Reconozco que me entusiasma el anhelo de esos auténticos abecedarios que tejen unas circunstancias que verdaderamente alivian nuestras miserias humanas. Sin duda, tenemos que dejarnos enhebrar por los sentimientos de certeza, y pensar que detrás de todo conocimiento, están las emociones que nos reconducen. Lo importante es dejarse oír, asumir las tareas encomendadas, y arriesgar siempre. Ahí están nuestras propias historias, también las de nuestros progenitores, marcándonos el rumbo sin desfallecer. Lo nefasto es perder el ánimo, máxime en un momento en el que todos necesitamos ser arropados. Si hay algo que la pandemia ha puesto de manifiesto es esa interdependencia entre todos. Nadie puede caminar por sí mismo. Nos necesitamos unos a otros, a través de ese espíritu solidario que nos fraternice de verdad.
El apego por el bien común no es un añadido más a nuestras vidas, es una necesidad tan vital como el pan que nos llevamos a la boca cada día. Jamás nos dejemos abandonar. Cada ser humano, por grande o minúsculo que nos parezca, necesita del consuelo anímico de sus análogos. Quizás nos falte aún tomar esta actitud de servicio permanente. Hay que poner a la persona, con sus derechos y obligaciones, en el centro de toda atención asistencial. Cualquiera de nosotros podemos debilitarnos y demandar el acompañamiento, aunque sea para compartir problemas, con el fin de hallar soluciones conjuntas. Por desgracia, la respuesta humanitaria sigue sufriendo un grave déficit, también de fondos. No cerremos los ojos a estas necesidades, abrámoslos al horizonte de la clemencia y activemos la confianza en cada acción diaria.
Hoy más que nunca requerimos de coraje ante este duro acontecer de injusticias sembradas, lo que puede hacer que nuestras ilusiones se apaguen. Desertemos del miedo a fracasar. Engrandezcamos nuestros interiores con aquello que sacude el corazón y nos transforma, haciéndonos vislumbrar el desvelo por vivir en ofrenda continua, que es lo que francamente hace la vida interesante, sobre todo para luchar por otras atmósferas de paz y reconciliación.
En este combate por lo armónico, hemos de mostrar unidad y unión, antes de que la vulgar contienda nos deje sin deseos de quietud. Ojala el ensueño de la esencia de la familia humana, impulse su tronco consolador en medio de grandes adversidades. Propiciar los encuentros es un buen modo de avanzar en la pasión por crecer. En efecto, con la voluntad del querer, que lo es todo en el camino, hasta las ficciones se hacen realidad. Por ello, si quieres hallar donación, dónate tú antes a ti mismo y no desesperes en la espera del descanso, que todo tiene su tiempo para digerir y dirigir.
Sea como fuere, los moradores del mundo tienen que apiñarse, no podemos continuar enfrentados, todos debemos apostar por el diálogo sincero y el amor como las únicas vías que nos permiten avanzar en el respeto y en la consideración hacia toda existencia. Combatirse a sí mismo puede que sea un buen inicio de cambio. Si cada cual vence sus egoísmos, no tengo vacilación ninguna, de que la victoria de la concordia espigará por sí misma. Estas grandes visiones son las que pueden cambiar la historia, cuando menos para desmembrarla de las pesadillas que nos ponemos unos a otros. Desde luego, hemos de aprender a rectificar, para tener la audacia de caminar juntos, no distantes, puesto que nuestra propia naturaleza nos demanda conjunción de fuerzas. Nada mejor, en consecuencia, que cultivar el culto a la cultura del abrazo para engendrar la mejor representación, la caricia del verso que toma inspiración entre andares celestes y mundanos.
Precisamente, son las pequeñas cosas, ejecutadas en familia, las que nos abren grandes espacios para conciliar lenguajes. Lo significativo es reconciliar nuestros propios latidos, ponerlos en disposición de sumar anhelos y no restar entusiasmo; pues, en el fondo, todos tenemos que rehabilitarnos para mostrar esa capacidad de subsistencia del linaje, alimentándonos de afanes y nutriéndonos de esperanzas. En efecto, nuestras inquietudes humanitarias hay que dejarlas elevarse, acordes con las normas de derechos humanos y congruentes con la propia vida. Al fin y al cabo, perseguir los sueños es una manera de rehacerse de los escombros y de hacerse a los cuidados de la inspiración, que es lo que en realidad nos mueve y conmueve, hasta imprimir en nosotros el aliento del ser, bajo las riendas del pensamiento y las bridas de la utopía. Pensemos que soñar es la acción embellecedora más antigua. Toca, por tanto, cultivar la estética de la imaginación.