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Machismos cotidianos

27 de Enero de 2018
Actualizado el 02 de julio de 2024
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micromachismo
Reconozco que ya hacía tiempo que pensaba que el término “micromachismos” se nos quedaba corto. Que, como todo el mundo sabe, “micro” significa “pequeño”, y decir que algo es pequeño es restarle importancia. Y, precisamente, lo peligroso de estas conductas radica precisamente ahí, en que les quitemos importancia, cuando no son otra cosa que las manifestaciones diarias de un machismo tamaño XXL.Pero, como ya he dicho otras veces, cuando hablamos de igualdad entre mujeres y hombres parece que estemos hablando de una igualdad de segunda división. Por eso caben infracciones pequeñitas, tamaño micro. Cuando, sin embargo, a nadie se le ocurriría hablar de microrracismos, microxenofobias o microhomofobias sin que se le echaran encima. Y con razón.Lo de llamarlos “machismos cotidianos” me lo apuntó una tuitera al hilo de un tuit donde me refería a una de esas conductas, en este caso con relación a una colección de libros –en el libro escrito por una mujer se resaltaba la obra mientras que en los escritos por varones lo que se resaltaba es el nombre del autor-. Y, como le respondí a su comentario, tomo nota y adopto el término.Se ha escrito mucho sobre esos micromachismos que ya no voy a llamar así. Tanto que habrá quien piense que ya estamos otra vez con el mismo cuento, y que no hace ninguna falta. Pero discrepo y me arriesgo. ¿Quién dijo miedo? Porque los veo cada día. Y aún peor, porque muchas veces ni los vemos. De hecho, en el ejemplo de la colección de libros a la que me he referido, ha habido varias personas que me han confesado que tuvieron que mirar varias veces la imagen hasta caer en la cuenta. Y, si hay que ser pesada para ello, pues lo seré. Aunque, la verdad, prefiero decir que soy tenaz, que suena bastante mejor. Permítanme la licencia.Aunque sean ejemplos trillados, pensemos. ¿Quién se apodera del mando del televisor? ¿Y del sillón y la tele grande del salón? Recuerdo que, cuando era muy pequeña y las teles no tenían mando, era el padre quien decidía en la mayoría de casas cuál de los dos únicos canales se veía. Más tarde, cuando ya algunas casas tenían dos aparatos de televisión, era el padre quien se quedaba en la del salón viendo el fútbol mientras que los disidentes televisivos nos exiliábamos voluntariamente a la cocina con la tele pequeña. Ahora parece que nada de esto debería pasar, hay televisores por doquier en las casas, canales a tutiplén, y dispositivos móviles a gogó para ver cada cual lo que le plazca. Pero pasa, o al menos esa sensación tengo hablando con la gente. Muchos hombres siguen ostentando un derecho no escrito al mando a distancia como si estuviera contemplado en la mismísima Constitución.Y siguiendo con el tema doméstico, echemos un vistazo a lo que ocurre con comidas y bebidas. Seguro que les ha pasado. Cuando una pareja formada por hombre y mujer en un restaurante piden un café y un cortado o un refresco y una cerveza, les asignan casi automáticamente sus respectivas bebidas según el estereotipo, aún sin preguntar. Y lo de las comidas es casi peor, que no sé por qué narices la gente sigue creyendo que las féminas tenemos que comer como un pajarito, y, si nos sirven, nos reparten raciones menudas en comparación con los “platos de hombre” -que hacen montañita y todo- mientras una se acompleja pensando que está cometiendo un delito de lesa humanidad por tener más hambre que Carpanta.Aquí no acaba la cosa. Me quedé de pasta de boniato leyendo una web de bodas, donde ofrecían como idea fantástica y novedosa la de servir un postre diferente para damas y caballeros. Por supuesto, para nosotras de fresitas y merengue y para ellos del más rudo chocolate negro bañado con whisky, faltaría más. Y, por si no fuera suficiente, explicaban que podía compartirlo la pareja. Póker de estereotipos. Así que ya saben, si no tienen pareja, o si son homosexuales, no hay derecho más que a probar un tipo de postre, el que les toque según sus cromosomas X e Y. Ahí es nada.¿Y han pensado qué pasa con los coches? Aparte de los insultos e ironías que tenemos que soportar las conductoras acerca de que nuestro modo de conducir es el culpable de todos los males del tráfico rodado, sigue siendo frecuente eso de la asignación de los dos coches –si los hay- de la pareja. El siempre tiene el grande y familiar, y ella el pequeño y cuqui, que suele ser más viejo y menos potente por añadidura. Y si no me creen, echen un vistazo a la publicidad, o, sin ir más lejos, a los vehículos que vean por la calle y a sus ocupantes.Suma y sigue. Porque hace un momento he visto el titular de un periódico que echaba la culpa de la ruina de un famoso cocinero a las “mujeres de su vida”. Que, por cierto, y según el texto de la noticia, no habían hecho otra cosa que cometer el terrible pecado de existir, que no es poca cosa.Y, por supuesto, por famosa que sea una mujer, que no ose unir su vida a algún famoso varón, porque inmediatamente pasará a ser la mujer, la pareja, la novia o la media naranja de él, como si su personalidad y su profesión se hubieran esfumado de repente.Aunque los ejemplos sean miles, y no quisiera extenderme mucho más, no podía dejar de dedicar unas líneas a nuestro aspecto y nuestra ropa. Que no hay reportaje sobre una mujer que se precie, sea astrofísica, barrendera o actriz, donde no añadan detallitos sobre su peinado, sus zapatos o su porte aristocrático o más de andar por casa. Y, muchas veces, aunque se hable de una conquista profesional importante, en el apartado de moda. Como si fuera más importante una carrera en la media que toda una carrera profesional.Así que ahí seguimos. Con esas cosas que por más que parezcan pequeñas, no lo son por lo que subyace en ellas. Por eso me pareció adecuado dejar de llamarlas micromachismos y optar por el machismo cotidiano. El machismo nuestro de cada día, sin ir más lejos.  
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