Estamos asistiendo a una verdadera epidemia de injerencia médica en aspectos de la vida que no lo requieren, al menos con esa intensidad.
Hay cosas que son naturales como la vida misma. Así, todas y cada una de las funciones corporales las introduzco a ese espacio que rotulo como «natural».
Respirar, los latidos del corazón, las percepciones de los diversos sentidos, la posibilidad de mover nuestros cuerpos, de digerir los alimentos y de excretar los deshechos… Incluso la existencia del sexo y su funcionalidad, aunque ahora los del aro multicolor se empeñen en fabricar géneros como morcillas (la ONU ya va sumando hasta 112). No es broma.
Me permito recordar aquí la existencia en la humanidad de dos únicos géneros: hombres y mujeres, cada uno de ellos con sus órganos reproductores específicos. Y, desde luego, respeto lo que cada hombre o mujer haga con su sexualidad, con la clara finalidad de que no se me tilde de nada raro.
La Medicina, sobre todo la de los últimos decenios, se ha caracterizado por meter su patita en procesos en los que no hace falta, generando una sobreactuación, al estilo de lo que se ve en las parodias cómicas.
Se ha exagerado su presencia en facetas de la vida en las que, a mi criterio, debería mantenerse como mero acompañante y en silencio. Como se dice ahora: «punto en boca». Yo, si me lo permitís, soy más antiguo y suelo preferir la expresión «mutis por el foro».
Uno de los temas más flagrantes en los que observo un exceso de medicalización es el embarazo, ese milagro de la naturaleza que permite que nuestra especie (así como otras) pueda reproducirse. En la gestación y parto soy de la opinión de que la Medicina ha metido la pata hasta el fondo.
Una cosa es actuar de cara a evitar la mortalidad ingente de madres y niños tal y como sucedía dramáticamente en otros tiempos y otra muy diferente erigir al profesional de la Ginecología como el dueño y señor del destino de las mujeres en este trance tan del género femenino.
En mi carrera profesional no he tenido la oportunidad de atender a muchas mujeres embarazadas y, tristemente, no he atendido ningún parto. Lo más que me he acercado a esta situación fue al estar presente en el nacimiento de mi última hija.
Pero por lo observado y escuchado a muchas personas de a pie y también a algunas matronas, la actuación de algunos profesionales de la Ginecología, y más frecuentemente mujeres, ronda casi la misoginia.
He tenido la oportunidad de compartir vivencias con diversas matronas, como ya he comentado, y veo en este colectivo un mayor acercamiento, una mayor empatía con las parturientas. Tampoco es oro todo lo que reluce, porque también, de vez en cuando, llegan relatos de experiencias en el paritorio con matronas que ¡válgame dios!
Claro que, como cualquier persona, una matrona o ginecóloga puede no tener su día. Por sistema, suelo tender a no enjuiciar o catalogar a las personas… a no ser que se empeñen en redondear y coronar la faena una y otra vez.
Y sí, en ese intento, loable, por evitar la muerte en el acto de nacer, se ha creado una dinámica en la que, por ejemplo, la tasa media de cesáreas en España es de alrededor del 25%, con una mayor cantidad de casos en la sanidad privada. Todo esto cuando la OMS indica como cifra referencia admisible el 15%.
¿Miedo? ¿Medicina defensiva? ¿Excesiva protocolización?
En otro orden de casos, por ejemplo, cuando surgen problemas médicos en los órganos reproductores de las mujeres, como quistes, endometriosis, pólipos… es muy frecuente recibir la indicación de la castración quirúrgica de la mujer. «Total, si no vas a tener más hijos…», «así evitamos que surjan problemas por posibles futuros tumores…».
Este tema de la atención médica de la mujer por los ginecólogos ha surgido en una conversación que he mantenido con una mujer embarazada a la que estoy acompañando en consulta por diversas cuestiones desde algo antes de que se quedara embarazada.
Me confesaba que ha tenido experiencias no deseables para ninguna mujer que se enfrenta a la posición implacable de una profesional que, de primeras, parece que no le tiemble el pulso al avisar de que, por ejemplo, en una «conización» (una extracción puntual y localizada) del cuello del útero, si la cosa se complicara podría llegar a extraerle el útero entero.
Y en una experiencia reciente, ya en las últimas semanas de gestación, recibir el «chorreo» de su ginecóloga por no haberse vacunado de la tosferina, irradiando un miedo totalmente gratuito en la posibilidad de que su hijo, una vez nacido y habiendo contraído esa enfermedad, muriera.
¿Eso es cuidar y construir un clima de confianza alrededor de una mujer que está a pocas fechas de experimentar por primera vez la maternidad? ¿Quién se ha creído esa ginecóloga que es como para lanzar esas andanadas de culpa y miedo a una mujer que ha decidido optar por no vacunarse, una opción a la que tiene total derecho?
No sé dónde han quedado aquellos consejos de antaño, más bien prohibiciones, de que las mujeres gestantes no tomaran fármacos por el posible efecto pernicioso para las criaturas. Ahora parece que hay barra libre, y las asociaciones profesionales de Ginecología y Pediatría han hecho una especie de tándem, como «lobbies» pro-vacunación de casi cualquier cosa, y en casi cualquier momento de la gestación.
¿Dónde están esos estudios aleatorizados y doble ciego que, de forma imparcial y sin conflictos de interés, puedan demostrar lo seguros que son esos productos tanto para las mujeres como para sus hijos no natos? De hecho, hace unos pocos días, vi cómo desde la Asociación Española de Pediatría se alentaba a las mujeres
embarazadas a vacunarse de la gripe, independientemente del momento de gestación en el que estuvieran.
¡¡Una verdadera locura, se mire desde donde se mire!!
La mujer a la que acompaño en consulta a la que me he referido antes me preguntaba mi opinión sobre por qué una ginecóloga podría llegar a castrar a otra mujer sin necesidad. La única respuesta que me salió fue que debía haber en estas profesionales algún conflicto relacionado con lo maternal, bien vivido en sus propias carnes o como consecuencia de alguna memoria de drama vivido por alguna niña de su clan.
Soy consciente de que este tipo de cosas son difíciles de asimilar por cualquier persona que lea o escuche este tipo de conceptos por primera vez, pero estoy acostumbrado a ver diariamente en consulta cómo nuestros inconscientes actúan interfiriendo, diría que más de la cuenta, en nuestra decisiones y actitudes.
Pongamos un caso imaginario en el que una niña ha sido castrada psicológicamente por su madre y que, al crecer, ese conflicto de castración lo proyecte sobre cada mujer que atiende en consulta o lo traspase a su propia hija. Ésta, a su vez, podría actuar empujada de la misma forma por esa fuerza que está dormida en el interior de su inconsciente.
Muchos me diréis que lanzar esta clase de hipótesis sobre este tema es una verdadera locura. Lo admito. Puede parecer una locura pero, si no me atreviera a lanzar hipótesis de este calado, me quedaría sin resolver muchos casos de personas que consultan afligidas por diversos problemas y enfermedades.
Nuestra pertenencia a linajes concretos de los que provenimos, las vivencias que nos han tocado vivir en nuestras infancias… están en la base de un montón de no sólo enfermedades sino de conflictos y actitudes variopintas que desencadenan (o pueden desencadenar) situaciones no queridas por las personas afectadas.
Asumo que los médicos hemos elegido esta profesión con el ánimo de ayudar a los seres humanos a preservarse de las enfermedades. Al menos de las evitables.
Creo que un buen punto de partida sería considerar los hechos naturales (como la gestación y el parto) como trances naturales… y no como enfermedades.
Dejemos que la naturaleza continúe haciendo los prodigios que acostumbra y mantengámonos a su lado como espectadores, con la menor interferencia posible, por si a la naturaleza en algún momento se le ocurre complicar las cosas o si aparece alguna dificultad insoluble.
Salud para ti y los tuyos