Óscar Alberto Martínez Ramírez con su hija Valeria, que no tenía dos años, murieron ahogados en Río Grande tratando de alcanzar la orilla estadounidense.Inmediatamente me acuerdo de Aylan, el nene sirio de tres años que el mar empujó hacia la costa turca de Bodrum, en 2015, y pienso en los miles de anónimos que murieron en el Mar Mediterráneo, entre las costas africanas y las europeas: tres lugares geográficos diferentes, el mismo resultado.¿Qué pasa por la cabeza de un padre que arriesga su vida y decide lo mismo por su hijo al subirse a un gomón precario, o como muestra la foto, un padre que decide cruzar un río nadando? ¿Ellos sabían, saben que pueden ahogarse?Claro que lo saben.¿Y por nuestras cabezas? ¿Qué pasa?Quizás para nosotros sea difícil imaginarlo, pero es la única razón que no puedo descartar: quedarse en el lugar en el que estaban era peor que arriesgarse, o inclusive peor que morir ahogados. Somalia, Siria, El Salvador.Yo vivo fuera de Argentina desde hace casi diez años, elegí irme, elijo dónde estar todos los días: viajo en aviones grandes y cómodos, tengo mis documentos en regla y tengo un papel que dice que gozo de plenos derechos en la zona más rica y desarrollada del mundo.¿Qué me diferencia de Óscar? ¿Y de los que se escapan del hambre y la miseria en África? ¿Yo también querría vivir en otro lugar, si fuera de El Salvador o de Sudán del Sur?¿Mis derechos son arbitrarios? ¿Me los gané? ¿Alguien se ganó sus derechos? ¿Óscar se ganó morir ahogado? ¿Y su hija? ¿Y Aylan? ¿Ustedes se ganaron sus derechos?No es mi intención estigmatizar al burgués - mi hipocresía no llega tan lejos.Sí busco poner luz sobre el hecho de que los que tuvimos la suerte de no nacer en un lugar desgraciado no podemos, no podemos y no podemos pensar que los que hacen lo mismo que haríamos o que hacemos nosotros son una amenaza, son un peligro, son un algo menos importante.
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