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Un militante de base en (la) Transición, de José María Barreda Fontes

18 de Octubre de 2024
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José María Barreda

José María Barreda Fontes, expresidente de Castilla-La Mancha, exdiputado nacional, doctor en Historia y profesor de universidad, que ahora ostenta la presidencia del Club Siglo XXI, ha escrito un libro sobre los años más calientes del cambio de régimen, de la dictadura a la democracia, que no deja impasible a ningún lector, especialmente a quienes vivimos aquellos tiempos pasionales de ilusión y cambio. La obra, publicada en editorial Catarata, lleva por título Un militante de base en (la) Transición, lo que sintetiza muy bien el eje reflexivo-narrativo sobre el que gira el autor: su militancia de base en el Partido Comunista de España en esos tiempos, su propia “transición” del PCE al PSOE y la historia y la intrahistoria mismas de la llamada Transición política, con especial atención al marco geográfico de Madrid y Castilla-La Mancha.

El texto, que en una lectura somera puede parecer la crónica de un tiempo y unos hechos realizada por un testigo, tiene también la visión del historiador que se acerca a la realidad de la manera más objetiva, sin sectarismos ni sesgadas interpretaciones y manejando documentación exhaustiva de fuentes vitales propias y otras orales y escritas. Y no es menos importante la presencia personal, con todas las emociones que conlleva, que da cuenta de aquello que para Unamuno era la intrahistoria (que es todo lo que ocurría, pero no publicaban los periódicos). Sin embargo, conociendo bien las lecturas gramscianas del autor, quizá (y sin quizá) este ha tenido presente al redactar su libro lo que escribió Gramsci a su hijo Delio, diciéndole que la historia en la que él creía no era la de los grandes hombres, de personajes ilustres o de los reyes y príncipes, sino la que se ocupaba de muchos hombres, de cuantos más hombres y mujeres, mejor. (Si nos atuviéramos después a los hechos en la vida y a la propia gestión política de Barreda, esta concepción gramsciana en buena medida tomó carta de naturaleza en su forma de gobernar). Él mismo afirma: “No pretendo hacer un panegírico de la Transición, y mucho menos mitificarla, simplemente cuento cómo la fui viendo envuelto en la vorágine de los acontecimientos y, por tanto, sin perspectiva para analizar con objetividad sus consecuencias sobre la marcha”.

Un militante de base en (la) Transición nos presenta, así mismo, a una persona que reflexiona sinceramente con argumentos y sin impostura y que, desde su gran timidez o asombrosa prudencia, a veces deja rebosar su corazón y su cabeza con afirmaciones que dan idea de su saber, su análisis y su compromiso con la realidad y con la historia que sucede, con las personas o con el propio sistema surgido de la Transición pactada entre la fuerza de dos debilidades: la derecha franquista y la izquierda antifranquista. Instalado más en las ideas que en las ideologías, así como en el posibilismo que se sustenta más en el principio de libertad que en el de igualdad, Barreda es capaz de afirmar cuestiones que (recomiendo leer en su contexto) son de una exquisitez política extraordinaria no faltas de fina ironía. Cito algunas:

“Así fue como del cristianismo pasé al comunismo, abandoné el concepto de dictadura del proletariado y el leninismo, y me comprometí con un PSOE, que dejaba de ser formalmente marxista, para iniciar un largo recorrido con la socialdemocracia que dura ya cuarenta y cuatro años… Durante este largo periodo he hecho bastante más que “toreo de salón”, he colaborado a que la gente viva mejor, con frecuencia cogiendo por los cuernos el toro de la realidad”.

“Creo que fue por estas fechas cuando descubrí el carácter subversivo de la democracia. Sin duda, venir de una dictadura y conseguir la libertad tenía una connotación revolucionaria. No acabábamos ciertamente con la explotación del hombre por el hombre, pero poníamos las bases para que en un futuro Estado se garantizaran y aseguraran los derechos sociales y laborales y, en definitiva, todos los derechos humanos. Lo que no nos parecía poco”.

“Leí por entonces un artículo del comunista griego Ilios Iannakakis, colaborador del Dubcek en el 68, del que posteriormente me he acordado con frecuencia al ver ciertos nombramientos realizados por los partidos políticos: “hemos sido testigos de la selección de las personas según la utilidad para el régimen. La confianza se depositaba en los que no creaban dificultades, en los que no planteaban cuestiones que no fueran las que el régimen mismo planteaba.” Y podría añadirse, en quienes decían “amén” a todo lo planteado por los jefes por muy disparatado que fuera”.

“Años después, cuando he sido secretario general del PSOE en la provincia de Ciudad Real y en Castilla-La Mancha, he comprobado que la libertad que te da tener un trabajo, una profesión o un oficio al que poder dedicarte al margen de la política, es fundamental para no comulgar con ruedas de molino. He visto demasiados casos de compañeros que, al no tener “oficio ni beneficio, han tenido que tragar sapos e incluso renegar de sus ideas para seguir en sus puestos”.

“Bien es verdad que también conozco a muchos otros que habían pertenecido a la “mayoría silenciosa” durante la dictadura y, de repente, se convirtieron en “demócratas de toda la vida”, e incluso “descubrieron” que eran socialistas, que se arrimaron en busca de algún tipo de ventaja o prebenda”.

“Esto ocurrió en julio de 1969 (se refiere a la Ley de Sucesión), cuando el dictador nombró a Juan Carlos su sucesor; por cierto, el mismo mes que Neil Amstrong pisó la Luna, de modo que, si este dio “un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”, Franco dio un gran paso para la continuidad de su régimen”.

“Se trató pues en cierto sentido de una instauración más que de una restauración. Con su entronización se cumplieron las “previsiones sucesorias” contempladas en las Leyes Fundamentales del Régimen”.

“En definitiva, la monarquía constitucional española no es consecuencia del sentir monárquico de la mayoría de la población, sino de un accidentalismo práctico que se consideró útil”.

“El pacto sobre la monarquía, la realidad de su restauración, fue una imposición a priori de todo el proceso e implicó consecuencias contradictorias y determinantes: resultó fundamental para controlar al búnker inmovilista al tiempo que suponía aceptar un legado antidemocrático del franquismo en la Jefatura del Estado”.

“Sin llamarlo por su nombre, porque para cierta derecha la palabra federalismo es tabú, el Estado de las autonomías resulta un Estado federal débil y con algunas deficiencias”.

“Creo que el futuro del Estado de las autonomías pasa por convertirse en un verdadero Estado federal, pero soy consciente de las dificultades jurídicas y sobre todo políticas, que existen para lograr la transformación”.

Estas citas son ejemplos de que este es el libro de un político de pies a cabeza, con muchas lecturas, con sobrados argumentos, con sentido crítico razonado y con una fundamentación intelectual que sobresale sobre la mediocridad reinante. Me asombra cuando para hablar de esta obra, que es sintética pero profunda, haya quien pare la vista solo en los poemas de los que se vale el autor (gran lector de poesía) como elementos más sobresalientes de estos 26 densos capítulos. Los versos, además de una demostración de cultura lectora, son una ornamentación, también sustanciosa, que enmarca de forma magnífica la reflexión, los argumentos y la narración de un “militante de base” de los que ¡ojalá” hubiera habido muchos en política y no hubieran tenido que conducir muchas veces los gobiernos con el freno de mano echado.

Un militante de base en (la) Transición es un libro que no solo capta el interés desde la primera página, sino que también destaca por su prosa ágil y rica. La narrativa, fluida y vibrante, nos lleva por los momentos más pasionales y apasionantes de nuestra reciente historia, transmitiendo una sinceridad y un buen talante que pocas veces se encuentran en obras de este tipo. Además, su contenido mesurado y auténtico ofrece reflexiones y afirmaciones que permiten entender el pasado, comprender el presente y anhelar un futuro mejor. Un libro imprescindible para cualquiera que desee adentrarse en los años de la Transición con una perspectiva fresca y profunda.

Mi recomendación es que leas este libro con bolígrafo en mano, listo para subrayar y reflexionar sobre los pasajes destacados. Sumérgete en cada capítulo, permitiéndote destacar aquellos fragmentos que te conmueven o te invitan a pensar de manera diferente. Si tienes la oportunidad, comparte tus impresiones y debate con otros lectores; las conversaciones enriquecedoras que pueden surgir de estas discusiones son invaluables. Y si se presenta la ocasión, dialoga con el propio autor para obtener una perspectiva más profunda de su obra.

Esta lectura no solo instruye y deleita, sino que también abre los horizontes, preparándote para volver a transitar, algún día, las anchas alamedas de la historia. Es una invitación a reflexionar y que las lecciones aprendidas nos guíen por un camino más justo y pleno. Este libro no se limita a contar una historia personal, sino que nos impulsa a participar activamente en el proceso de comprensión de un tiempo y el aprendizaje de unos valores cívicos democráticos. Estas páginas son un apasionante viaje político, humano y literario que vale la pena emprender con curiosidad y mente abierta.

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