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Los transhumanistas sueñan con ovejas androides

31 de Diciembre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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ovejas

Una empresa sueca fabrica un chip subcutáneo para mostrar el pasaporte COVID. El prestigio de la técnica legitima así el apartheid social. Sus creadores consideran que no vulnera la privacidad, aunque es normal que despierte recelos: ya sucedió hace décadas con las tarjetas bancarias. El microchip ofrece información sobre las inoculaciones asociadas, el historial clínico y datos personales al gusto del usuario. El chip no es rastreable y se puede activar con un ordenador.

Estos dispositivos se utilizan como sustitutos de llaves o como billetes de transporte, lo que anticipa un mundo sin cerraduras bolsos o carteras. Pronto, para acreditar el estatus de ciudadanos de pleno derecho, será preciso mostrar sin matices una biomatrícula, lo que no es nuevo, pues las mascotas llevan décadas usándola. En todo caso, seguro que es el primer paso hacia otros tipos de datos biológicos y económicos como el historial crediticio y será útil como marcador de buena conducta ecológica. La geolocalización, sin embargo, es más simple: el rastro digital ofrece información precisa sobre los lugares y establecimientos que se transitan y la satisfacción que estos producen.

El microchip es la lógica natural después del bioteléfono inteligente, lo que conduce a la apoteosis de la socialización en aislamiento.

Es probable que esta experiencia acabe con los procedimientos burocráticos, un mal que atenaza al viejo continente. Acorta las tramitaciones y permite la completa tasación de los deseos del consumidor.

Lo cierto es que después de aceptar tan dócilmente un tratamiento experimental impulsado por la gran farma llega un tsunami tecnológico. Hace dos años una multitud de conciudadanos se mofaban con sorna: ¿Tú también eres de los del chip? Lo que sí sabemos es que la pulsera electrónica va en el mismo sentido, tanto como el collar de las amadas mascotas, es un proyecto ya operativo. La identificación subcutánea también es un hecho y miles de personas la utilizan.

Aceptar un microchip para segregar por motivos sanitarios traerá más variadas formas de eficiencia en la gestión pública de los recursos humanos.  

Sin embargo, esto puede provocar verdaderas pesadillas. La pretensión de liberarse de las limitaciones naturales es un absurdo lleno de riesgos. Por eso, Francis Fukuyama consideraba el transhumanismo como un peligro para la humanidad, pero en Silicon Valley gobiernan, y está lleno de pequeños dioses. Además, los exponentes de esta alucinación son audaces, por eso en octubre del 2021 se celebró en la propia sede del Colegio de Médicos de Madrid un congreso internacional futurista. En el vídeo promocional aparecen la nanotecnología y fragmentos de ADN, realidad virtual, robótica o la impresión de órganos en 3D más la ingeniería de paraísos artificiales: la salvación está aquí y ahora y este es su catecismo.

Tal y como publica Robert F. Kennedy en su brillante libro El verdadero Anthony Fauci: Bill Gates, las grandes farmacéuticas y la guerra global contra la democracia y la salud pública, el objetivo de los devotos hombre-máquina es liberar a la humanidad de las restricciones biológicas, a través de la Inteligencia Artificial con terapias novedosas como células madre y nanobots, vacunación y chips subcutáneos, de tal manera que una inmensa gestión de los datos ya sustituye las decisiones más importantes en la empresa o la política. Hace décadas que Jacques Ellul (1912-1994) lo imaginó así:

Para la sociedad psicocivilizada, la unión completa del hombre y la máquina se calcula de acuerdo con un sistema estricto, la llamada "biocracia". Será imposible escapar a este sistema de adaptación porque estará articulado con gran comprensión científica del ser humano. El individuo ya no necesitará conciencia ni virtudes. Su equipamiento moral y mental dependerá de las decisiones de los biócratas.

Si es posible potenciar las capacidades humanas prácticamente sin límites, implica, por definición, eliminar el sentido de la ética y la moral por un progreso definitivo y sólido, porque ha llegado a sus últimas consecuencias: la sublimación de una religión secular, técnica y cientifista.

La biotecnología no confronta a sus usuarios, de tal manera que la interacción entre sus portantes implica una plena identificación utilitaria. La red global no admite disensos y malas conductas. La expresión sentimental es públicamente manifiesta. Así es: en China han desarrollado una tecnología de reconocimiento facial capaz de detectar la culpa en el rostro del potencial delincuente. Las emociones son como un bosque vivo, donde las estaciones se suceden y son legibles porque dejan sus huellas en el rostro.

El ingreso en la comunidad ciudadana pasa por la absoluta certeza de la identificación de los usuarios y la transparencia pública, donde la persona solo tiene cabida en un conjunto, unido a una prodigiosa red de inteligencia de los datos. Las posibilidades están perfectamente tasadas por un infalible tecnocapitalismo.

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