Saber comunicar lo que se siente y piensa, lo que se experimenta y desea o las ideas, propuestas y opiniones sobre los hechos de la vida, es fundamental para hacerte entender por los demás y comprenderte mejor; por eso la comunicación es una ciencia y un arte, porque las personas prestamos más atención a la comunicación no verbal —los gestos, los movimientos, el tono, etc.— que a la oral. Saber comunicar es básico para andar por la vida y prioritario en el ámbito de la política en la que, de manera absurda, tiende a considerarse un aspecto de segundo orden cuando hacerse entender por la ciudadanía, es el vértice que articula las ideas y propuestas que definen un proyecto político. Sin estrategia comunicativa, los mensajes que se lanzan a la sociedad pierden coherencia y eficacia, y generan confusión.
Más necesaria que nunca cuando vivimos enfangados en una pugna pública sin fin que convierte la comunicación política en propaganda goebbeliana, donde lo importante no es comunicar, informar, sobre las ideas y propuestas para gestionar lo público, sino imponer un discurso homogéneo, uniforme y excluyente, que deja fuera del análisis de la realidad todo lo que pueda contravenir el mensaje falaz que se propala. De este modo, el sentido de comunicar, de informar a la ciudadanía, se pervierte supeditado a un objetivo cuyo fin no es beneficiar a la sociedad, ampliando sus expectativas y reconociendo su diversidad; sino llegar al poder y mantenerse en él.
En este panorama, los errores de bulto están a la orden del día, como la disputa pública entre la Vicepresidenta de Trabajo, y la Ministra de Asuntos Sociales y la Seguridad Social, a cuenta de la flexibilidad, las bajas laborales. Error garrafal que traslada la imagen del Ejecutivo como un guirigay donde los ministros de la coalición no se comunican entre sí, obsesionados con marcar territorio y ponerse una medalla. Ninguna de las dos ha pensado en el impacto negativo de su controversia pública, por ausencia de una estrategia eficaz de comunicación gubernamental.
Igual de grave son los bandazos del PP, en el que su líder tiene que convocar de continuo a sus diversos portavoces y presidentes autonómicos para centrar el mensaje, y evitar que se desdigan los unos a los otros sobre los hechos de actualidad y las propuestas del partido, empezando por el propio jefe de filas, cuyo discurso se mueve al albur de quién le presione más. De este modo, la falta de una estrategia comunicativa coherente propicia que la imagen que llega a la ciudadanía, sea la de un partido sin proyecto ni liderazgo capaz de liberarse de los que le marcan el paso desde dentro, y de la cohorte mediática incontrolable que cada día le exige más radicalidad.
Errores que, en su mayoría, son producto de una inexistente o mala estrategia comunicativa que conduce a los ciudadanos a preguntarse: ¡en manos de quién estamos! La razón: los políticos viven en la creencia de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los expertos que tienen entre sus colaboradores, no para que les asesoren, sino para que ejecuten el plan que los políticos han diseñado. Olvidan así que una cosa es pergeñar proyectos y propuestas, que siempre tienen un impacto social, y otra comunicarlas a la ciudadanía con la mayor eficacia posible: ¡no se puede estar en misa y repicando! Y así andamos, con un gobierno que comunica muy mal su gestión, produciendo desconcierto, en especial sobre los pactos con sus socios de legislatura, y sigue sin un plan comunicativo que contrarreste la idea de que gobierna sometido al chantaje de los independentistas.
Igual que en la bancada de la derecha, siguen sin una estrategia comunicativa que les saque del no permanente a todo, evidenciando que su único y prioritario objetivo es derribar al Gobierno y aposentarse en la poltrona de Moncloa. Los beneficios que podrían conseguir los ciudadanos si estuvieran dispuestos al diálogo no están en su estrategia ni en su mirada, en la sempiterna idea de la derecha de que primero tener el poder, que ya cuando lo tengamos arreglaremos todo: ¡a nuestro avío!