"No se salvaban en ningún sitio", ignominiosa frase verbalizada con el desparpajo y tono hiriente del que hace gala IDA, con la que despachó la exigencia de responsabilidades que le planteó la oposición en la Asamblea de Madrid, por la muerte de 7.291 personas en residencias públicas por COVID, por la orden de su Consejería de Sanidad, para que los mayorescontagiados y con patologías añadidas, no fueran trasladados a los hospitales públicos. Circular que, con desvergüenza, ahora niega.
Nada se ha dicho en estos años tan inhumano por boca de un responsable público, que no puede pasar por alto ni quedar opacada por el río de la actualidad, sin reseñar la maldad que anida en la mente de la persona que maneja a su antojo la CAM. Maldad que no es un exabrupto más de los habituales, pues expresa su pensamiento profundo sobre la sociedad, donde las personas que no son de posibles: no valen nada. No merecen la pena. No importan. Esedesdén por la vida de los demás es insultante para el conjunto social, y sobre todo para los familiares de las personas que murieron en soledad y sin la atención médica que precisaban, debido al número insuficiente de facultativos por la decisión de Ayuso de que Madrid sea la Comunidad con menor gasto en sanidad por habitante de España.
Su chulería grosera a la hora de quitarse de encima el problema, de exculparse de un asunto que nadie entiende como puede no quemarle y mantenerla insomne todas las noches, me indignó sobre manera al recordar a la asistente sanitaria de una residencia contar, con voz doliente en televisión, cómo veía morir a enfermos agarrados a las sábanas y a la cama, por el dolor y el ahogo que les producía no poder respirar, que, sin paliativo alguno, les hacía presentir, con horror, que ya eran cautivos de la parca.
Resulta inaudito, escandaloso, que las palabras frías y desapasionadas con la vida de los demás de Ayuso, fueran coreadas por los aplausos de su banda de diputados lacayos por el miedo que tienen al régimen de ordeno y mando con el que gobierna, donde el que se mueve no sale en la foto (como decía Alfonso Guerra en su etapa de cancerbero del Gobierno de F.Glez.). Frialdad, autoritarismo, clasismo e ignorancia, que se agitan y recombinan de continuo en la coctelera de su cerebro, que la llevan a decir lo primero que se le ocurre. Ser que necesita, como los de su calaña, crear un enemigo que convierte en diana de sus desbarres, forjados en una conjunción irracional de axiomas ideológicos y hechos, falsos o ficticios — por carecer de ideas propias—, con el objetivo de atacar con malignidad al adversario y, así, dar sentido a su vida que, de otro modo, no encontraría.
Por el camino, los familiares de las 7.291 víctimas siguen su peregrinación judicial para que algún juez se apiade, abra un proceso judicialy lo lleve a término —hay un centenar de denuncias en los juzgados—; con el castigo añadido y lacerante de tener que escuchar las maldades de Ayuso. Un caso que no es menor porque los oprobiados con sus palabras de hielo son personas que merecían una muerte digna en un hospital, y no la de perros sometidos al castigo de calla, aguanta y no te quejes. ¿Dónde está la justicia cuando se la necesita?
Confío, espero, deseo con fervor, que a partir de esta ignominia se produzca una reflexión social, para que no sigan gobernando personas sin conciencia como Ayuso, a las que les da igual ocho que ochenta con tal de salirse con la suya. Que dicen cualquier burrada sin despeinarse. Que cada vez que abren la boca muestran su desnudez cultural e intelectual. Que, sin sentir la más mínima empatía, desprecian a las personas de recursos menguados, a las que ignoran porque ni las ven. Que no quieren ver, porque les sacan de los mundos de Yupi del que Ayuso es su adalid más enardecida. Se puede tener un proyecto conservador para la sociedad, por supuesto, pero no asentado en el avasallamiento de los que tienen menos ni en recortar sus derechos privatizando el Estado del bienestar que les ampara, para enriquecer y privilegiar a los de siempre.