El otro día me acordé mucho de Marcelino. Y no, no lo hice porque este año se cumpla su centenario ni nada de eso. Es que simplemente lo eché en falta. Bueno, no a él concretamente, sino a ese tipo de sindicalista ideal; valiente, consecuente y firme en sus convicciones. De esos que, aunque todavía existan, a veces nos parecen como seres mitológicos que sólo vivieron en la mente de algún historiador fantasioso. El caso es que tuve un pequeño problema laboral, y nada más poner un pie en el edificio del sindicato, no pude evitar sentir que entraba en una empresa que me ofrecía servicios,algo así como una especie de mutua en la que se me brindaba asesoría legal, cursos, además de descuentos y promociones de todo tipo a cambio de una módica cuota mensual. Al poco de estar allí, noté la presencia de decenas de liberados burocratizados, que en ese momento a mí me parecieron como funcionarios desganados y poco contentos con su trabajo. Bueno, reconozco que tal vez todo era una impresión distorsionada de la realidad, pero fue lo que sentí, y desde luego si algo eché en falta en aquel cuadro fue a aquellos sindicalistas que decía. De esos que a veces ya casi no recuerdo, y que fueron curtidos en la lucha y no en los despachos, y que sobre todo son conscientes de que el trabajador y el capital están enfrentados por sus propios intereses de clase.Fue mientras esperaba mi turno para ser atendido cuando sentí de verdad a Marcelino. Y es que como tengo una imaginación prodigiosa cuando me aburro, casi creí poder verlo sentado junto a mí, con el jersey de lana que le tejió Josefina, mientras me decía que aceptar eso de la concertación social era como negar la lucha de clases. ¡Qué pena don Marcelino! ¡Lo que han hecho de tu sindicato es para no creérselo aunque se vea!, pero en fin... algo de culpa tendremos los afiliados que nos hemos acostumbrado a la cómoda posición de pagar cuotas y olvidarnos de todo hasta que tenemos un problema. Además no era justo meter a todos en el mismo saco. En ese edificio en el que estaba, yo mismo había vivido grandes jornadas de lucha, y había conocido a muchos hombres y mujeres que habían dado su vida por los trabajadores sin esperar nada a cambio. Aquellos herederos, compañeras y compañeros de Marcelino, algunos de los cuales seguían todavía al pie del cañón, a veces no destacaban en la estructura del sindicato, pero seguían estando allí, dándolo todo en una batalla que ya pocos nos creemos. No. No era razonable creer que todos eran iguales.De hecho, la casualidad quiso que esa misma tarde tuviera la oportunidad de hablar con uno de esos herederos de Marcelino, cuando recibí la noticia de que el Presidente del Comité de Empresa de la planta de Coca Cola en Fuenlabrada, Juan Carlos Asenjo, estaba de nuevo en un aprieto. El tema era complicado, y en lo que a todas luces parecía ser una venganza de la empresa, la compañía acababa de solicitar para él dos años y nueve meses de cárcel por unos supuestos delitos de "coacción" y "usurpación". La querella, que ni siquiera ha contado con el apoyo de la Fiscalía, ha sido aceptada, y aunque todo indica según los juristas consultados que no llegará a puerto, suponen nuevos quebraderos de cabeza para una persona que ya ha tenido que sufrir otros dos procesos penales que fueron finalmente archivados. El mensaje parece claro. El objetivo es dar una lección a esos trabajadores que se declaran insumisos a la injusticia para que no puedan ser ejemplo para sus compañeros. Hay que parar a esos locos que siguen resistiendo los embestidas del régimen, y qué mejor manera de hacerlo que usando el miedo para que en un futuro se abstengan de rebelarse contra los abusos de las grandes empresas.Al momento de saber lo ocurrido me puse en marcha y llamé a Juan Carlos para saber cómo se encontraba, y la lección de dignidad que recibí ese día no podré olvidarla jamás. Estaba agotado. Eso era evidente y no era para menos. A la carga de trabajo diario que tiene que soportar como dirigente sindical de una empresa todavía en conflicto, había que sumarle las persecuciones a las que se ve sometido como cabeza visible de unos trabajadores que han hecho historia en el movimiento obrero de los últimos años. Juan Carlos me reconoció que no puede parar, pero eso no le amedrenta, porque ya sabía a lo que se enfrentaba cuando decidió echarle junto a sus compañeros un pulso a la empresa. Juan Carlos no es nuevo en esto y sabía que iban a ir a por él, pero no tiene miedo porque no puede permitírselo. Ya lo han intentado en más de una ocasión y nunca pudieron con él. Como aquella vez que se le imputó un delito de atentado y una falta de lesiones por participar en la huelga general de 2012, en un proceso del que fue absuelto y en el que se reconoció que por el contrario, fue él el agredido por la policía.Juan Carlos sabe a lo que se enfrenta pero aun así planta cara al enemigo con todas sus fuerzas. Tiene conciencia de clase y eso es superior a cualquier otra consideración que pudiera hacerle dudar. No está solo en su lucha contra un Goliat al que ya han vencido en varias ocasiones, pues sus compañeros y compañeras además de las espartanas de Coca -Cola están junto a él. Su criterio firme frente al amarillismo de otros y las posturas claudicantes que algunos defienden a diario desde su mismo sindicato es lo que le hace especial. Y un ejemplo. Y eso es lo que seguramente sirvió para que los trabajadores de la fábrica venciesen a la gigante Coca Cola que ya se había frotado las manos pensando que iban a salirse con la suya. Pero no. No lo consiguieron porque no contaban con que todavía quedan sindicalistas con principios. Y que por mucho que lo intenten no podrán domar, ni doblar ni domesticar a todos, porque todavía, aunque a veces no los veamos, quedan muchos herederos de Marcelino. Y muchos Juan Carlos Asenjo dispuestos a recordarnos que podremos perder mil batallas pero nunca la guerra. Porque sólo el día que dejemos de creernos que la victoria es posible seremos derrotados.
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