La empatía, esa capacidad humana que se manifiesta como una reacción inmediata e inconsciente, de conexión emocional con los demás individuos; que permite reconocer, compartir y entender los sentimientos y los estados de ánimo de otros seres humanos; esa comprensión, esa escucha activa, ese intento de no juzgar a los demás para comprender mejor lo que ocurre, y poder entender el punto de vista del otro, de ponerse en su lugar, de conectar con sus necesidades; esa cualidad positiva que fomenta los vínculos sanos y respetuosos en todos los ámbitos, donde un individuo experimenta algo que le sucede a otro como si fuera un sentimiento propio; esa actitud positiva de escuchar a los demás cuando están atravesando una situación difícil. Comprender cómo se sienten otras personas, solidarizarse y ayudar a quienes más lo necesitan, vincularse con ellos respetando sus derechos, está más en peligro de extinción en el planeta que el oso polar, el rinoceronte blanco y gorila de montaña juntos.
La filósofa, historiadora, socióloga y escritora alemana Hannah Arendt (1906 – 1975), una de las intelectuales más influyentes del pasado siglo no hablaba del peligro de extinción de la empatía sino, directamente, de su total desaparición: “La muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie”, lo dijo. Hannah era judía y dejó escrito, entre otras muchas cosas, que la paz entre árabes y judíos solo puede alcanzarse por el entendimiento y un acuerdo justo entre las dos comunidades.
El pasado 18 de Marzo, el ejército israelí que lucha bravamente contra el terrorismo de Hamás asesinando a placer, a bombazo limpio, a niños, mujeres y viejos indefensos, masacrando sin miramiento alguno a una población civil que corre despavorida en todas direcciones, sin encontrar un lugar seguro donde refugiarse, rompió la débil tregua que en realidad no había respetado en ningún momento tal y como estaba pactada, y reanudó sus oleadas de intensos bombardeos, asesinando solo en ese día a más de 600 palestinos, más de un tercio de ellos niños. Y al frente del valiente ejército hebreo, el criminal de guerra Netanyahu, que decidió romper definitivamente la tregua acordada con los palestinos, única y exclusivamente por intereses políticos, para quitarse al menos durante un tiempo, como se quita uno de encima a las moscas, a los jueces de su país que quieren juzgarlo por corrupción, y cuyo aliento siente desde hace ya tiempo en su nuca. La pena es que estos jueces no sean del Tribunal Penal Internacional y le busquen para juzgarle, a él y a su gobierno, en un nuevo proceso de Nuremberg por crímenes de guerra y genocidio. Pero, casualmente, ni Netanyahu ni ningún dirigente político israelí reconocen a esa tribunal, como tampoco reconocen ningún derecho humano al pueblo palestino.
Antonio Guterres, secretario general de la ONU, y encargado de velar por los derechos humanos en el mundo, condenó los ataques y urgió a Israel a detener los bombardeos indiscriminados contra la población civil, y a que se restablezca sin traba alguna la ayuda humanitaria. Guterres recordó a Israel que el uso continuo de la fuerza solo agravará el sufrimiento del pueblo palestino, que ya vive una terrible y para nosotros inimaginable catástrofe humanitaria. Como si Israel no supiera el genocidio que está perpetrando en la franja de Gaza, un territorio que quiere robarle, que le está robando día tras día, al pueblo palestino a bombazo limpio delante de todo el mundo. Un mundo que calla cobarde, miserable y vergonzosamente ante este genocidio. Y solo faltaba el botarate, el tarado de Trump para decir que cuando Israel acabe con todos los palestinos, como si fueran una plaga a la que hay que erradicar, bien podían construir un gran complejo turístico, una nueva Riviera. ¿Se puede ser más desalmado, más canalla, más degenerado, más repugnante?. Seguramente no.
El Consejo de Seguridad de la ONU se reunió para discutir la crisis. Una reunión que fue, como todas, una miserable pérdida de tiempo porque el veto de EEUU, el cómplice, el colaborador necesario de Israel, siempre echa por tierra cualquier acuerdo que vaya en contra del Estado Genocida. Lo único que se consiguió fue que la ONU condenara sin paliativos esta nueva matanza. Y mientras la ONU condenaba esta masacre de la indefensa población civil, la cobarde, servil e infame UE, que cada vez da más vergüenza ajena, emitió un comunicado evitando emplear la palabra “condenar” los bombardeos y usando en su lugar la palabra “deplorar” una palabra mucho más suave, incolora, inodora e insípida que, según el diccionario de la RAE, equivale a decir que lo sienten. Menos mal que al menos dijeron que lo sentían, que lo lamentaban porque, ya metidos en su papel de miserables y cobardes, podían haber dicho que no les importaba un pimiento esta matanza, como tampoco les importaron las anteriores, ni las que todavía están por venir.
Esta ruin, cobarde y miserable actitud retrata a la perfección a los ruines, cobardes y miserables socios de la UE que, como buenos lacayos que son, no quieren importunar, molestar lo más mínimo a Israel y menos a EEUU, a cuya autoridad están sometidos. Esta tibieza, este miramiento, esta delicadeza, este respeto reverencial tan vergonzoso, tan vil y rastrero ante el genocidio israelí y la complicidad de EEUU, debería haber sido la gota que colma el vaso de la paciencia de millones de personas de todos los rincones de la UE, que deberían, deberíamos, haberse echado a la calle para mandar a la mierda a todos los dirigentes europeos, con Úrsula von der Leyen a la cabeza.
Pero, por desgracia, el genocidio que se está perpetrando desde hace más de un año en la otra orilla del Mediterráneo, no parece ser motivo suficiente para remover las conciencias, para manifestar la necesaria empatía de millones de ciudadanos y ciudadanas de Europa con el pueblo palestino. Una salvaje y desproporcionada agresión, que deberíamos sentir como propia, a una población civil indefensa con la que el valiente, el laureado ejército hebreo se recrea, prueba y ensaya, como hizo la aviación nazi en Guernica con la bendición del régimen fascista de Franco, lanzando toda clase de bombas, misiles y cualquier otra arma mortífera que tenga a mano, jugando a un malvado, perverso y criminal juego del gato y el ratón que debería habernos hecho salir a la calle a decir a nuestros representantes políticos que hasta aquí hemos llegado.
Pero ni los dirigentes políticos europeos, perdidos, aturdidos y seguramente aburridos como geranios en su inabarcable laberinto burocrático de reuniones, comisiones, comités, asambleas, consejos y demás actividades destinadas a hacer como que hacen para justificar sus bien pagados cargos, muestran la más mínima empatía por el diariamente masacrado pueblo palestino, ni tampoco los europeos rasos, los peatones de la historia, muestran, mostramos, ningún signo de empatía, de solidaridad, de indignación, y menos de organización y movilización ante este horroroso crimen contra la humanidad.
Si unos cuantos millones de ciudadanos y ciudadanas de toda la UE, indignados hasta decir basta, hartos más allá de toda hartura, se plantaran ante sus representantes políticos por su tibieza, por no decir su desinterés, indolencia, cuando no directamente desprecio, ante el inadmisible, el horroroso genocidio que está cometiendo Israel; si se hubieran echado a la calle para exigir la dimisión de los dirigentes políticos de la UE por su clamorosa vileza y cobardía, por su escandalosa falta de empatía, los dirigentes, por la cuenta que les trae, se hubieran espabilado como las gallinas cuando les dan la pimienta, y hubieran actuado con más contundencia para parar el genocidio. Al menos hubieran dejado a un lado la palabra “deplorar” para condenar sin paliativos los incesantes bombardeos indiscriminados, los bloqueos de ayuda humanitaria, medicinas, agua y alimentos a la población civil, y aprobar y poner en práctica una contundente batería de medidas contra Israel, como las que se tomaron, y siguen vigentes a día de hoy, contra Putin cuando invadió Ucrania.
Pero no se espera ningún asomo de valor y coraje, de humanidad, de empatía alguna, ni por parte de la ciudadanía del primer mundo, del mundo libre, culto y democrático al que se supone que representamos, y menos todavía se espera nada de la Unión Europea, ese monumento a la incompetencia, a la ineficacia, a la ineptitud, a la sumisión y al vasallaje, a la obediencia perruna al imperio USA, ahora dirigido por el mayor y más poderoso y peligroso botarate que ha conocido la historia reciente. Y lo peor de todo es la constatación de esa clamorosa ausencia de empatía, ese sentimiento que nos humaniza, cuya carencia abre, como decía Hannah Arendt, las puertas de la barbarie, del infierno al que parece que nos encaminamos a paso ligero, en silencio y en apretadas filas, como esa siniestra columna, esa pavorosa formación humana que aparece en el cuadro “El triunfo de la muerte” de Pieter Bruegel el Viejo.
Viendo por enésima vez la monumental película El Padrino, en la inolvidable escena de la reunión de todos los “asociados” como les llama don Vito Corleone a los jefes de las familias mafiosas más importantes del país, y que se convoca para buscar una solución a la guerra abierta entre las familias más poderosas, don Vito toma la palabra para preguntar y preguntarse: “¿Por qué hemos llegado a este extremo?. Y él mismo se responde: “No lo sé. Todo ha sido desafortunado e innecesario. Yo propongo dejar las cosas como estaban antes”. Muchos, viendo el actual panorama, nos acordamos de las cosas como estaban antes, que no es que estuvieran precisamente bien pero, si las comparamos con el actual estado de cosas, podía decirse que estaban muy bien. Nuestra desgracia está personificada en un emperador tarado, ególatra, un ser con las facultades mentales perturbadas que atiende por Trump, que se califica abiertamente como “hombre malo” y que, tanto él como su corte de supermillonarios han acabado definitivamente con la empatía, que está muerta y enterrada, y con ella los valores de la compasión, la generosidad, el respeto, la bondad, la solidaridad y la tolerancia, y que han sustituido por la intolerancia, la desigualdad, la codicia, el egoísmo, el individualismo y demás miserias humanas. Tanto el desequilibrado Trump y sus asociados multimillonarios que no tenían bastante con el poder económico, que ahora también quieren el poder político para gobernar o más bien desgobernar el mundo, con la inestimable ayuda de sus lacayos, esbirros y secuaces repartidos por todo el globo. Aquí tenemos al patriota Abascal que no duda en doblar la raspa lo que haga falta ante el emperador, aunque éste imponga unos abusivos aranceles a los productos españoles como el vino, el queso, el aceite, sobre todo el aceite, que pueden llevar a la ruina a agricultores y ganaderos a los que dice proteger. También las empresas de repuestos de automóviles y maquinaria y otros productos agrícolas están en riesgo de desaparecer a causa de la agresiva política arancelaria de Trump. Y qué decir de la Ayuso, que también se ha mostrado como una firme partidaria de Trump, asegurando que, en caso de gobernar, esperemos que tal desatino sea frenado por la más elemental cordura y el más básico sentido común, hará lo mismo que su admirado ogro naranja: defender a los ricos y machacar a los pobres. No podía esperarse otra cosa de ella.
Cuenta el mítico periodista José María García de la Ayuso: “Tú hablas 15 minutos con la Ayuso y piensas: si no hay otra cosa mejor, cierra la tienda”. Y añade además: “Si los que la votan conociesen quién es esta señora...El último trabajo de Ayuso fue llevar la cuenta de Twitter de “Pecos” el perro de Esperanza Aguirre, su protectora. Y de ahí pasa a presidenta de la Comunidad de Madrid”. Sabiendo esto, no nos extraña la catastrófica gestión de la pandemia, y la catastrófica gestión de la Comunidad de Madrid que estamos padeciendo.
Parece, como decía Hannah Arendt, que estemos abocados a la extinción de la empatía y al advenimiento de la barbarie. Ante esta desgracia, esta calamidad, esta catástrofe de proporciones planetarias, cuyos desastrosos efectos ya empezamos a sufrir, podemos bajar la cabeza y esconderla entre los riñones de los que tenemos al lado, como hace el rebaño cuando se siente amenazado por una jauría de lobos, o hacer nuestras estas palabras del poeta y escritor Fernando Pessoa: “Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos”.