Con ilusiones renovadas por la llegada del verano, los frutos, las flores y los pasteles serán los protagonistas de mi columna más suave y almibarada.
El bizcocho que muestro es puro limón, pero no uno cualquiera, es uno hecho con la mano de buda, que es una variedad que viene de China e India y que encontramos un día en el jardín de casa. Me llamó la atención su forma, era extraño y carente de armonía. Cuando acaricié el fruto me vi inundada por un intenso aroma a limón. Lo arranqué, aunque pensaba que no era comestible. Es que soy urbanita. Muy urbanita. Creo que era la tercera vez en mi vida que hacía algo así. La primera fue un dátil de mi jardín que, por supuesto, era “borde” y estaba malísimo. Y la segunda fue un fruto rojo de un bosque situado en un paraíso en el que las frambuesas y moras son puro terciopelo. Pero sigamos con nuestro limón. Reconozco, sin ningún pudor, que tuve que sondear a mis amistades para ver si sabían qué era aquello. La respuesta fue unánime y convincente: mano de buda.
¿Mano de buda? Se me encendieron todas las alarmas, yo debía conocerlo puesto que no hay porcelana oriental sin frutos ni pajarillos. Y efectivamente así es, el detalle del plato que muestro es de la dinastía Quing (1644-1911) período Quianlong (1736-1795), una de las épocas más productivas en la porcelana china. Estos limones en la cultura oriental significan larga vida y felicidad y suelen estar expuestos en las casas y altares de los templos. Deben su nombre al parecido que tienen con los dedos de Buda orando.
Según leí en su momento este cítrico está de moda habiéndose incorporado a la cocina de autor. El limón es muy especial ya que se puede comer en su totalidad, no tiene pulpa ni semillas y es muy apreciado tanto en repostería como para la elaboración de cócteles por sus propiedades aromáticas. La corteza no es amarga y el interior es ligeramente dulce. El olor embriaga. Es fascinante. Es un limón gourmet. El bizcocho que muestro lleva queso batido y la ralladura de medio limón. La cobertura está hecha a base de mantequilla batida, la raspadura de la otra mitad de nuestra mano de Buda, azúcar glas y nata.
Las fotos son una obra de arte, casi tanto como las porcelanas y soperas en forma de la mano buda que he visto en mis libros de arte oriental. Por cierto, el bizcocho estaba de rechupete.
En el plato también aparece una granada que es el símbolo de la fertilidad. Pero la flor por excelencia más representada en la porcelana china es la peonía, muy de moda en Europa y en los Estados Unidos. Cualquiera que la haya tenido en casa la querrá para siempre. Su fragancia y belleza hace que sea objeto de deseo en aquellos hogares en los que las flores marcan la diferencia. Una casa con plantas es una casa con alma. En China es la flor de la riqueza y del honor. En Europa la peonía se empezó a cultivar de forma intensiva en el Reino Unido en el siglo XIX. Actualmente, son los Países bajos los que lideran su producción. Como dato curioso diré que el agua de peonía ya se bebía como infusión en la Edad Media. Los pétalos se pueden agregar a ensaladas o limonadas. La peonía es una flor gourmetque también se asocia al amor, a la felicidad y a la belleza, al igual que el limón con el que he comenzado este escrito.
En definitiva, como vemos, las porcelanas chinas están repletas de simbolismo y belleza. Las peonías y la mano de buda con sus excelentes fragancias nos embriagan con sus fragancias. En Europa, las flores que simbolizan el amor por excelencia son las rosas rojas. Las hay de otros colores y todas enamoran por igual, porque el hecho de que alguien te regale flores implica que ha pensado en ti y que te considera tan encantadora como una rosa.
Las rosas tienen usos cosméticos y también en repostería. Recuerdo una tarta de fresas y agua de rosas hecha por mi hermana que era una auténtica delicia. Como se aprecia en la foto es puro chocolate negro decorado con azúcar glas y una sinfonía de frutos rojos. Pura pasión culinaria con el exquisito elixir de aroma floral: el agua de rosas. Peonías, agua de rosas y chocolate. ¿Se puede pedir más?
Para finalizar esta dulce columna diré, que deberíamos celebrar siempre la amistad y el amor con flores y deliciosos pasteles de limón y de chocolate con agua de rosas. Festejemos la vida y a quienes nos rodean con un toque de azúcar y la mejor de las sonrisas. Pero también hagamos que cada día sea único, especial y bello como homenaje a los que nos la dieron dejándonos tantas buenas enseñanzas. Y si hay rosas rojas y champán mucho mejor. Brindemos por la vida. O que la vida sea un brindis ¡salud!