Foto del perfil del redactor de Diario16 Vicente Mateos Sainz de Medrano.

Mentir tiene mil caras y las patas cortas

03 de Julio de 2024
Actualizado a las 14:12h
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pinocho mentiras

Mentir forma parte de las contradicciones humanas que nos constituyen: ¿quién no ha mentido alguna vez? Mentir exige deliberación y puede tener una cara relativamente amable cuando ocultamos la verdad, para no herir a un ser querido. Y mil caras perversas si se convierte en recurso constante para justificar la desidia ante las responsabilidades. O se utiliza para sacar rédito, personal o económico, en las relaciones sociales: el caradura o jeta. O el más pérfido, cuando se usa como estrategia premeditada para confundir y descolocar al oponente mediante la insidia y el engaño, en pos de un beneficio espurio: malmeter y alcanzar el poder sin aval ni crédito.

Cara perversa que enseñorea el actual discurso público con el objetivo avieso de derribar al adversario político como sea y a costa de lo que sea. Proyecto que se oculta y enmaraña bajo el término más amable de populismo: tendencia política que pretende atraerse a las clases populares (RAE), que nada tiene que ver con el sentido real y disruptivo de hoy de quiebra del modelo democrático, que entraña usar la mentira como herramienta esencial del discurso político, sin importar el coste para el cuerpo social y la democracia: en la máxima franquista de que cuando el poder sea nuestro: ¡ya acomodaremos el sistema democrático a nuestro interés!

Estrategia que para ser efectiva necesita de actores en el sentido pervertido del término actor: persona que exagera o finge (RAE, segunda acepción). Mentiroso que debe carecer de escrúpulos y sensibilidad social, capaz de mentir por sistema adaptando el discurso según conviene en cada momento. Al actor de la estrategia de la mentira no le importa embarrar el debate público, ni desdecirse con cinismo de lo dicho previamente, incluso unas horas antes, ni negar lo afirmado, aunque esté registrado, ni usurpar el mensaje del contrario o acusarle de las mentiras propias con determinación indecente. Siempre bajo el principio axial de que la mentira repetida mil veces se convierte en verdad.

De ahí que escuchemos con asombro y sonrojo como tapan sus fracasos con desvergüenza, al señalar que es el adversario el que ha sufrido una hipotética derrota; porque la estrategia de la mentira exige convertir el debate público en una batalla moral y emocional entre buenos y malos, en la lógica abyecta de que siempre debe haber un vencedor y un vencido. Por eso y al hilo del acuerdo para la reforma del CGPJ, resultaría hilarante, si no fuera grave, oír al líder de la derecha la mentira de que lo firmado recoge su exigencia de que los jueces elijan a los jueces que, implícitamente, destila el mensaje de que el Gobierno ha sido derrotado.

Más gracia tuvo, esta vez sí, cuando el líder de la oposición dijo aquello de no soy Presidente porque no quiero, que hizo bueno otro principio básico de la estrategia de la mentira: no reconocer nunca la realidad, por su datos y hechos fidedignos, cuando no les benefician. O ejercer de agoreros del desastre económico y social sin fundamento, solo para esparcir miedo al futuro. Casos en los que se recurre al arma de la tergiversación: dar una interpretación forzada o errónea a las palabras o acontecimientos, (RAE), para, con descaro, intentar pasar la mentira por verdad: la posverdad.

Combatir la mentira en el juego de la vida y la política no es cosa sencilla, porque el mentiroso actúa con la convicción de creer el propio embuste que da verosimilitud a su discurso; es el sostenella y no enmendalla que apareció por primera vez en la obra de Guillem de Castro, Las mocedades del Cid, relato donde el conde Lozano prefiere batirse en duelo, antes de reconocer su error. Frase que el paso del tiempo ha actualizado en esa otra de yo en el error, pero firme, que es la confesión implícita del final de la estrategia de la mentira que, siempre, tiene las patas cortas. Mentiras que se combaten con sentido común, no haciendo aprecio del discurso mentiroso y replicando con datos y hechos veraces que desmientan los infundios. En mi juventud decíamos: Ante palabras pronunciadas por laringes inexpertas, trompa de Eustaquio en periodo de letargo. ¡Pues eso!


 

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