Cuando estamos ante la crisis sanitaria y económica más grande que hemos conocido todos los que nos mantenemos vivos a día de hoy. Cuando hay más de 27.000 muertos por el dichoso virus en todo el estado, y cantidad de gente y de familias rotas por el dolor de la pérdida de sus seres queridos sin poder despedirse de ellos. Cuando los hospitales españoles todavía tienen cientos de personas ingresadas, y poco a poco van intentando llegar a la normalidad.
Cuando se ha paralizado todo un país entero para poder hacer parar el contagio de un virus inteligente que aprovecha cualquier situación de proximidad social para expandirse; cuando miles de personas no saben que pasará con su futuro profesional y de vida. Cuando todo esto está pasando, miramos hacia nuestros políticos, hacia, según ellos donde recae la soberanía del pueblo español, el Congreso de los Diputados, y en vez de ver acuerdos, consensos, coordinación, talante, y, sobre todo, mucho respeto, solo existen reproches, peleas, y muy poca política.
El Congreso de los Diputados se ha convertido, en aquel mercado de Jerusalén, que cuando Jesús entró a orar, encontró. Se ha convertido en un mercadeo de promesas, te doy esto a cambio de tus votos, pacto con este a escondidas del otro. Yo como soy oposición, solo digo no. Juego a dos bandas por si alguna me sale bien, ahora pido un mes de alarma, mañana cambio y pido medio, quizás vuelva a pedir más, o quizás, aquello que decían los otros de aplicar leyes generales será ahora la solución.
Y ese mercadeo se ha instalado en un gobierno que nos tiene acostumbrados cada día, a donde dije digo, digo Diego. Donde se salta quienes lo llevaron a la Moncloa con el espíritu de cambio y de diálogo, y lo primero que hace es centralizar competencias en un ministerio sin experiencia, bajo un mando único y armado, como si no fuera un gobierno de izquierdas, y sus abogados del estado no supieran que estamos en un estado descentralizado y de comunidades autónomas gestoras de sus competencias.
Un gobierno que prefiere buscar alianzas con la derecha, aquella que tanto ha insultado al propio Presidente, optando por la manera más fácil, que seguir con los valores que le llevó a su investidura, con aquellos valores de consenso, diálogo y concertación social. Y de solucionar los problemas de verdad desde los territorios, desde el diálogo y desde la cooperación absoluta.
Pero si no teníamos suficiente con todo eso, y en vez de estar preocupados por la situación que nos viene encima a nivel económica. Cuando muchos son los que no cobran nada desde hace semanas, y muchos son los que no saben que pasará con su vida laboral y familiar en las próximas semanas. Todavía nos ofrecen un espectáculo más, subidas salariales, pero atención, no para médicos y enfermeros, sino para guardias civiles y policías nacionales, con el único pretexto de contentarlos. No estoy en contra de sus reivindicaciones, pero sí como medida para contentarlos. Esto me recuerda el origen del salario, que lo instauró Roma para el ejército romano, y les ofrecía una extra a la Guardia Pretoriana para hacerla de su confianza. Todavía no se ha aprendido, que las reivindicaciones de los colectivos, son muy loables, pero se deben de hacer por sus canales de trámites y consensos sindicales, y cuando toca. Y que contentar desde el populismo una medida salarial, va en contra de la propia profesionalidad del colectivo, porque puede parecer mucho más un contentamiento y un compadreo, que solucionar una problemática estructural. Y lo más grave es que lo proponga en estos momentos un gobierno de Izquierdas que se alzó para cambiar las formas de hacer política.
Estos hechos, me han hecho recordar momentos personales de hace tiempo atrás, cuando con escasos veinte pocos años ostenté mi primer cargo público de dirección política de seguridad en mi pueblo natal, y me encontré grandes profesionales al servicio. Y aprendí desde aquel momento, que la lealtad no se compra ni se vende, solo la profesionalidad y el saber estar de cada uno donde le toca, hace que la gestión sea excelente. Los compadreos y los mercadeos tienen que estar fuera del ámbito de la política y de la gestión, y que la confianza no se compra, ni se ordena, ni se manda, se tiene por respeto y saber dónde le toca estar a cada uno. Nunca pretendí ser uno de ellos, porque ni lo era ni era mi función. Pero sí que pretendí, que la gestión técnica y profesional la tienen que hacer ellos bajo su experiencia, jamás el político. La función del político es la de trasladar las directrices políticas del gobierno, pero no de ser comandante con estrella grande. Figuraros si la lealtad profesional fue tal, que después de casi 20 años, todavía recordamos aquellos momentos con satisfacción personal.
Dicho esto, espero que este Gobierno de Izquierdas de Sánchez, rectifique, mire hacia sus socios de investidura, para encarar una legislatura durísima donde el diálogo, el consenso y las personas deben ser el centro de su gestión. Y ahora en estos días de luto, nos sirvan a todos para reflexionar sobre todo esto. Y, sobre todo, para honrar a nuestros muertos por el coronavirus.
Dicen que el luto se lleva por dentro, pero me sumo al recuerdo y a la memoria de todos los que hemos perdido por esta pandemia. No podemos olvidarlos, y se merecen que los honremos, porque la soledad de la crueldad del virus no ha permitido ni despedirlos ni acompañarlos en su última morada.
Toda nuestra luz para que hagan su viaje en paz, y sobre todo se sientan acompañados.
“Se han ido sin despedidas, sin lloros, sin casi rechistar. Se han ido sin exequias, sin ceremonias, con cementerios cerrados, y sin saber muchas veces por donde iban a pasar.
Se han ido sin flores, ni esquelas, ni recitales ni cantoral.
Pero se han ido siendo padres, abuelos, hijos de aquellos que los querían sin poder mirarlos por última vez.
Por eso, este luto ha de ser público desde el sentimiento social, desde el alma de cada uno de nosotros. Cada uno desde su propio sentir y desde su ritual.
No es momento de reproches, ni de manifestaciones vacías, ni de peleas absurdas, ni de gobiernos elocuentes.
Es momento de humildad, recogimiento, de rezar por nuestros muertos, porque cada uno de ellos, es uno de nosotros. Momento de unión, de valor y de humanidad”