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Los rostros de la pandemia

26 de Abril de 2020
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coronavirus

Pensaba esta mañana quesi por algo se caracteriza el mundo actual es por constatar cuán complejo es loaparentemente simple y cuánta simplicidad encierra lo complejo. Le doy vueltasa esta idea mientras trato de establecer paralelismos entre la pandemia quesufrimos como consecuencia del coronavirus 2 y el momento político que también padeceen sus carnes el mundo occidental. La aparición en prensa de la disparatadapropuesta de Donald Trump de inyectar desinfectante y luz a los enfermos porCovid-19 no hace sino estimular mi reflexión, mi preocupación ante lo que estásucediendo. Leer lo que se dice me hace temer que el presidente de EstadosUnidos pueda llegar a causar, esta vez en su propio pueblo, una mortalidad sinprecedentes en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

Resulta paradójicoconstatar lo que nos cuentan los expertos al respecto de letalidad del virus.Es nuestro propio sistema inmunológico el que reacciona contra nosotros,provocando la llamada «tormenta de citoquinas» que tanta muerte provoca. Quenuestro propio cuerpo sea nuestro peor enemigo es algo que me desconcierta.Décadas antes, el VIH introducía la novedad de ser capaz de anular las defensasde los infectados, pero el coronavirus, lejos de inutilizarlas, las potencia,hasta producir una brutal respuesta inflamatoria que acaba con nuestra existencia.

Meditaba acerca de estascuestiones y sus indudables semejanzas con los fascismos que nos acosan y nosdificultan salir de la situación, epidemiológica y social, en la que estamos.Para empezar, no lo vimos venir. Ni a uno ni a otro. Si respecto a la enfermedadvírica nuestros epidemiólogos banalizaban acerca de su peligrosidad, tambiénlos políticos de algún modo despreciaron la resurrección del fascismo entrenosotros. Si la enfermedad era algo que sucedía en el Lejano Oriente, laaparición de líderes totalitarios únicamente sucedía en democracias noconsolidadas, como las de Europa del Este o las latinoamericanas. Como sinosotros, tras años de negacionismo en lo que respecta a la vigencia del legadofranquista, tras décadas de no haber resuelto el endémico problema educativo deeste país, no hubiéramos mantenido, mimado, diría yo, un caldo de cultivoidóneo para inocular entre los más vulnerables estas ideologías infantiloides,responsables del fascismo que ahora nos enferma como sociedad. Un virus no esun ser vivo hasta que infecta nuestras células y se introduce en nuestrainformación genética, al igual que el creímos que los totalitarismos estabanmuertos. Hasta que fueron capaces de introducirse entre gente capaz de lucharcontra sus propios intereses y, sobre todo, que es lo más grave, contra suspropios derechos como personas. Un virus aporofascista que los acabará matandocomo sociedad y terminará condenándolos a la indigencia social.

Es triste, es cierto. Nolos vimos venir. La democracia se puso una venda en los ojos, imitando alsímbolo de la justicia, pero no se dio cuenta, ciega como estaba, que labalanza, que también la representa, no solo carecía de equilibrio, sino quecada día estaba más y más descompensada. Ciegos también han estado todos y cadauno de esos intelectuales que, como plañideras, se quejan ahora de la situacióna la que hemos llegado,  que desde suspódiums autofabricados se lamentan de lo que sucede y añoran aquello quedenominábamos estado del bienestar, un estado del que no formaba parte unporcentaje importante de seres humanos que vivían, y todavía viven, en lamarginalidad. Un medio de cultivo idóneo para el aporofascismo, auxilioimpagable, germen idóneo para el disparate ideológico, la tormenta decitoquinas que sustenta el «Viva la muerte» de tan mal recuerdo para quienesconservamos algo de memoria y que soporta la necesaria muerte social queprecisan sus líderes para imponer su oscuro proyecto para el que no contamos lainmensa mayoría de la sociedad que, con mayor o menor número de migajas en suplato, no ha sido invitada al banquete. Y es que esto nos une a pobres y a laclase media, a los que gozamos de sistemas inmunológicos menos o más potentes.El virus nos ataca a todos, llevemos mascarilla de tela o las deseadas ffp2.

La Covid-19 es unaenfermedad que primero ataca a poblaciones de riesgo. A aquellos conenfermedades crónicas cardiovasculares o respiratorias y a personas mayores, enespecial al grupo poblacional que vivía en entornos cerrados como lasresidencias de ancianos. Y como la enfermedad, el fascismo infecta a gruposvulnerables y a los que viven asilados en la periferia de nuestras ciudades oque sufren las consecuencias de una política europea insensible a la correcciónde las desigualdades, descreída del papel equilibrador de las políticaspúblicas, del papel del estado como defensor de los derechos ciudadanos. Pero,lejos de detenerse en esa fase llamada de respuesta vírica, ataca al resto depoblación. Después, en su fase pulmonar, a quienes dan aire a la sociedad, atrabajadores, autónomos y pequeños empresarios que van a sufrir lasconsecuencias sociales y económicas de la pandemia. Y más tarde, el sálvesequien pueda de la tormenta que pueda llevarse por delante a quien todavíapiensa que va a salir indemne.

El resultado ya loconocemos. Quienes tratan de combatir la situación se encuentran desamparados.Sin equipos con los que defenderse de la infección, sin armas para combatirlaporque en estos años de aparente paz decidimos desarmarnos como sociedad. Puedeser que llegue el día en el que parezca que hemos vencido al virus, pero lasconsecuencias sociales de esta debacle permanecerán mucho tiempo. Y el caldo decultivo para reinfectarnos seguirá bien abonado. Definitivamente necesitamosuna vacuna. La médica puede que llegue en unos meses; la social… Tuvimoscuarenta años para fabricarla y no la vimos necesaria.

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