30 de Julio de 2024
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MAmarraCHOS

Hacía por lo menos una década que no se veían. Desde segundo de BUP. Habían pasado los años, pero “Geni” (pronunciado como Yeni) no había cambiado nada. Su cara aniñada. Su mirada tímida de quién está en la vida para no molestar seguía imperturbable. Aún así le faltaba algo, aunque no sabía muy bien el qué. De pronto, cayó en la cuenta. Le faltaba su escudero, “Fredi”, el hijo del guardián de la finca que siempre le acompañaba en su día a día. Eran como Tintín y Milú.

No sabía qué hacer. Dudaba entre saludarle o hacerse el tonto y dejarlo pasar. Porque, nunca se habían llevado bien. Con Fredi, el escudero, sí. Porque era un chaval noble, majo y buena persona. Pero Geni, siempre había sido un hijoputa con pintas. El típico tipo que va de bueno y por detrás está todo el día enredando para liarla, y lo que es peor, de forma que nunca le salpique. Aún le dan escalofríos cuando se acuerda de aquella papelera llena de agua (unos veintidós litros) que Geni le arrojó encima de la yacija, mientras dormía. Fuera, era el mes de enero y había doce grados bajo cero. Dentro, los frailes, en calefacción gastaban poco. El calor humano hacía que el dormitorio corrido dónde dormían casi cincuenta niños, tuviera una temperatura cercana a los quince grados.

Aún le duele más el tortazo que encima le propinó aquel mojigato, con cara de pardillo, que iba para cura y acabó siendo un político mafioso, cuando Ezequiel comenzó a gritar, totalmente mojado, con la cama chorreando agua. El cuidador que acabó en política, no preguntó que había pasado. Les vio allí discutiendo y directamente y sin mediar palabra, le propinó un tortazo a Ezequiel que retumbó en todo el dormitorio. Encima de víctima, castigado dos meses sin salir los fines de semana por montar escándalo a la hora de dormir. Y el capullo de Geni, con su sonrisa maliciosa, su cara de niño bueno, sin castigo por haberle mojado el camastro a un compañero. Menos mal que la venganza fue terrible. Aquel día aprendió que a la gente como él, que se les va la fuerza por la boca, acaban tomándoles por lo que no son y pagando duro los comportamientos de los que callan pero maquinan. Aquel día aprendió también que la venganza se sirve en plato frío y que no es cuestión de efervescer como una gaseosa agitada, sino de reposar un buen plan con tiempo y sobre todo, cuando nadie se lo espera. Y así lo hizo. Habían pasado casi dos meses. Era el día antes de las vacaciones de Semana Santa. Tras la juerga que siempre se anticipaba a la salida hacia los domicilios al día siguiente, cuando todos dormían profundamente, Ezequiel rebuscó en su armario el bote de minio que había sustraído de la ferretería del viejo Bartolomé, y con una brocha de las de aplicar jabón al afeitado, le embadurnó la cara, las muñecas y las manos a Geni que dormía la mona después de haberse bebido un cuarto de botella de DYC de un trago. Y no contento con ello, le extendió medio bote de betún rojo, en crema, sobre el cabello. Cuando al día siguiente, Geni despertó, se fue al baño y se vio en el espejo, casi le da un síncope. Nadie supo nunca quién había sido el causante, aunque todos lo sospechaban y Ezequiel empezó a notar cierto respeto cuando se les acercaba.

No puede evitar saludarle porque ninguno de los dos ha cambiado tanto y se han cruzado las miradas. ¿Geni? ¿Ezequiel? Se dan la mano y es Ezequiel el que pregunta cómo le va la vida. A estas alturas ya debe de haber acabado la carrera. Genaro (Geni) siempre sacaba buenas notas. Se decía que su inseparable escudero Alfredo (Fredi) le copiaba en los exámenes porque casi siempre coincidían en los fallos. ¿Cómo te va la vida? ¿Qué haces? Geni baja la cabeza como con vergüenza y le dice que aun está en segundo de ingeniería. Lleva siete años en la carrera, pero es que Madrid es mucho Madrid. Ya sabes, los colegios mayores, las juergas, las chavalas ... ¿Y tu amigo Fredi? Fredi es arquitecto. Y, hasta que encuentre algo mejor, trabaja en la empresa de mi padre. “¡Hostia! Pero ¿no te copiaba en los exámenes?” Geni, sonríe maliciosamente. No dice nada, pero le acaba de revelar todo.

Geni, es el hijo del dueño. El que todo lo tiene. El que puede suspender y matricularse indefinidamente mientras la ley lo permita y su padre firme los cheques. Alfredo, «Fredi», es el hijo del guardés. Necesitaba aprobar para mantener la beca porque sus padres no podían pagarle el colegio mayor. Vivía en un piso de estudiantes y trabajaba los fines de semana poniendo copas para pagarse el alojamiento.

Geni, tiene la vida solucionada. Acabará la carrera, aunque sea comprando el título. Luego, heredará la empresa de su padre. Fredi, le sacará de los apuros porque siempre lo ha hecho.

Y sin embargo, como en el colegio, seguro que es Geni el que aparecerá como el «gran triunfador»

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MAmarraCHOS

Leía el otro día un twit de un tal Eneko Knörr, en el que se quejaba de que, según él, en este país se admira más a quién aprueba una oposición («un trabajo para toda la vida», decía) con su esfuerzo que «a los empresarios que crean empleo y riqueza», generalmente heredada, sin esfuerzo y con un capital que los demás no tienen. Para empezar en un garaje, hay que poseer uno [se le olvidó comentar en el twit que su familia era la dueña de Kas y de los productos Knorr]). Vivimos en un mundo distópico en el que los que antes urdían y maquinaban, al menos lo hacía a escondidas y se callaban y ahora se empeñan en alzar la voz, en dejarnos claro que además de ser una mierda, debemos sentirnos como tal y reclaman para sí el respeto que no merecen por sus «méritos».

El hijoputismo nos ha convertido en seres estúpidos. Además de meretriz debemos poner la cama, gozar de un orgasmo inexistente y pagar el servicio y al putero, porque si no fuera por él, no tendríamos la ocasión de retozar.

Hemos dejado y consentido que la sociedad retroceda y convierta al ser humano en un estúpido engreído egoísta que no ve más allá de su ombligo. Desde chamanes como el tal Eneko que se dedican a las criptomonedas, uno más de los timos de este universo, hasta imberbes lisiados cerebrales que viven por y para el engaño de charlas motivacionales en las que te sacan los cuartos por hacer flexiones y decir en voz alta, chillando y a cara de perro, que eres el más guapo, el más alto, el más listo y el mejor y que eso te va a hacer rico (En realidad, a quién hace rico es al chamán que te hace hacer flexiones a 10.000 euros la sesión, como lo han hecho con el señor insufrible, gañán de la guerra que pasó de ser un infecto técnico de hacienda megalómano a dar conferencias sobre ideología fascista a 35.000 dólares la hora).

Entre tanto vendehumos, tanto «tontodeloscojones», tanto animal de bellota, es fácil caer en las redes de la sinvergonzonería. Si a eso le sumamos la cantidad de sobreinformación que nos llega, separar el grano de la paja se hace bastante complicado. Por eso, tenemos que aguantar a cantamañanas que ahora nos echan la culpa, a la generación a la que yo pertenezco, la que no se duchaba de niño porque el agua salía de una fuente lejana y fría, la que iba a defecar al corral con las gallinas, la que sólo tenía un teléfono, el público en casa de la Tomasa que escuchaba mientras hablabas con tu novia, la que, para estudiar, dependía de las becas del estado porque sus padres bastante tenían con poder alimentar a las cabras, la generación a la que encerraron en la DGS (la actual sede de la Comunidad de Madrid), para molerlos a palos en los sótanos, la que se enfrentaba día a día a los guerrilleros de Cristo rey por llevar el pelo largo o una pegatina del Che, la que hizo posible que cuando la palmó Paquita, la fanática genocida, se abrieran las puertas de las cárceles y se acabaran los presos políticos, la que se enfrentó a la policía en el 73 en Vitoria, la que con sus huelgas lograron cuadriplicar el salario en  una década, como digo, que nos echen la culpa de que ahora el mercado laboral sea tan precario que con un sueldo no puedes ni pagar el alquiler de la casa y que según ellos, seamos los causantes de que nuestros nietos vivan peor que sus padres y de que no haya futuro.

Porque claro, habiendo cañas, deporte en la tele y bono de viajes, ponerse a luchar por salarios dignos, dar un golpe en la mesa para que todos estos políticos que están para servirse, joder al pueblo y servir al poderoso, dejen de estarlo, eso, ni lo contemplan. Están muy ocupados discutiendo si los tipos con barba y un pene más grande que el de Jordi, del niño polla, son más mujeres que las que han nacido con vagina y si además deben de tener más derechos (cómo ir al ginecólogo o descansar los «días de la regla»). Si, ya sé que soy muy antiguo y además estoy, como seis pesetas Reverte, acordándome del anormal que ha diseñado los tapones de las botellas. ¡Qué le vamos a hacer! Yo es que siempre me he considerado feminista. Cada cual que se acueste con quién quiera, que se sienta lo que quiera y que haga lo que quiera, siempre y cuando no exija que todos los demás tengamos que pasar por el ojo de su aguja.

Como digo en mi Tl de Twitter, «I am tempus is agis res" Es tiempo de feminismo. Tiempo de mujeres. La igualdad que nosotros pedíamos no consistía en vestir a los hombres de señoras, sino en que ellas, tengan las mismas oportunidades que los hombres. Incluso más por la discriminación positiva.

Pero, ¡qué sabré yo que solo soy un hombre deconstruido!

 

Salud, república y más escuelas.

 

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