Si hasta ahora aparecía como un candidato casi desconocido, ha bastado con sacar a la palestra un escándalo de corrupción por malversación de fondos públicos para que toda la prensa internacional se haga eco de quién es realmente François Fillon, el candidato conservador a las presidenciales francesas del próximo 23 de abril. Pero no contento con haberle creado un empleo falso de asistente parlamentaria a su mujer Penelope y dos falsos empleos a sus dos hijos en el seno del partido, el presunto caradura que, en un principio, se definía a sí mismo como alguien « honesto » y « honorable » y que ahora ha sido llamado a declarar por la justicia, pretende hacerle creer a sus conciudadanos que se siente “víctima de un asesinato político”. Víctima, dice.
Precisamente unas semanas antes de la campaña electoral el candidato afirmaba a bombo y platillo que “lo único que me haría retirarme de mi candidatura sería que se me atribuyera un delito”. Ahí queda eso. Unas semanas después y con un escándalo que poco a poco lo está dejando solo en el seno de su partido (por ahora son ya casi sesenta los políticos, incluido Bruno Le Maire, el responsable de Asuntos Internacionales de su campaña, los que lo abandonan, le dan la espalda y lo invitan a renunciar) no solo no se retira, sino que se repite con el mismo brío y ritmo del estribillo de una canción del Dúo Dinámico, el siguiente mantra: “no cederé, no me rendiré, no renunciaré”. Con el mismo orgullo del que no ha roto un plato en su vida. Y con el mismo talante con el que un cuñado cualquiera se aventura hacia la vida después de librarse como por arte de magia de 9 años de cárcel y una fianza millonaria. Igualito. Con la cabeza bien alta, Fillon ha decidido proseguir su carrera al Eliseo echándole fuerza, valor, coraje y mucha poca vergüenza.
Otra que tampoco se libra de los azotes de la justicia es la mayormente conocida como “Trumpette”, o lo que es lo mismo, la que tiene todas las papeletas para ganar las próximas elecciones en Francia, la ultraderechista Marine Le Pen. A ella también la persiguen por haber beneficiado a unos cuantos allegados (entre ellos a su guardaespaldas) con unos supuestos empleos ficticios, casualmente, también de asistentes parlamentarios. Se le atribuyen unos 300.000€ de deuda con el Parlamente Europeo por dichos trabajos falsos, pero la Trumpette se defiende diciendo que “en plena campaña no es momento oportuno para ocuparse de esos asuntos” y se agarra como un clavo ardiendo a su inmunidad parlamentaria. Sin embargo, y por alguna misteriosa razón, frente a este caso de corrupción existe una escasa cobertura mediática. Algo así como si la violencia ética de Le Pen se difuminara entre el affaire Fillon. Como si los escándalos fueran asunto de otros. En cualquier caso, nada parece enturbiar la campaña de la rubia del Front National.
A todo esto, y en medio del asombro, el corresponsal sueco en París, Magnus Falkehed manifiesta su desconcierto ante tal suceso asegurando que en Suecia cualquier altercado de esta magnitud resultaría imposible. Primero, porque cualquier ciudadano tiene acceso al control de las cuentas públicas, y segundo, porque en caso de que pudiera suceder algo similar, el imputado dimite voluntaria y automáticamente en las horas sucesivas al escándalo. Tal fue el caso de Mona Sahlin, una ex-viceprimera ministra sueca, que en los años 90 compró con la tarjeta de crédito del gobierno dos chocolatinas y un vestido. Los 35 euros que le costó todo aquello fueron suficientes para levantar la indignación de todo el pueblo sueco. Inmediatamente la señora Sahlin devolvió los 35 euros y dimitió sin pensárselo dos veces.
Y yo, ante esta interminable sucesión de “destapes” políticos, me pregunto ¿qué virus habrá dejado tontos a todos los que no viven en Suecia? ¿qué clase de falsa democracia permite que una degenerada clase política deambule a sus anchas sin cumplir condenas y sin devolver fianzas? ¿estaremos afectados casi todos por una memoria a corto plazo o una amnesia temporal?
Porque una cosa es que, fuera de Suecia, las cuentas públicas no sean tan transparentes, y otra muy diferente es que una vez estalla la desvergüenza y la inmoralidad, la Justicia se haga la sueca, y echemos a la “víctima” al saco de los corruptos con toda la resignación que el cielo nos ha dado y ¡hale! A seguir p'alante.
Sin consecuencias éticas, ni morales, ni físicas, ni económicas, automáticamente se legitima el robo, la estafa y el fraude. A ojos de todos, cualquiera diría que uno puede un día levantarse, desayunar, atracar un banco, volver a su casa con el botín y celebrarlo por todo lo alto como si fuera un triunfo, con la seguridad de que nadie nos va a denunciar. Y, ¿quién sabe?, con la esperanza de que un día hasta puedas llegar a ser Presidente de tu país.