El discurso antisistema era, en otros tiempos, cosa de la izquierda. Con excepciones, puesto que el fascismo supo venderse en los años treinta como una protesta contra lo establecido. Pura palabrería, por supuesto, pero algunos incautos creyeron que los nazis eran “socialistas”. Ahora, ciertas ideologías reaccionarias vuelven a presentarse con el aura de la rebeldía, en otro intento de capitalizar en beneficio propio la frustración popular. Determinados autores, al más puro estilo de la autoayuda, nos advierten de que vivimos bajo control, en Matrix. Suerte que tenemos a mentes privilegiadas que se ofrecen para sacarnos de nuestra ceguera. Por lo general, antes hay que comprar su libro.
El conspiracionismo lo invade todo. Detrás de cada cosa, incluso de la más inocua, hay un grave peligro para nuestra libertad. En más de una ocasión, la manía persecutoria se desata hasta extremos delirantes. Ni siquiera en YouTube tendríamos poder de decisión porque otros ya en establecido por nosotros que contenidos se ofrecen. Vaya. Qué decepción. Con las de veces que uno ha buscado canciones de grandes artistas que no están en la discografía oficial, entrevistas de sus escritores favoritos o documentos históricos.
Quieren que permanezcamos entretenidos, así que, si uno se busca cualquier inocente evasión, está colaborando en su propio entontecimiento. Nada más fácil que repetir el rancio tópico de que el futbol es el opio del pueblo, en una demostración más de elitismo. Puesto que el balompié es un deporte popular, vamos a despreciarlo. Como si grandes intelectuales, caso, sin ir más lejos, de Albert Camus, no hubieran sido admiradores del deporte rey. A nadie, en cambio, se le ocurre pensar que la ópera es el narcótico de la burguesía.
Las nuevas tecnologías serían, por definición, una herramienta de las clases dominantes, como si la experiencia no nos enseñara que también pueden ser un arma de los dominados. ¿Cuántas veces, por ejemplo, hemos visto como una manifestación se convocaba en las redes? El mundo digital también es portador de todo tipo de contenidos contrarios al orden establecido, de forma que ahora el disidente posee unas posibilidades de documentación, formación y acción insospechadas hace no tanto tiempo.
Los teóricos de la conspiración parecen creer que los ciudadanos somo criaturas por completo maleables, a las que es posible infundir cualquier idea por estúpida que sea. La retórica de estos autores puede parecer de izquierdas, por su insistencia en denunciar los manejos de las élites, pero bajo un barniz de progresismo se esconde un conservadurismo inquietante. Qué curioso que los mismos que hablan de ser críticos con el poder no duden en cubrir de elogios a un magnate como Donald Trump. Esto es lo que hace, por ejemplo, el youtuber Oliver Ibáñez al difundir un video titulado “Abogados de Trump revelan todo y la élite tiembla”. El millonario habría perdido la carrera a la Casa Blanca por una conspiración de los demócratas, no por méritos propios.
Igual que tantos extremistas de derecha en Estados, Ibáñez es un decidido partidario del creacionismo. Como terraplanista, argumenta en base a versículos bíblicos, interpretados desde la literalidad. Pero la cuestión importante es el motivo de su éxito. ¿Qué es lo que ha permitido que ideas tan extravagantes consigan, en los últimos años, su espacio mediático? Un sentido crítico mal entendido lleva, en numerosas ocasiones, a desconfiar de todo por sistema, incluso de los hechos más evidentes. Tal vez así se exprese un peligroso recelo hacia las instituciones de las democráticas, que en la lógica paranoica no son emanaciones del pueblo sino instrumentos de intereses ocultos al servicio de la opresión.
Respecto problemas a la pandemia de la Covid-19, demasiada gente se abona, con ligereza irresponsable, a la tesis de que hay un plan para recortar nuestras libertades con el pretexto de protegernos. Una vez más, lo que tenemos es el individualismo salvaje propio del neoliberalismo: yo debo hacer lo que quiera sin preocuparme de las consecuencias para mis semejantes. Esta filosofía se traduce, por ejemplo, en el rechazo al uso de las vacunas, un rechazo que se intenta justificar apelando a una jerga pseudocientífica.
En otro video de Ibáñez, “Trump y Bolsonaro explotan y revelan todo”, contemplamos a Joe Biden en el momento de vacunarse. Surge entonces una pregunta dirigida a sembrar las sospechas del espectador: ¿le estarán dando la misma vacuna que al resto de la gente? Naturalmente, no hay ninguna prueba que avale este comentario insidioso. Hay que desacreditar al líder progresista mientras se canta la apología de dos políticos, el estadounidense y el brasileño, de extrema derecha. Se intenta así una acrobacia que parece estar dando resultados: me presento como cruzado contra las verdades “oficiales”, es decir, como un abanderado de la libertad, pero en la práctica legitimo a los que quieren cargarse la democracia y sumirnos en un nuevo orden de autoritarismo y tinieblas.
Los conspiracionistas lo sacan todo de quicio. Abordan cuestiones serias con respuestas facilonas. No hay análisis, solo charlatanería y paternalismo, mucho paternalismo. Los adoctrinados, claro que sí, son siempre los demás. Ellos no adoctrinan, simplemente sacan a la luz verdades como templos. Naturalmente, si te atreves a plantear la más mínima sospecha, es que estás manipulado. Aún no te has unido al “despertar”. Suerte que podemos aprender a pensar por nosotros mismos creyendo todo lo que nos dicen. Para eso, cualquier gurú que se precie cuenta con su propio canal de youtube. No lo pienses más: suscríbete.