Ciertamente tengo la sensación de que cada día vivimos como sociedad más en los acantilados de la sinrazón, altos, rocosos, distanciados en las cordilleras de la absurdez. Un tiempo de blancos y negros, de azules y rojos, de buenos y malos, de la limitación del análisis autocrítico a la mínima expresión y del compromiso con el interés general tendente a la construcción de puentes reducido a la nada en la escena política. Un momento en nuestra historia en el cual se condenan los pactos y los acuerdos en favor de la imposición de las doctrinas a cambio de la muerte del diálogo y la generosidad, elementos sobre los que se han fraguado los pilares de las democracias y el progreso de la sociedad. Tal vez, el interés de unos pocos sea ese, el de la división de la sociedad, en la de limitación de la posibilidad de la cooperación de la ciudadanía en la construcción de un mundo mejor por encima de credos, las posiciones políticas o doctrinales que nos distancian en favor de proyectos de beneficio compartido que nos una. Es curioso, pero desde que nacemos parecemos condenados a ser de un equipo, de una religión o de un bando político en esa permanente tensión de luchas de clases para identificar al enemigo de nuestros intereses, dejando de lado la posibilidad del entendimiento en lo que nos une dejando de un lado lo que nos separa . Y todo ello, aun sabiendo que el ser humano es heterogéneo como consecuencia de las circunstancias propias, directas o externas que le configuran como ser en su desarrollo vital.
Y es que, cada día que pasa, me alejo más de las verdades absolutas y me convierto en el mayor defensor de lo relativo, de la crítica al pensamiento unilateral o reduccionista de la diversidad humana y de nuestra propia sociedad. Beligerante incluso ante los discursos del enfrentamiento y la división social en forma de trincheras que sólo favorecen creo a quienes las defienden como salvaguarda a su propio modo de vida, ese que se estructura a partir del fanatismo de los seguidores de los falsos mesianismos. Pues a eso no responde la política, esa que debe ser entendida a mi juicio como el vehículo del encuentro y la superación de las diferencias en favor del beneficio común y general de la sociedad. Exigencia máxima esta que la ciudadanía debemos poner sobre la mesa de quienes dicen representarnos.
Por ello, yo hoy me declaro militante de la convivencia, de la generosidad y de la amplitud de miras por encima de las falsas diferencias. No creo por ello, que ninguna persona de las que habitamos la tierra aún con diferentes posiciones políticas, credos, doctrinas o confesiones no queramos lo mismo para nosotros y las personas que nos rodean: Bienestar, seguridad, progreso o libertad , valores intrínsecos en el ADN del ser humano que configuran el deseo que debe impulsar las sociedades democráticas para conquistar los sueños más puros y alejarnos de las peores pesadillas, esas que surgen desde los acantilados de la diferencias y los abismos de la noche, esa de cristales rotos a las que nos llevan los falsos líderes de hoy.