La luz de noviembre es una llama temblona en medio del Big Bang. Es delgada y recogida como una vela encendida en la oscuridad frente al rostro de los muertos que se anclan a la inmortalidad de las fotos. El pasado se cree bello en el presente en el espejo de una foto. La luz de noviembre es una melancolía alargada y reposada frente al hedonismo y la aceleración de la sociedad. Se corta a sí misma el costado con un celaje afilado, como un dulce suicidio, para que se desangren los fotones frente al espectáculo bullicioso de las flores y los vivos en los cementerios. Los padres descansan en paz. Las madres descansan en paz. Los hijos descansan en paz, pero con un sueño perpetuo en la boca.
La luz de noviembre tiene una cicatriz de arrebol en su faz y suena a violines en el horizonte entre la esperanza y el olvido, los ángeles más alegres y los demonios más tristes forman la orquesta. Todas las luces son nómadas y ambiciosas y desean salirse del espacio y elevarse a los cielos, la luz de noviembre es sedentaria y siempre busca quedarse y oler a mar y tierra. La luz de noviembre es tenue y silenciosa y vive como una ermitaña refugiada en las cuevas innominadas del aire al cuidado de lo sagrado, alejada de los artificios y la luminotecnia dominantes, que serán orgiásticos y más gritones en diciembre. La luz de noviembre tiene una semilla, una célula, un embrión de noche que desquicia a las mañanas de noviembre. La luz de noviembre aunque brille y se desparrame resplandeciente guarda de continuo un crepúsculo visible en sus entrañas, que no se sabe si es ocaso o amanecer, si principia o acaba, si comienza acabando o acaba comenzando. No hay manera más plástica y natural de expresar la eternidad.
En noviembre se muere en Coyoacán Luis Cernuda como un verso solitario de exilio, de huida. En noviembre se muere Maradona como un gol en un estadio vacío, sombrío. En noviembre se muere Leonard Cohen como una melodía mortecina que aspira a perdurar con la luz atrapada y liberada por dentro. En noviembre se mueren las musas y resucita la verdad. En noviembre nos morimos todos un poco con un tímido rezo de luz en los labios.
La luz de noviembre es el ansiolítico perfecto que nos falta, apela a la quietud en medio de la vertiginosidad; le duele la astronomía y la tiranía del tiempo, pero no hará ni un solo gesto de dolor. Los fabricantes del mundo y los predicadores de conductas y estímulos se empeñan en imponer su ley a los humanos y sus quehaceres, que todo se haga, se consuma y transcurra a la velocidad de la luz. Te hacen creer que eres inmortal hasta que dejas de serlo.
La luz de noviembre mataría por una metáfora definitiva, pero al final se convence y prefiere la inefabilidad y la lejanía.
Luz de noviembre, sangre completa y circular, no es extraño que la vida y la muerte se confundan y se transfundan los pensamientos.