comprendo la propia miseria de quienes grotescamente, y para sonrojo de aquellas, creemos saber algo. Pero cuando escribo y paladeo la libertad, me siento vivo; tanto como para seguir esperanzado en un mundo más justo. Y para este fin está llamada la libertad de prensa. Sea la de un medio grande como éste o más chico como el de mi pueblo.