Me deben los tigres la longitud de sus bigotes.
Me debe la cebada el anaranjar de sus raíces.
Me debe la aceituna el frío aceite de su primera prensada;
y el diagrama cartesiano, sus incógnitas.
El día más corto del año me debe la impaciencia.
Y el abeto, el pino y la sequoia me escribieron para agradecerme que les nombre ahora.
Se me debe tanto que a Dios le daré lo que sobre.
Cuanto más he pensado durante el paseo, mejor me ha ido paseando;
hago una cuenta atrás que mantiene en vilo a todos
los nostálgicos que miran hacia abajo cuando andan.
Cuanto más he demostrado lo que pienso, menos he sabido demostrármelo.
Tengo cara de quien se cree sin corazón desde hace unos minutos.
Tengo las mejillas como cuando dejé de hacer de vientre un día entero para denunciar a quienes visitaban Murcia en una sola noche.
Tengo a menudo un aspecto diferente: si no me reconoces, es que has dado conmigo;
y, si quieres dar conmigo, antes debes encontrarte.
Yo, yo y yo son tres idénticas similitudes de lo diferentes que parecen.
Pero a los tres, en un forcejeo por el control de las estrellas,
se nos quebró el mismo meñique como si fuera una rama que buscara sus raíces;
y, desde que inventaron la Teoría Física de Cuerdas, no se nos ha caído ni caerá un sólo diente de leche.