Acaba de aparecer un libro breve de Davidson (*), que es una pequeña joya. En él este distinguido catedrático de Humanidades de la escuela Mandel de la Universidad Hebrea de Jerusalén y emérito en la Universidad de Chicago, armoniza sus dos grandes pasiones: música y filosofía.
Está dedicado a improvisación y creación especialmente, con la particularidad de que quien lo lea, lo haga escuchando la música que propone en cada caso. Solo así llegará a alcanzar la belleza trascendental que transforme su vida. De este modo la música será “un auténtico acto filosófico”, ya que la filosofía no es construcción intelectual, sino una auténtica formación del mundo.
La música es una creación permanente, pero para crear hay que deshacerse de las certezas. Su ejercicio consiste en ponerlas todas en duda. Esta es la “naturaleza del filósofo”. No es nunca dogmática. Al revés, tiene una capacidad de cuestionar nuestras certezas. Esto hace que profesionales de carreras superiores, que actúan con seguridad y seguridades firmes, a veces sientan la necesidad de aproximarse a la filosofía para liberarse y ser más humano.
Siempre la filosofía ha podido transformar las perspectivas de las personas y cómo enfrentar su vida. Esto implica la capacidad de actuar con improvisación para lo que hay que entrenar la mente y el espíritu. Sócrates enseñó la autoindagación: “Una vida sin examen no merece ser vivida”. No es que nos dé todas las respuestas, pero sí ilumina el camino que elegimos recorrer y así vivimos de una manera consciente y auténtica.
Por eso la filosofía debe considerarse, más que como una disciplina académica, como un arte de vivir. Esto la recorre toda ella: desde los estoicos, que buscaban la virtud y la serenidad hasta los existencialistas, que exploraron la libertad y la autenticidad. Y así se pueden exponer muchos más ejemplos.
Es, al mismo tiempo, reflexión y práctica, la adopción de una perspectiva crítica y la aceptación de la incertidumbre. Se pueden aceptar las cosas como son: es lo que hay, solemos decir. Pero la filosofía no lo ve así. Siempre se pregunta: ¿por qué esto es así? ¿Hay otras alternativas? De este nos enseña a no conformarnos y a aceptar la incertidumbre, asumiendo la responsabilidad de nuestras acciones, aunque resulten desafiantes.
Valora los pequeños placeres de la vida, como los epicúreos. Se toma tiempo para disfrutar de una buena conversación, de un atardecer o de un buen libro. También es importante dialogar con otros.
Todo esto es emocionante. Produce bienestar moral y emocional. Así, se puede llegar a un estado de atención plena, para embeberse en las ideas que se están tratando y explorar formas de ver el mundo.
De este modo se mejora la concentración y se puede reducir el estrés y la ansiedad. Hay demasiado ruido fuera, que entra también en la mente e impide la necesaria sensación de tranquilidad para vivir.
Si pasamos a la música, podemos decir que tiene un profundo valor filosófico, ya que conecta dimensiones emocionales, intelectuales y espirituales en la experiencia. A lo largo de la historia, muchos pensadores filósofos han reflexionado sobre el significado y los impactos de la música, considerándola no solo un arte, sino también un medio para explorar ideas filosóficas y trascender la realidad cotidiana.
La música tiene características propias que la identifican como ser la expresión lo inefable. Es la forma pura del arte, trasciende las palabras y nos permite conectar con lo inmaterial y universal (Schopenhauer).
La música pone en marcha emociones intensas y nos transporta a diferentes estados de ánimo.
Para los Pitagóricos, estaba conectada a las matemáticas y al orden cósmico, de aquí que nos acerque a este equilibrio. No hacen falta palabras para comunicar y compartir ideas y experiencias, y ayuda a las identidades individual y colectiva.
Hay más. En La República, Platón considera la música como una herramienta poderosa para moldear el carácter y la moralidad. Nietzsche la veía como una expresión de la vida misma.
Adorno pasa a considerarla como reflejo y respuesta a estructuras sociales y económicas. Cada uno la aborda desde perspectivas únicas. Para que surjan tales efectos, Davidson concede mucha importancia a la improvisación, cuya mejor expresión es el jazz, qué es una lección de democracia para lo que habría que escuchar Mise en Abîme. Es bonito afirmar que Epicuro se curaría con jazz, o que lo social es lírico. Y hablar de la ética del jazz y mostrarlo al mismo tiempo.
El jazz es la libertad misma, con el nacimiento del mundo, según Foucault vio en la música serial. También hay música de trascendencia transformadora, como Teresa de Ávila, de Zorn. Cree que aprender a escuchar esta música es uno de los ejercicios espirituales del que más fondo podemos sacar, ya que, podremos alcanzar la belleza trascendente.
“Los virtuosos del jazz ofrecen una lección de vida, un modo de pensar en la ética y la política capaz de dar forma al comportamiento individual y colectivo”.
Qué lejos queda esto de los tiempos oscuros de nuestra historia, en que se consideraba esta clase de música como poco edificante para las frescas mentes juveniles.

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(*) A. I. Davidson (2025), Los ejercicios espirituales de la música. (Traducción de Juan Gabriel López Guix. Prólogo de Laura Cremonesi. Barcelona, Alpha Decai).