Julián Arroyo Pomeda

Menos crispación y más educación

26 de Marzo de 2024
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pistola de palabras

Que estamos más crispados que nunca es una afirmación, que a nadie puede sorprender. Algunos ponen programas de corazón en televisión o alguna comedia entretenida, porque no soportan programas televisivos, oyendo cómo se insultan los unos y los otros, aunque aquellos también tienen lo suyo. Otros se pasan a la radio, no aguantan más. Empiezan a tener mal cuerpo. ¿De dónde procede tal irritación y cómo influye en nuestra vida?

Si pasamos cerca de una terraza, notamos más ruido en la discusión del tema tratado. Alguien habla más fuerte de la cuenta, ya que se quiere imponer. Y otro chilla más hasta que consigue callar a los demás. En el último programa que vi de Joaquín Sabina, “Contra todo pronóstico”, el cantante, agradeció a los coros su acompañamiento y no pudo dejar de señalar, “pero sin gritar”, La gente se echó a reír, pero estaba tan entregada que a duras penas se calmó un poco.

La crispación consiste en un ambiente de confrontación y tensión, en el que dialogar es imposible, así como encontrarse para centrar en esto el diálogo y poder llegar a algunos acuerdos. Más que ideas saltan las ideologías, por las que llegan al enfrentamiento. Y este se hace inevitable. Gritos, chillidos, ladridos, amenazas con las garras, están dispuestos a lanzarse unos contra otros.

No es que esto o cosas similares no hayan sucedido nunca. Todos recordamos por la historia al hijo del dictador Primo de Rivera: a veces la mejor defensa son los puños y las pistolas. Puños los tienen todos, pero después de estos ya van aquellas. Con estas provocamos sangre y heridas, pero las pistolas matan, por eso solo las tienen algunos. En el Western las tenían muchos más. Y se disparaban. Esto era lo normal. Los pistoleros eran una profesión, que no duraba mucho, porque pronto aparecían otros, más rápidos, aún. Y apuntaban sin fallar ni una sola vez.

En cambio, ahora hay acciones que producen heridas psicológicas, las cuales consiguen todavía más crueldad. En latín hay dos palabras similares, pero con distintos significados. Alter es el otro y alius, el extraño. El extraño está delante de mí. Y es distinto a mí. Y me asusta. Por eso tengo que debilitarle. Por eso tengo que atacarlo.

Cuando el diferente está lejos de mí, puedo provocarlo, atacarlo, odiarlo en palabras y también por escrito, burlándome de él y hasta agrediéndolo. Todo eso nos lleva a desconectar con él. Lo declaro culpable, lo juzgo y lo condeno.

En las relaciones políticas, lo critico y doy mi veredicto de muerte. En este caso, el otro puede reaccionar de manera similar y en ese caso, cuando necesitamos hablar públicamente el enfrentamiento está garantizado.

¿Tiene esto remedio? Claro, como casi todo. Lo primero es estar atento a los hechos, que no aparecen nunca desnudos, sino que se trata de interpretaciones. Y en estas caben las diferencias.

Tales hechos interpretados producen en mí sentimientos, que a veces expreso con rabia, pero no realmente. Las sensaciones expresan necesidades, que no me han quedado satisfechas y me duran, al menos, mientras dure la insatisfacción, que me va recomiendo por dentro. Tengo ganas de saltar a su cuello y violentarlo. Solo me lo impide la educación. No puedo comportarme como un animal salvaje. Dejemos de tomar las cosas de manera personal. No hay que estar palpando la herida con cualquier ocasión, porque se agudizará mucho más.

El ambiente o la situación se tensan, convirtiéndose en hostilidad. Entonces ya no se dialoga. Los que deben hacerlo se consideran dos polos opuestos. Y en cuanto se tocan, saltan. La desconfianza es un hecho. Y esto puede ser la única referencia, olvidando todo lo demás.

Habría que modificar el ambiente, creando otro donde prevalezca la serenidad para construir una política distinta. De lo contrario, influirá negativamente en toda nuestra vida. Una posición como yo no hablo con fascistas, sino con quien respeta la democracia, debería llevar a guardar las formas para ambas partes en lugar de insistir en que yo tengo derecho a preguntar. Lo primero es suavizar la situación.

Contestar de la misma manera a cómo me ha llegado la información puede ser comprensible, pero no soluciona el problema. Tener más respeto que el adversario político sería el camino correcto. Siempre ha de presidir el respeto mutuo, es el remedio adecuado.

Respeto no ha de interpretarse nunca como debilidad, sino que puede haber un referente racional. En este caso, agarrémonos a esto.

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