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Machismo por omisión

16 de Octubre de 2020
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Cojan un libro de historia y empiecen a subrayar los nombres de sus protagonistas. ¿Cuántos varones hay y cuántas mujeres? Y, si eliminamos nobleza y realeza o todas aquellas personas que aparecen por linaje y no por méritos propios, ¿queda alguna mujer? Ahora miren las reuniones del G7, las mesas redondas de expertos, de dirigentes, ¿cuántas mujeres hay? A cualquier extraterrestre le parecería un poco raro que el género constituyente del 50% de la humanidad, apenas aparezca a lo largo de la historia de esta. ¿Tiene algo que ver, todo ello, con el modo en que nos hemos gobernado, es decir, relacionado? Mayoritariamente, hasta hoy, mediante el uso de la fuerza y de la violencia: guerras, conquistas, esclavismo, sumisión. Cualquier estudiante de secundaria tiene este espejo ante los ojos. Pero hay más espejos.

El otro día a un servidor le dio por pensar que, atesorado ya medio centenar de años, algunas veces ha tenido que pedir el auxilio de un electricista. Repasando la memoria, no es muy difícil aseverar que nunca, jamás, me socorrió una electricista mujer. Si a ustedes sí, espero que convengan que es una muy extraña excepción. ¿Qué impedimento hay en la profesión de electricista para que la ejerza una mujer? Uno muy importante: el espejo social.

De niñas y niños, de adolescentes, mientras se va forjando el carácter y personalidad de cada uno, nos acercamos a esa crucial edad (17, 18 años) en que se debe enfocar el futuro. Durante este largo periodo de formación, y que somos tan vulnerables, el espejo social condiciona totalmente las ambiciones personales de cada individuo. Y el embrión de nuestra personalidad está constantemente condicionado por el sexismo, es decir, el machismo. Los roles que envuelven a las jóvenes y a los jóvenes determinan sobremanera sus posibilidades de elección. ¿Cómo lidiar con ello? Difícilmente podremos cambiar la historia si no es manipulándola y, como vemos a diario, tampoco es tan fácil cambiar el presente. Solo mediante una rebelión ante el poder de ese espejo social se podrá cambiar el futuro. Y ello únicamente es posible mediante una educación basada en un pensamiento crítico activo y autónomo, no pasivo y dependiente de la imagen que proyecta ese mismo espejo social.

Este machismo por omisión es aquél que limita los referentes de las mujeres y que, en menor medida, también condiciona el de algunos varones. Más invisible que el machismo activo al que solemos referirnos, condiciona el substrato de nuestra psicología y comportamiento de una manera casi definitiva, pues cuando nos formamos y vamos concretando nuestra personalidad, buscamos referentes con que servirnos, donde apoyarnos o asirnos, y al final les acabamos otorgando un valor casi irreversible. En el mundo actual, donde las mujeres, poco a poco, van ganando terreno en una sociedad tremendamente injusta con ellas, las niñas, las adolescentes o las jóvenes continúan formándose bajo unos estereotipos absurdos, simplemente machistas. ¿Qué porcentaje de mujeres hay en las carreras técnicas? El Instituto de la Mujer nos recuerda que, en estas carreras, apenas el 30% son mujeres que se matriculan; que, de estas pocas, apenas el 50% finaliza los estudios; que, de estas poquísimas últimas, en algunas carreras, apenas el 15% acaba trabajando de ello (https://www.inmujer.gob.es/actualidad/noticias/2019/ingenieraunivers.htm). Como dice el mismo estudio, las cifras están estancadas desde los años 90; es decir, que en los últimos 30 años no hemos avanzado nada en este aspecto, por mucho que nos pueda dar la sensación que se está revirtiendo el machismo histórico.

Tenemos, o deberíamos tener claro, que un alemán no es ni más ni menos inteligente que un portugués por el simple hecho de ser alemán. Tampoco un holandés respecto a un yemení. Pero sí que las oportunidades para desarrollar sus capacidades no son las mismas en un individuo holandés que en uno yemení. La sociedad occidental, en algunos aspectos, se (auto)considera avanzada no simplemente por una mejora de las condiciones técnicas que propician una mejor vida, sino porque iguala, poco a poco, las oportunidades de los individuos.

Pero esto, es “nuevo” en la evolución social humana. No hay que retroceder demasiado para comprobar que los humanos no siempre han pensado así... ni es necesario excavar para encontrar los que todavía defienden posiciones de gran ignorancia: ante ello, solemos señalar y denunciar como erróneos estos planteamientos para que no fragüen en nuestra sociedad. Y lo hacemos, normalmente, basándonos en una cuestión moral (condenar el racismo, la homofobia, el machismo, etcétera), pero la moralidad no nos debe hacer olvidar un aspecto importante: que tales planteamientos, científicamente, son mentira. Son las posibilidades de educación, de formación y de enseñanza, de nutrición y salud, las que determinan, y no la pertenencia a una tribu u otra, a un sexo u otro.

Hoy en día sabemos con certeza que las mujeres no son menos inteligentes que los hombres, y que sus capacidades para según qué oficios o estudios o cargos no están delimitadas simplemente por su sexo. Es decir, que una mujer tal no es menos ni más inteligente o capacitada que un hombre cual por el mero hecho de ser mujer. Tener que decir esto en voz alta, y hoy en día, da un poco de vergüenza, pero más vergüenza nos debería procurar ese espejo social que ejemplariza todo lo contrario a base de los roles que expone.

Naturalmente no podemos retrotraernos a la Edad de Bronce para saber con seguridad si se pensaba de una manera u otra, pero sí que podemos hacerlo unos cuantos centenares de años atrás para leer, consternados, lo que muchos hombres inteligentes (en algunos aspectos) consideraban de las mujeres. La creencia que tal depreciación de sus capacidades, que no es sino un menosprecio, estaba justificada biológicamente (¿?) era tan extensa que incluso podemos suponer que muchísimas mujeres creían en ello. No obstante, hoy podemos dilucidar que, tal pensamiento, arranca de una concepción varonil que poco, o nada, tiene que ver con la inteligencia: el poder basado en la fuerza física. Ha sido este el motor de la organización social a lo largo de los siglos, y es lo que ha encumbrado a los varones a dirigir la sociedad, incluso en los ámbitos religiosos o espirituales: ¿Moisés, Jesús o Mahoma podrían haber sido mujeres? Incluso Buda, o Lao-Tsé, o Confucio. No es una pregunta tan absurda, pues toda creencia se basa en un acto de fe y no en su veracidad científica, e históricamente las creencias han servido para cohesionar una tribu social bajo sus dirigentes; y, en unas sociedades estructuradas primitivamente (el Antiguo Testamento es de la Edad de Bronce; el Nuevo, de hace dos mil años; el Corán, unos mil cuatrocientos atrás), primitivamente, decía, en sociedades estructuradas mediante la fuerza física, estos dirigentes han sido siempre varones: de nuevo, repasemos los libros de historia.

Retomando por un momento el ejemplo del holandés y el yemení, referente a la desigualdad en las posibilidades que cada individuo desarrolle sus capacidades, cabe decir que el conocimiento de esto no siempre anula el racismo. A veces, da lugar al “racismo pragmático”. Este sería el que mira al yemení y lo considera inferior no por el hecho étnico o biológico de ser yemení, sino por la posibilidad de que este no haya podido desarrollar sus capacidades. Es la misma posición del que teme al de tez árabe o mora por la posibilidad de que sea un extremista islámico. Tal persona, niega la mayor, pero se comporta, al fin y al cabo, de la misma manera. También, si se le presenta una mujer electricista en casa, se la mirará con suspicacia. Si me aceptan esta “visión”, estaríamos rodeados (incluyéndonos o no) de “machistas pragmáticos”, incluyendo varones y mujeres. Serían o seríamos todos aquellos que abogamos por la igualdad, que sabemos de su certeza, pero que nuestro comportamiento sucumbe al espejo social. Siguiendo las estadísticas del Instituto de la Mujer referente a los estudios técnicos, pensaríamos que una mujer, por el hecho de serlo, “probablemente” no esté tan capacitada como un varón para una cuestión técnica. Este sesgo nos adentra en un círculo vicioso que no hace sino afianzar ese rol social que proyectamos sobre las mujeres y toda la sociedad.

Coqueteamos con la igualdad, pero siempre por la superficie, olvidándonos de algunos aspectos importantes donde se apoya la formación de la personalidad. La esperanza de un mundo igualitario y más justo, tal vez recaiga sobre unas jóvenes que no se conformen, que no exijan pasivamente, sino que se rebelen activamente. Claro, entonces son llamadas “extremistas” o “radicales”, y descalificadas. Pero, para que tal acto no caiga en saco roto, para que sea mayoritario, de alguna manera u otra hemos de subvertir los referentes y el espejo social que se les ofrece durante su proceso formativo, tanto a las niñas como a los niños. Mientras tanto, todo serán soluciones a medias que, como la experiencia nos demuestra (y sobre todo en este país), eso nada tiene que ver con una solución profunda y efectiva.

La educación mayoritaria (la pública y laica, y uno opina que así debería ser toda), está basada en que niñas y niños son sujetos pasivos (la educación religiosa, todavía más). Propiciar un pensamiento crítico es aprender, de niñas o niños, a que nuestra personalidad no esté sujetada por la influencia externa de un modelo tal, pues sino es imposible el cambio por un modelo cual. Tal nudo gordiano no puede deshacerse: en algún momento habrá que proporcionar las herramientas para un corte. Y tal herramienta no es sino crear el hábito de un pensamiento propio y crítico, autónomo, potenciando el análisis del discurso recibido: reconocer las palabras huecas, las proclamas vanas y vacías de contenido. Sobre todo, discernir la creencia y la falsedad de la verdad.

Cada vez hay más historia que aprender, más ciencia, más idiomas (pero de una manera efectiva y real), más tecnología, sin olvidar la lengua, la filosofía, el arte. La edad adulta también se retrasa, independientemente de las razones: la emancipación del núcleo familiar se posterga, así como la entrada en el mundo laboral o la edad de tener descendencia. No obstante, se mantiene esa edad de 18 años en que se debe decidir qué carrera, en qué estudios especializarse (sin tener en cuenta la primera criba que se produce al pasar de secundaria al bachillerato). ¿No sería más lógico retrasarlo todo un poco? Dar más tiempo a afianzar una cultura general, a consolidar la personalidad de cada uno. Los que atesoramos unos cuantos puñados de décadas sabemos que, haber empezado una carrera con 18 o 20 o 22 años, es irrelevante: lo importante es la capacidad que haya desarrollado uno, las posibilidades de aprovechar esa oportunidad (pues toda enseñanza es una oportunidad). Y un servidor, que es lento, lentísimo, opina que los cambios rápidos solamente son fructíferos si se han fraguado lentamente.

Hace ya bastantes años, todavía de niño, salía del colmado de Miguelito. Con una lata de conserva en las manos (caducada y, claro, en oferta), coincidí con Mafalda unas cuadras más abajo. La vi muy ajetreada y, al preguntarle qué sucedía, me dijo: “o cambias el mundo rápido o es el mundo quien te cambia a ti”. ¿Alguien lo duda? Nadie puede, de una manera verídica y científica (es decir, apoyándose en datos y hechos) defender que el sistema actual es sostenible de cara al futuro. No se puede por una sencilla razón: porque no es verdad. Que a algunos les guste así, que a otros les sea cómodo o se beneficien de ello, que no les agraden o no vean alternativas posibles, no niega la veracidad de esta constatación: el sistema actual que se está imponiendo en todo el planeta es insostenible. La discusión solamente es referente a cuándo llegará el colapso. La veracidad de tal constatación solamente se cuestiona desde la mentira, la manipulación o la omisión interesada. Si somos incapaces, si somos tan indolentes o ineptos, de encontrar una solución o alternativa, es una aberración condicionar los ciudadanos futuros mediante unos sesgos que ya sabemos que son tan absurdos como falsos. Y relegar a las mujeres, ese 50% de la población mundial, al condicionarlas mediante unos valores que representan la más cerril y primitiva visión varonil, es impedir al futuro a, tal vez, un cambio de perspectiva del cual nos beneficiaríamos todos. O casi todos, pues exceptuamos esa élite (predominantemente masculina) que se beneficia en la fugacidad de una vida personal mediocremente lujosa lastrando las posibilidades de un cambio real y efectivo.

Empezamos el artículo cogiendo un libro de historia. La historia es la que es, y aceptarla es un signo de madurez, entendiendo que comprender los errores de un momento dado no es justificarlos, y que hay que circunscribirlos a la ignorancia de cada momento. Viene a colación esta reflexión por anécdotas como el reciente cambiar el título a los “Diez Negritos” de Agatha Christie por considerarse racista, cosa que nos llevaría a cambiar el título de cada capítulo de la historia de la humanidad pues, sin duda, esta es racista, machista, homófoba, etcétera. El físico Erwin Schrödinger (el del gato mortificado), en su visión del mundo hace un juego poético con la evolución moral del ser humano: cada generación es un golpe de cincel en el esculpir de la humanidad. Es decir, vamos desechando lo inservible del primitivismo en aras de evolucionar. Y la evolución no es solamente biológica, sino cultural. Por ello hay una perspectiva que no debe escandalizarnos: es, hasta cierto punto, comprensible que las sociedades organizadas alrededor de la fuerza física y la violencia tuvieran tendencia a entronizar al varón. Aceptar esto es aceptar que el sistema de organización social condiciona los valores morales, y nos sirve para aseverar lo siguiente: no se pueden cambiar tales valores sin un cambio del mismo sistema de organización social. Es por esta razón que un servidor opina que la reivindicación feminista se queda corta si solamente compete a las mujeres, pues de lo que se trata es de cambiar toda la sociedad.

La sociedad. Como dice Edward O. Wilson (padre de la sociobiología, y disculpen la cita): <<a la sociedad le ha salido caro agachar la cabeza>>. Solamente alzando la cabeza, la sociedad contemplará grandes errores que hoy en día no tienen pies donde asentarse: fanatismo religioso o nacionalista, racismo, machismo, monarquías, derechos por clases... En fin, una larga lista de omisiones (la principal: omitir que todos somos humanos) que nos lleva a ignorar la excepcionalidad del planeta que habitamos, la excepcionalidad todavía mayor de azares y necesidades evolutivas que nos da lugar como humanos, y el enorme poder que tenemos para destruirlo todo o mantener el paraíso que es sin convertirnos en hormigas (la ausencia total de personalidad) y mantener la individualidad de cada uno: siendo varón sin supeditarse a ello, o siendo mujer sin esclavizarse a unos roles sociales descaradamente falsos. Es decir, un golpe de cincel para mejorar eso que llamamos humanidad y que todavía nos queda tan lejano. El problema es que cada vez nos queda menos tiempo.

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