Una vez más, el 28-F nos sirve para pensar sobre el pasado y el presente de Andalucía y nos ayuda a reflexionar sobre aspectos relacionados con el Nacionalismo andaluz y español, que no ha tenido el mismo significado en los dos últimos siglos.
Será con una cronología precisa, 1900-1936, cuando el Nacionalismo-“ideología” que sostiene las diversas reivindicaciones de identificación, de liberación o de realización nacional- adquiere una relevancia especial, teniendo en cuenta que la cristalización del “problema regional”, como cuestión política nacional, debe fecharse en torno a 1900, mediante un proceso de extensión de los sentimientos regionalistas gradual, lento y limitado. Unos nacionalismos y regionalismos españoles que no son equiparables entre sí; al contrario, la característica es, precisamente, la heterogeneidad y diversidad de tales movimientos.
Del mismo modo, en los años considerados se produjo un doble proceso: el gradual deslizamiento de los nacionalismos “periféricos” hacia la izquierda (democrática y republicana) y la progresiva apertura de la izquierda española a las reivindicaciones regionalistas o nacionalistas. Igualmente, lo determinante del caso español es la dialéctica de los nacionalismos, es decir, la confrontación entre un nacionalismo español integral y unitario y los que podemos llamar nacionalismos periféricos, fundamentalmente, los nacionalismos andaluz, catalán, vasco y gallego.
Implícitas en los puntos anteriores existen otras importantes consideraciones como la afirmación de un nacionalismo español, resultado de un proceso que iría completándose a medida que se fortaleciese, a lo largo del siglo XIX y primeros años del siglo XX, la integración de la sociedad española. En ello sería fundamental la aparición de medios modernos de comunicación de masas-ferrocarriles, prensa-, la creación de un sistema nacional de educación primaria o la ampliación del servicio militar, entre otros. Sin olvidarnos de la cuestión polémica de considerar el Estado español como débil, ineficiente, precario y pobre; por eso que se definiera por un “centralismo legal y un localismo real”
Y por último, la Crisis del 98 tuvo una influencia considerable en toda la cuestión de los nacionalismos españoles. En ella coincidieron una honda crisis de la conciencia nacional, la exigencia del regeneracionismo de la Nación, la frustración de un ejército colonial y la irrupción de los nacionalismos (Fusi).
La serie de puntos anteriores van a centrar la trayectoria histórica del movimiento andalucista y las repercusiones o la proyección hacia el presente del mismo. Aspectos estos que pueden suscitar análisis o contraposición de hipótesis en cuanto, y en primer lugar, habría que plantear el asunto del problema de los orígenes. En este sentido, habría que tratar dos aspectos fundamentales: por un lado, el debate en torno al movimiento de las Juntas en el segundo tercio del siglo XIX, y que podríamos centrar en la más significativa, la Junta soberana de Andújar de 1835; en segundo lugar, habría que abordar, como verdadero origen de los primeros planteamientos esencialmente andalucistas, la cuestión del desarrollo del movimiento democrático andaluz, y posteriormente, el movimiento federal. Analizándolos en dos grandes direcciones: por un lado, la vinculación que desde un primer momento el andalucismo va a tener con el problema de la tierra y la movilización en torno al campesinado, ya que este aspecto es un avance de lo que posteriormente va a ser no solo el nacionalismo andaluz, sino también los planteamientos de la izquierda en Andalucía; y, por otro lado, en el desarrollo de la democracia, hay que considerar que la aportación más importante desde el punto de vista teórico y político fue la aparición del federalismo. Y, más concretamente, durante la primera República, Andalucía va a tener las primeras experiencias de autogobierno, que son los cantones.
Posteriormente, durante la época de la Restauración, queda como manifestación del federalismo la Constitución de Antequera (1883), primer proyecto de texto constitucional donde Andalucía aparece teóricamente como ente autónomo. En dicha etapa, se afirma la burguesía andaluza como uno de los pilares esenciales del Estado centralista- a diferencia de otras burguesías periféricas- y se despega de cualquier defensa de intereses específicamente andaluces.
La tercera fase del análisis del andalucismo, nos viene dada por la aparición del andalucismo político, fenómeno ya del siglo XX, con Blas Infante, que va a conformar la ideología andalucista a partir de esos momentos. Una ideología blasinfantiana que gira en torno al problema de la tierra, que se va resolver con el recurso al georgismo, es decir, a la fisiocracia, con su aplicación del impuesto único. De igual manera, recurrir al universalismo será otra de las tesis de Blas Infante que defiende que Andalucía sea la comunidad que por su “genio”, por su mayor originalidad, por la fuerza de su pueblo, sea la que mueva al resto de los pueblos de España a emularla(Arcas Cubero); y, en esa tensión, el resultado final sea el fortalecimiento de España y, a través de ello, el establecimiento de unas relaciones universales basadas en la coexistencia, la paz y la prosperidad. En definitiva, es una propuesta regeneracionista, inspirada en Joaquín Costa (Blas Infante).
Por último, la reaparición en el panorama político, en los estertores del Franquismo y en la Transición democrática, de planteamientos andalucistas y de reivindicación autonómica se debe contextualizar en el debate intelectual y político acerca del reconocimiento de los derechos de las nacionalidades que conformaban el Estado. Durante ese periodo, buena parte de los intelectuales y políticos andaluces tendieron a expresarse en clave regionalista o nacionalista. Una reivindicación que sería refrendada popularmente el 4 de diciembre de 1977, mediante manifestaciones de numerosísima participación que convirtieron esa fecha en un símbolo, al igual que la del 28 de febrero de 1980.
La decisión- conflictiva, porque supuso una ruptura política entre andalucistas y la izquierda y la derecha- de transitar definitivamente por la vía del artículo 151 de la Constitución que posibilitaba un acceso a la autonomía plena; la elaboración del primer Estatuto de Autonomía de 1981- antecedente del actual de 2007- y su posterior aprobación; y la celebración de las primeras elecciones autonómicas del 23 de mayo 1982, marcan unos hitos de la historia reciente de Andalucía (Gómez Oliver). Y ponen en evidencia hoy la necesidad de un discurso nacionalista andaluz que se desarrolle en el terreno de la defensa de los recursos propios y de la afirmación de sus identidades, donde es preciso estar con la mayor capacidad de decisión nacional y autogobierno, Es más, esta afirmación de la identidad debe hacerse desde la pluralidad y la democracia (Ruiz Valle).
En definitiva, valorando el legado nacional andaluz – en el que destaca el de Blas Infante- y lo que queda y es aprovechable de ese legado hoy; y afrontando los cambios que han experimentado la sociedad andaluza y las opciones políticas andaluzas con la “asimilación” del andalucismo- al menos en una primera apariencia-, es como podemos mirar el presente de la situación de Andalucía. Ambas afirmaciones, creemos que han producido el planteamiento teórico actual sobre el nacionalismo andaluz y explicarían la distinta visiones de aceptación o cuestionamiento social y político del programa andalucista, que genera un conjunto de interrogantes para el futuro de Andalucía.