Corto, efímero y puramente emocional. Así es el estilo de vida que define a una sociedad en búsqueda constante de estímulos que permiten que sus ojos permanezcan abiertos. Las mariposas en el estómago.
Estímulos de usar y tirar que confunden vivir con correr. Como en las relaciones modernas, o en las redes sociales. Memoria cortoplacista.
Ocurre en los medios de comunicación. Noticias con fecha de caducidad que tienden cada vez más al suceso rápido. A captar todos los focos aunque sea por unos segundos. Un bombardeo informativo incesante que taladra nuestras mentes ante un fin del mundo constante que, aunque nunca llega, parece que hoy es el último de nuestros días.
Fugaces como las estrellas que iluminan momentáneamente nuestra oscuridad. Y que contrastan con unas redes sociales donde prima una felicidad idealizada caracterizada por la alta probabilidad de nunca ser alcanzada. Y que gira en torno al consumismo incesante de sonrisas de corta y pega y bolsillos infinitos. Ellas son, sin duda, las principales causantes de la efimeridad actual. De la política del tuit a plataformas en las que prima el momento con la desaparición de contenido a las pocas horas. Contenido de usar y tirar.
Ocurre en política. El afán por el aplauso fácil mediante titulares tan efervescentes como simples. La búsqueda de protagonismo desesperado. Y la reacción del adversario como norma general. Política de confrontación. Y de bandos. Izquierda o derecha. Barça o Madrid. Shakira o Piqué. Tiroteos dialécticos que buscan la pregunta sencilla para encontrar una respuesta ciudadana todavía más fácil. O blanco o negro. Y a esto hay que sumarle la soberbia desmedida representadas en verdades universales. O estás conmigo o estás contra mí. Razones absolutas que se traducen en no saber perder y banalizar al contrario como norma general. Como un niño que coge y se lleva la pelota tras encajar un gol cuando está jugando en la calle con sus amigos. Ruido por el ruido. Y llamar la atención por llamar la atención. Gana el que más grita. Y el “pues yo más”. Fuegos artificiales que destellan y resuenan con fuerza pero que se desvanecen por la traca final. Para satisfacción de unos pocos, solo el rencor es el que perdura.
Hay quien lo compara con una de esas batallas de gallos más propias de la música rap. Pero, ciertamente, en la mayoría de las ocasiones, ya les gustaría al hemiciclo envolverse en versos cargados de cultura y reivindicación, más allá de rimas asonantes y (mal)sonantes.
Y ocurre en las relaciones. Gente que viene y va con el ansia de encontrar ese placer constante de sentirse en la cresta de la ola del amor. El compromiso, como en política, es cosa del pasado, si es que alguna vez lo fue. Esto se acentúa todavía más en las nuevas generaciones. Nacidas alrededor de la vorágine de las redes accesibles, sumidas a la rapidez, donde no existe oportunidad para la paciencia. Ni mucho menos para el análisis y la reflexión.
Cada vez menos transparente y más translúcido. Casi opaco. Así es ese espejo social que se da en política, como en las redes, e incluso en los medios. Apenas refleja una parte sesgada - e interesada - de la realidad. Pero todo sea por seguir corriendo. Mariposas en el estómago.