Soy un madrileño orgulloso de serlo, pero no del madrileñismo fatuo en el que Isabel Díaz Ayuso ha mutado la esencia del ser madrileño: su carácter abierto a los cambios — Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, dice un famoso estribillo de la zarzuela La Verbena de la Paloma (1894)—, y a acoger al que aquí se asienta sin preguntas ni estigmatizaciones por su origen, raza o capacidad económica. Que ha convertido la ironía chula y simpática del argot del pueblo llano, en chulería altanera reflejo de su mentalidad de sátrapa que confunde lo madrileño, con lo más rancio y clasista de la cultura franquista para la que Madrid es el crisol simbólico de España, y cabeza rectora de los pueblos que la integran. Reduccionismo que convierte Madrid en un lugar excluyente, de nidificación para los ricos, que acaba con la prosapia madrileña que representa La Corrala, símbolo del espíritu colaborativo y empático con los que menos tienen que está inserto en la tradición del ser madrileño.
Idiosincrasia que degrada, porque el Madrid de Ayuso es frío y descarnado con los menestrales, con los de abajo, que demuestra a diario en su gestión. <<Dicen que en Madrid hay tres millones de pobres. ¿Pues por dónde estarán, porque yo no los veo?>>,afirmó su consejero de educación. Enrique Ossorio, para responder al informe de Cáritas que exponía el crecimiento alarmante de la pobreza en Madrid. Ese es el modelo que Ayuso está forjando de Madrid, cuyo eje ideológico es el liberalismo radical donde triunfan y enriquecen los listos y aprovechados con contactos: y los demás que arreen como puedan. Siempre la perseguirán, aunque a su corazón de hielo le de igual, las 7291 personas que pagaron con su vida las directrices de la vergüenza, para que no recibieran asistencia hospitalaria si, además de Covid, tenían otra enfermedad. Por no hablar del desmantelamiento sistemático de los servicios públicos a base de reducir los presupuestos o privatizándolos; aunque las empresas concesionarias incumplan los contratos o hayan sido condenadas con reiteración; por ejemplo, al dar alimentos en mal estado, podridos, a los ancianos de una residencia. Ocurrió la semana pasada.
Ayuso gobierna para los ricos a los que suprime o rebaja impuestos de continuo, y para las clases media alta y privilegiada que son el núcleo duro de apoyo a su gestión y postulados ideológicos. Porque Ayuso solo sale de la almendra que limita la M30, por la obligación del cargo para asistir a actos oficiales en localidades del área metropolitana. Ni apoya ni acude a espectáculos que agitan las mentes: porque huelen a progresismo izquierdista. Ayuso va a las zonas VIP de locales y discotecas de moda, a la barrera de Las Ventas en la Feria de San Isidro, a las procesiones de Semana Santa, o a los desayunos políticos en los salones de insignes hoteles para escuchar a su oráculo Aznar, o para expandir su idea tergiversada del concepto de libertad convertida en libertinaje para los poderosos, al olvidar, con deliberación, que el límite de la libertad es siempre la libertad del otro. Ejemplo de su nulo nivel filosófico e histórico, que la permite decir con desparpajo espurio y mendaz, todo tipo de butades.
La ensoñación de un Madrid convertido en los mundos de Yupi en el que anida su mente, donde es la lideresa aupada por los corifeos mediáticos que financia con millones de dinero público, es la fantasmada en la que cree haber convertido Madrid que quiere exportar como modelo al resto de España. Ego superlativo —no hay peor tonto que el que no sabe que lo es— que la sumerge en la irrealidad de sentirse fuerte para usurpar atribuciones que no le corresponden como convertirse, por encima de su partido, en el ariete principal de oposición al Gobierno, mediante la provocación sistemática. La última darle una medalla al fascista Miley, porque atacó en su anterior visita al archienemigo, Perro Sánchez.
Modelo que no representa la idiosincrásica madrileña y convierte Madrid en una isla que genera anti madrileñismo en el resto de España, del que los madrileños somos sujetos sufridores de un discurso disruptivo y cansino que ya no impacta. Ojalá envíe a Feijóo a su casa, como hizo con Casado, y se convierta en la candidata del PP en las próximas elecciones. El bofetón electoral que se llevará la sacará de la escena política, y forzará la refundación que el PP necesita como el comer desde hace años.