La contemporaneidad no se estudia, se crea. Vistos los resultados de las elecciones últimas (y las por venir), me planteo el papel de la intelectualidad española y caben tres respuestas; la primera: una amplia mayoría es de derechas; segunda: la intelectualidad progresista es irrelevante; tercera: creyéndose progresistas, se deriva de su actividad un ultra-reaccionarismo justificativo muy años 30.
Lamento ser atrabiliario y lacónico, pero necesito respuestas. Si nuestras investigadoras, profesores universitarios, escritoras, arquitectos, pintores, escultoras, etc., son neoconservadores, ultraliberales y conservadoras, me parece estupendo todo lo que ocurre, se trata de posiciones alternativas y gana una. Nada que objetar. Tampoco lo hay si no representan(mos) más a que a una minoría insustancial, contra eso no se puede, salvo pedir consciencia de esa realidad.
Peor es la tercera opción. El debate público dejó de ser sobre ideas hace mucho; se comentan imágenes y posturas, pero, sobre todo, se calculan las derivas y sus beneficios, la posición no delata pensamiento, sino autocolocación para obtener componendas, prebendas o, al menos, evitar los perjuicios de alguna de las partes... al menos que te protejan los tuyos. El debate, imposible ya, no existe, se trata de ubicarse, un “Niña ¿tú de quién eres?”, tan caro al alcahueteo, pero sin contenidos ni oferta de negociación.
Los referentes hoy no existen, internet y su información castrada han sustituido al conocimiento, a la indagación, a la asunción personal de compromisos y coherencias. Una Universidad cocida en su megalomanía de convertirse en una F.P. con altura, una poesía vendedora de humo sentimental, una pintura ingeniosa y profesionalizada, una prosa entretenedora, una música inútil, una Ciencia desconectada de las realidades de la vida, un mundo intelectual engolfado en no analizar lo estructural que se va al fútbol o a la romería o al desfile procesional o que habla de tolerancia con religiones que son juegos de magia llenos de violencia y crueldad o que alucina alternando con ricos exquisitos que viven de destripar a millones de precarios o que pide descansar para irse de vacaciones (no existen las vacaciones para el intelecto, porque vivir es pensar), ¿se sorprende de que los estudios superiores no tengan impacto en la sociedad que los financia, que las poetas anuncien cerveza, que Picasso sea cancelado (por qué no Gesualdo), que las novelas lleven cuatro décadas siendo la misma mierda refrita que venden las editoriales y sus críticos de mentira, que los conciertos de clásica sean reuniones de jubilados, que la Medicina y la Energía se privaticen sin vergüenza alguna, que no haya polémica real sobre cómo vivimos, que los futboleros sean racistas, que las mujeres lleven mantilla sin saber por qué, que haya núcleos de fanatismo impenetrables en sociedades democráticas y no se intervenga, que la riqueza sea un horizonte (inalcanzable para la mayoría) en vez del conocimiento para (sobre)vivir?, una intelectualidad convertida en profesionales del entretenimiento ¿se cuestiona ahora el porqué del ascenso del ultrarreacionarismo antidemocrático?
Tu pupila en mi pupila... ¡el ultrarreacionarismo antidemocrático eres tú! Esta intelectualidad es la baza fundamental del neofascismo, porque no cumple con su obligación de análisis y de riesgo en cada movimiento, la falta de valor (“Sapere aude”) se ha convertido en el sustrato necesario, el abono, en el cagajón de una sociedad enferma en la que brota el dinero indiferente a todo lo que lo genera.
Nuestro cultureta de cabecera está siempre a la última, no sea que lo cojan en un renuncio y no quede guay en algún sarao, sarao donde hay que estar si quieres ser alguien. Sin visión de conjunto se lamen sus heridas cínicamente, indiferentes a un mundo como el dinero que persiguen, corrupto. Lo diré claro y metiéndome en berenjenales; yo escribo, si me llegare el dinero sabría aceptarlo, jamás he movido empero una neurona por conseguirlo. No, no es lo mismo, porque esto último te permite construir tu tiempo, ser parte activa de lo que debería ser tu huella útil en el mundo de las ideas, permite ser y alguien de fuera podría llamarte autor de tu época, o contemporáneo, o vanguardia, o algo así, independiente, individual, sólo con deudas reconocidas en las obras de otras, en el ejemplo de otros; creerse contemporáneo es ser incapaz de hacer nada más que lo que te mantiene, se es deudor sólo de quienes te pagan, las empresas o el público al que das lo que le gusta consumir, eso no es Arte, no es pensamiento, eso es prostitución anímica, el signo de un tiempo en el que los manipuladores, los demagogos y las aprovechadas, hasta el algoritmo de la IA, quieren tener una sociedad infantil para premiar o castigar y someterla sin fin.
Tomen esto como pataleta; yo lo hago con la preocupación de ver cómo políticos que no plantean ni una sola idea para el futuro de la Humanidad ganan terreno con la promesa de que todo el mundo podrá irse de desmadre a un VIP de una playa en una isla paradisíaca y exclusiva, llena de precarios limpiando sus vómitos, sémenes “desparriados”, papeles cagados y otras miserias corporales, de desmadre, vamos. A quién importa el futuro de nuestras hijas, la posible felicidad, felicidad de nuestros hijos... Busco respuestas. Si dejamos que la estulticia sea el medio en el que vivimos, no podemos extrañarnos de nuestra derrota (acepción naval). Quizá después de la guerra, despertemos otra vez.