Lo compruebo cada noche cuando salgo a caminar sin rumbo por las calles desiertas, sorprendentemente desiertas incluso antes de la una de lo que los diurnos llaman madrugada, la 1 de la madrugada.
No hay nadie caminando, y en muchas ocasiones ni siquiera hay coches. Sólo los basurosaurios. Los basurosaurios han tomado la noche de Madrid. Hidrosaurios, cartonodocus, vidrioraptores, organisaurosus.... Animales gigantescos que bloquean las calles, hacen ruido y mueven olores podridos.
A veces, en los bulevares, me encuentro, en las dos direcciones y casi en procesión, hasta cinco bestias posthistóricas creadas con la más puntera y moderna tecnología, avasallando, dejando claro quién tiene la prioridad y mandando un mensaje clarísimo: ningún ser humano caminando, y a estas horas, es bienvenido.
Miro alrededor. Ni un alma, aparte de la mía por las calles. Sólo esas moles mecánicas que empiezan ya a empujar fuera del terreno a la gente qué está en las terrazas a una hora tan temprana, para un español, como las 11 de la noche. Aunque el madrileño tiene coraza y parece que no los huele y no los ve. Pero ahí están. Metiendo presión, haciéndose oír, atufando, obligando a subir el volumen de su voz para hacerse entender, a mayores, jóvenes y niños
A media noche, excepto las zonas turísticas y unas cuantas cuevas dispersas, la ciudad se queda sin vida. Incluso el Carrefour de Conde de Peñalver, que hasta hace poco todavía resistía y no cerraba en ningún momento de las 24 horas, ahora a la 01:30 echa la persiana.
A eso hay que añadir el paternalismo y la falta de respeto al sentido común del ciudadano al que se obliga a pararse ante los semáforos aunque la visibilidad sea perfecta y no haya ningún peligro ni para uno mismo ni para cualquiera que pudiese aparecer en perpendicular o en dirección contraria (por citar un ejemplo cualquiera; las normas son infinitas y muchas ni las conocemos).
La noche se ha convertido en un espacio prohibido. Sólo turistas en los guetos creados al efecto. Y aún en esos guetos se hacen sentir los basurasaurios, y sus pequeños esclavos, que brillan en la oscuridad por su ropa fluorescente, corriendo y trabajando, trabajando y corriendo en beneficio de sus amos neojurásicos. Es el precio que se paga por haberse dejado comprar por Europa: normas y más normas. A lo que hay que añadir el eco de lo que llamamos "la pandemia" y que nos encerró a todos en casa y demostró que obedecíamos órdenes de cualquier tipo.
Madrid: apaletándose. Porque el verdadero cosmopolitanismo necesita de la noche para hacer sentir su magia y brillo. Nada resplandece ya por las noches en sus calles brutalmente iluminadas, como si estuviéramos en el patio de un campo de concentración.
Y por si fuera poco se ha hecho ya costumbre cerrar en verano cierra el Parque del Retiro al menor pretexto. Lo he visto cerrado por calor a las ocho de la tarde y a las 10 de la noche. Por calor. El Retiro. O por posibilidad de viento. Porque tú eres idiota, ciudadano, y no eres capaz de saber si puedes estar en peligro.
Demasiadas normas. Demasiados ojos electrónicos mirando. Haciéndonos vivir en el miedo: te podemos poner una multa aunque según tu criterio no hayas hecho nada incorrecto en cuanto nos salga de los mismísimos. Ratones de laboratorio, en eso nos han convertido y van a seguir convirtiéndonos.
Ratones a los que se aplican descargas eléctricas, con la generosa intención de convertirnos a todos en lo mismo.
Madrid. Mad Madrid.
¿Quién se ha creído que es el insignificante ciudadano para pensar, decidir, por sí mismo?
Tristísimo.