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Matar la vocación

31 de Marzo de 2017
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O lo que es lo mismo, la docencia en peligro de extinción.

No hace mucho volaba y se multiplicaba en las redes una publicación en la que se leía que “Francia necesitaba urgentemente 1.000 profesores de español”. Como profesora de esta asignatura, me ardía la curiosidad y me dio por rascar en la llaga. Pues bien, sepamos por qué. Un informe de unas cien páginas del Ministerio de Educación francés contiene los datos y los hechos:  Desde el año 2012 hasta ahora, las dimisiones de profesores en el país de los galos se han han triplicado. Estas bajas voluntarias de los funcionarios de la docencia afectan principalmente a los docentes de Primaria, y a ellos se suman otras cifras no poco anodinas que conciernen igualmente a los de Secundaria. A la ya conocida desvalorización social de la profesión, se le suman los más de 60.000 puestos que el presidente Hollande prometió crear durante su legislatura, y creó, ignorando que muchos se tirarían de cabeza a este oficio sin medir las dificultades que lo acompañan. Las cifras señalas que los jóvenes suelen dimitir en su mayoría durante el primer año de ejercicio de la profesión, incapaces de hacer frente a la pesada carga de una formación insuficiente, la preparación de clases y la falta de apoyo por parte de sus superiores. Unos meses son suficientes para darse cuenta de las penurias que les esperan durante los cuarenta años siguientes hasta llegar a la jubilación; las ganas, los sueños y la vocación desaparecen y rápidamente deciden huir hacia otras profesiones con menos carga psicológica y mayor reconocimiento social.

Lo grave del asunto es que entre estas huidas también se encuentran jóvenes con vocación. El sufrimiento, los alumnos cada vez más desmotivados y hostiles, el individualismo de la profesión, la falta de solidaridad, la vulgaridad de unos padres cada vez más agresivos y violentos, unos programas escolares cada vez más mutantes y complejos, y unos sueldos bajo mínimos conforman tan apocalíptica huida. A ello, podríamos sumar las bajas por depresión o los suicidios que, en algunos casos aislados pero no menos importantes, son la siguiente salida para los que no se han atrevido a dimitir. Sin lugar a dudas, la educación, que es la base de una sociedad alfabetizada, inteligente y crítica está en crisis, pero no solo en Francia. El pensamiento lúcido está en apuros, porque sin profesores motivados y sin vocación, el futuro de nuestros jóvenes está aniquilado. En una ponencia dentro del ciclo “Gestionando hijos”, el periodista Carles Capdevila aseguraba que “el activo mas importante de una sociedad es el estado de ánimo de los maestros”. A lo largo de su ponencia reitera con gracia que un maestro tiene la obligación de ser optimista, confiar en sus alumnos y enfrentarse a cada día con alegría, pero ¿cómo lograrlo si la educación ha dejado de ser prioridad para cualquier gobierno? De sobra es sabido que en cualquier oficio artesano, la vocación es importante y primordial, pero en algunos casos, no es suficiente. Cuando la importancia de la ortografía desaparece en favor del estudio por proyectos, el latín y el griego le ceden horas al inglés, la filosofía y el arte apenas tienen cabida en los programas, y desde el ministerio de Educación loan un ya desacreditado y falso bilingüismo, ¿qué esperanza nos queda? ¿Cuál es la motivación de un profesor español al que le obligan a enseñar Historia en inglés? ¿Cómo quieres tener motivados a unos jóvenes que con apenas 23 años y sin experiencia son enviados a los suburbios de París a enseñar, perdón, lidiar, con jóvenes que en numerosos casos cargan a sus espaldas con un currículum de violencia, abandono y delincuencia, cuyo peso es mayor que las ganas de aprender, puesto que muchos todavía no saben escribir? ¿Cómo estimular a unos alumnos que no han comprendido que estudiar significa esforzarse y para los que buscar una palabra en un diccionario “les lleva demasiado tiempo”? ¿Cómo ejercer bien tu oficio, cuando en los claustros de profesores la jerarquía te pide que apruebes a unos cuantos “porque tampoco pasa nada”? ¿En qué capítulo de la Historia se perdió la lucha por la excelencia académica?

Las consecuencias de todo ello se traducen en colegas que en las salas de profesores, en los pasillos y en el gremio comentan con resignación que los colegios e institutos no son más que guarderías de día y que el oficio del profesor se reduce tan solo a “poner multas”. Enseñar es lo de menos. Llegados a este estado de hartura, cansancio y conformismo, lo único que nos queda es poner cara de susto o echarnos a llorar. Herbert Spencer, un antropólogo inglés, decía que “educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas”, pero andamos muy lejos de tal proyecto. A largo plazo, tendremos exactamente lo que nuestros gobernantes buscan. Unas presas perfectas, que no sabrán escribir y que, a pesar de saber leer, no leerán; que por no leer, no tendrán ni juicio crítico ni una cabeza en su sano juicio; y que, por falta de juicio crítico, serán fáciles de manipular. Y cuando ya a todos nos hayan manipulado, a nadie le quedarán causas por las que luchar. Y algunos de ellos, se convertirán en profesores.

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