jorge-guerra.jpg

Narciso tiene cuenta en Instagram

12 de Julio de 2024
Guardar
Narciso tiene cuenta en Instagram

Hace años, trabajando como guionista en cierto programa de radio de alcance nacional, me ofrecieron más trabajo desde arriba al mismo precio en un “o lo aceptas o te vas” educadamente mafioso. El nuevo rol para el que se me requería era llevar las redes sociales del programa, por entonces Facebook y Twitter. En un principio me lo tomé muy mal y a punto estuve de coger la puerta y largarme. De hecho, en la primera reunión que tuvimos en relación al cambio, me levanté y me fui de la sala con un evidente cabreo. Sentía que el hecho de ser guionista con cierta trayectoria y reconocimiento se vería devaluado profesionalmente al pasar a ser también desde ese momento, community manager, una profesión que ya sólo por el anglicismo me generaba mucho rechazo. Fue Antonio Jimeno, un monstruo de la radio y de la comunicación en general, el secundario más principal que existe, un cómico en potencia sin él ser consciente, o quizás sí, y una de las personas con más talento con las que me he topado en mi vida, la que me agarró un día por la pechera y zarandeándome, o así me hubiera gustado que hubiese sucedido esta ficción y como tal permanecerá en mi cabeza, me hizo recapacitar para que aceptara. Me instó a que explotara mis capacidades humorísticas con total libertad creativa, más que haciendo tan solo guiones para los directos, los cuales muchas veces no eran ni utilizados, como suele pasar en todo programa de radio y/o televisión, y terminaban perdiéndose. Me dijo, y lo recuerdo, “haz tuyas las redes sociales. No seas un community manager más, alguien mecánico. Sé un guionnity manager”. Y de la manga se sacó un nuevo concepto con el que hasta el día de hoy me siento cómodo e identificado. Así las redes sociales y, hay que decirlo, mis superiores, me permitieron dar rienda suelta a todo tipo de memeces que se me pasaran por la cabeza, a crear contenidos divertidos e interesantes, en ocasiones absurdos, a jugar e interactuar con los oyentes, a plasmar mi sentido del humor y mi ironía más allá del papel, a ser un personaje más dentro del programa llevando lo que sucedía en antena a las redes sociales a tiempo real y programando contenidos en diferido con el único objeto de fidelizar oyentes y seguidores y hacerlos crecer en número. Y la fórmula funcionó, alcanzando cifras en ocasiones vertiginosas que se aproximaban a crecimientos medios de alrededor de un 300% en un mes respecto al mismo mes del año anterior y llegando en una ocasión a un pico de un 1045%.

Las redes sociales me permitieron, además, valorar el arduo y esclavo trabajo de los community managers, aunque siga odiando el anglicismo, y también conocer las entrañas sociales de estas telarañas virtuales donde muy poco es lo que parece y muy pocos son lo que aparentan. Entendí que cada red social es un mundo y funciona de diferente manera, con sus tiempos, sus reglas y su propia idiosincrasia. Los usuarios lo saben y se ciñen al tan certero “donde fueres haz lo que vieres”, y no se comportan ni interactúan de la misma manera en Facebook, en Twitter o en Instagram. Entiendo que lo mismo es aplicable para TikTok, pero mi conocimiento de esta red social es bastante primigenio. Como guionnity manager era mi obligación profesional conocer esta evidencia y, por supuesto, la manera de aproximarme a nuestros seguidores y/u oyentes debía ajustarse a cada red social. Por ello no siempre el mismo contenido era apropiado para todas las plataformas o no al menos de la misma manera; es decir, en ocasiones el contenido a compartir era el mismo, pero tenía que cambiar el continente, fuera este las ilustraciones, el diseño, la redacción o todos, para ajustarlo así a lo que los usuarios de cada plataforma esperaban o estaban acostumbrados. Y ya se sabe que el ser humano es un ser de rutinas y gregario, y que en una red no es más que una res y como tal se comporta, balando no necesariamente de manera social sino individual, como un lobo solitario, como una oveja negra, como un “contigo pero sin ti” aumentado a un “con vosotros pero a mi bola”. Un «yo, me, mi, conmigo» porque si cada red social, como decía más arriba, es un mundo y nada tiene uno que ver con el otro, sí que hay algo que es común a todas: el ego.

Para Freud, el ego o el “yo” es la parte de la personalidad del ser humano que lidia entre el “ello”, nuestra parte más animal e instintiva, la que quiere responder de manera positiva a nuestras pulsiones independientemente de sus consecuencias, y el “superyó”, nuestra parte más racional, la más calmada, la que trata de contrarrestar al “ello” por medio de un juicio, una moralidad y una ética aprendidas y activadas por nuestra capacidad de autoevaluación, crítica y reproche. Básicamente, según el vienés, el ego es el negociador que trata de encontrar una forma de vivir con nosotros mismos en el mundo. Pero no todo el mundo está de acuerdo con su visión y sus teorías, ya que a día de hoy muchos le siguen siendo tachando de farsante y a su psicoanálisis, de pseudociencia, ya que no es replicable; es decir, un experimento no se puede repetir en diferentes situaciones, con diferentes sujetos e investigadores y, por tanto, no se puede comprobar la seguridad de los resultados del primer experimento ni, consecuentemente, su viabilidad. Para Francis Bacon y según su “Novum Organum” de 1620, es posible que Freud entrara dentro de la categoría de psicoanalista “araña”, esto es un filósofo racional que, basándose en pocos hechos y mucha laboriosidad, sería capaz de tejer enrevesadas telas doctrinales y teorías al margen de la realidad, algo así como la alquimia, real y verdadera para sus seguidores, vana y ficticia para el resto. De cualquier manera, Freud o no mediante, psicoanálisis o no presente, todo el mundo sabe y cree entender lo que es el ego. Hoy en día no deja de ser un término involucionado, un vocablo que no invita a grandes disertaciones filosóficas, una palabra tan ambigua que irónicamente resulta monosémica y tan vaga que no extiende sus brazos etimológicos más allá de cada persona, más allá del mismo ser al que hace referencia: yo.

El yo se ha convertido en el protagonista de un mundo virtual en el que todos sus usuarios se sienten obligados a ser y quieren ser los protagonistas, los modelos a seguir y a escuchar, se creen diferentes al resto, especiales e iluminados, y esto deriva en un individualismo excesivamente narcisista que los aproxima a una especie de auto teocentrismo o antro-teocentrismo, pues se consideran en cierto modo deidades, el centro de todo.

Para desesperanza de unos pocos, actualmente el yo es la unidad básica y primordial de una sociedad demacrada, lo esencial de lo que emerge todo lo demás, una trampa en la que casi todo el mundo cae.

Y yo lo he visto y vivido desde dentro, he sido testigo mudo durante años de la sobreexposición de una de estas pseudo deidades, he corroborado desde la misma sala de control lo que todos sabemos, que las redes sociales están plagadas de falsedad. He disfrutado a base de ligeras muecas mordaces e inapreciables negaciones con la cabeza desde mi lugar de trabajo durante años, de un postureo desorbitado, lamentable y ridículo por parte de alguien que, aún hoy, mantiene esas ínfulas de divismo hortera de cara a la galería mientras su vida real poco o nada tiene que ver con lo que muestra.

Se trata de una comunicadora que ya en su cuenta de Instagram, ahí donde el resto de colegas ponen “periodista”, ella pone “personaje público”, queriéndose tan poco que antepone algo tan insustancial a su propio aprecio por su profesión; aunque no la ejerza y pida a “sus” guionistas que le preparen las entrevistas y las preguntas a los invitados al programa. Sin embargo, no hay más que preguntar a cualquiera que no esté familiarizado con el medio en cuestión para comprobar que lo de público queda muy lejos de la realidad. Es, sin duda, un alarde, más bien un patético anhelo. Su perfil de Instagram es, como no, un homenaje a su cara y a sus jocosas intervenciones para nada improvisadas, a sus momentos de vanagloria que ella confunde con gloria. En ocasiones se hace acompañar de su retoño, relegado siempre a un segundo plano y pixelado o con cara de emoticono, a quien usa como excusa para, de nuevo, lucir su propia jeta y sus dotes como buena madre que trabaja duro para tratar de inculcarle valores como la humildad y mantenerle alejado de otros tan nocivos como el narcisismo, el excesivo amor propio o la competitividad para que sea el mejor, no más feliz. Cri-cri. Porque supone, en realidad, una absoluta idiotez compartir en redes sociales una foto de un menor a lo “japonés”, esto es: con cara pasmada de emoji ictérico o pixelada como los genitales de los orientales en los vídeos porno, curiosamente pequeños también. Obviamente si un padre o una madre suben una foto de su hijo/a de esta manera a las redes sociales lo están haciendo para lucirse él o ella y recibir así más “me gusta” de esos que alimentan el vacío, porque hay que tener mal gusto para querer lucir una especie de código QR vestido de Zara kids.

La chica online, extrapolable a la chica on air, presume de llevar una vida guay, y así lo hace saber: le gusta ir al teatro, pues en su juventud fue actriz. De hecho, a veces hasta actúa. En teatros, quiero decir, que en su vida es la protagonista de su propia tragicomedia. Pero su actividad intelectual no se reduce únicamente a los patios de butaca ya que es también una ávida lectora y entendida consumidora de cine y televisión de calidad, dice. Toda esta culturalidad no sólo no anula su faceta más ociosa, sino que la acrecienta. No en vano es una fiestera divertida y siempre que puede se apunta a un buen sarao. También le gusta juntarse con antiguas compañeras para una buena comida o cena y lo que surja porque, además, a pesar de su cara de niña buena, es una femme fatale de las de cuero, látigo y taconazos que ni Clara de Noche. Y la noche cansa, claro, y a veces hay que alimentar la parte más zen y creativa realizando actividades que le conecten con la tierra y sanen su alma. Tampoco deja pasar la ocasión de viajar, de conocer, y bajo ningún concepto perdona sus más que merecidas vacaciones en la playa, rodeada de yates de ensueño.

Pero la realidad es ligeramente diferente y no es tan idílica…

La señora offline u off air, pues fuera de sus redes o antena es una señora de esas mechadas que disfruta criticando al resto con el bolso bajo el brazo en la charcutería diciendo “oioioioi…”, en su pasado debió ser actriz, sí. En la función de Navidad de su colegio privado y lo mismo en el insti. Desde luego no es actriz profesional y no lo es seguramente porque no quiere, igual que Feijóo no es presidente de España porque no quiere. Que ovos, vaia retranca. En su book profesional destaca una certera imitación de una niña pija, para la cual no ha tenido que currárselo mucho, que repite “o sea” y “te lo juro por Snoopy” a cada frase tal cual haría cualquier ciudadano de a pie sin ser imitador basándose en clichés conocidos por todo el mundo. Acude al teatro con frecuencia, cosa digna de alabanza, pero no sé si el hecho de haber representado a Puck, puke para otros, a los dieciséis años en alguna noche de verano onírica, no capacita a nadie para elaborar críticas objetivas como si fuera Raquel Vidales o la mismísima Emilia Pardo Bazán con la que tiene poco o nada que ver ya que esta última es real y natural, atendiendo a sus corrientes literarias, entiéndase. Sus críticas teatrales en sus stories, ignoradas por la comisión de los Max, no sólo se ciñen al mundo de las artes escénicas sino que también se extienden a todas las series de televisión que ve, que son casi todas, y a todas las películas que ve, que no son sólo clásicos de ayer, de hoy y de siempre sino que también incluyen estrenos: que si tal personaje estaba mucho más definido en la primera temporada que en la segunda, que si la subtrama no termina de enganchar, que si la BSO es acertadísima con un Baladamenti que pone los pelos de punta, que si el vestuario no se rige por la moda de la época, que si las luces generan unos fáciles claroscuros difíciles de asimilar por el espectador o que si el catering tenía demasiadas grasas saturadas. Por supuesto, los libros no se escapan a su criterio, salvo aquellos que en ocasiones le envían los oyentes y que terminan en la basura sin ningún tipo de rubor, ni físico ni emocional, y sin ningún tipo de agradecimiento para esos que la adulan. Acude a la Feria del Libro cada año aun sabiendo, cito, “el peligro que tengo yo allí”, porque es complicado no resistirse a tanta bibliosmia evocadora y no regresar a casa con un buen número de ejemplares de moda, aka best sellers, para luego realizar la consecuente crítica periodística tanto en antena como en su red social de confianza. Las fiestas y los saraos se reducen a una vieja fiesta manchega ocurrida en tiempos universitarios y de la cual aún hace gala porque ese día vio amanecer, a un encuentro con viejas compañeras del Colegio Mayor, cuna de socialistas, que más bien, por la foto que se me pidió que subiera a redes, parecía un grupo de señoras bien que habían dejado a sus maridos con la cena preparada en casa, metidas en un bingo bebiendo Bitter Kas y diciéndose que tenían que hacerlo más a menudo, y últimamente se reducen a fiestas de niños y niñas veinte años más jóvenes que ella que se dicen “te quiero” sin apenas conocerse y en las que el nexo es una marica mala, pija y vulgar sin mayor talento que dibujar pollas y hablar sobre comérselas, de la que se hizo amiguísima porque conoce a personalidades tipo Lola Lolita, y así tiene seguro el pase a eventos en los que circula el 'tusi' y el brilli-brilli y en los que ella tiene la oportunidad de posar en photocalls para mantener a sus followers con los dientes largos por moverse con la crème de la merde. Lo de femme fatale es un concepto que se ha sacado de la manga y del que alardea por eso del molar y por hacerse ver como MILF cuando la realidad es que su abstinencia sexual llegó a rondar en algún momento los veinticuatro meses, según ella misma por su excesiva exigencia, pero que habría sido capaz de desflorarse de nuevo hasta con el mismísimo alcalde de Madrid sin ningún tipo de escrúpulo si se le hubiera puesto a tiro, porque eso le habría catapultado directamente al estrellato mediático. Pero el joven castor, que con sus dientes tala zonas verdes, le dio calabazas. Sus actividades extraescolares que le conectan con Gaia y con el barro, más allá de las redes sociales que también embarran, consisten en jugar al Alfanova algunos fines de semana por la tarde y hacer ceniceros para nadie, porque ni fuma ni recibe visitas. Los viajes son otra conocida forma de evacuación mental; en su caso son una obligación laboral realizada con gusto, pues el contacto con sus fans es directo y el ego se ve alimentado no sólo de manera virtual sino de forma directa, con cable, sin Wifi, vía intravenosa. Muchos de esos oyentes a los que previamente ha insultado “por ser unos plastas” quieren posar con ella y ella quiere posar con ellos, porque resulta descortés que una celebrity pase de su alimento, a no ser que sea anoréxica, y este definitivamente no es el caso. Sin embargo, aquí cabe recordar uno de los episodios más lamentables que yo viví desde la barrera: llegó el día de su cumpleaños número equis. Las felicitaciones de sus seguidores caían a chorro en Twitter como respuesta a la foto de rigor que tuve que compartir. Pues bien, no respondió a ninguno de sus oyentes, esos mismos que le dan de comer; ni un “me gusta” se llevaron. Pero hete aquí que apareció una felicitación de la mismísima Chenoa, que igual en algún momento de su vida coincidieron en un baño y punto. Pues bien, fue la única persona a la que se dignó a contestar. Además, con complicidad, con colegueo, con un muy lamentable “gracias Laurita” dejando claro que conoce su nombre, que se permite disminuirlo, que sabe quién es y que es lo suficientemente importante como para que una cantante de primer nivel, ejem, se dirija a ella y todos lo vean. Este detalle, sin duda, resume lo que es esta gente y cómo se comportan. Quiere ser parte, y de hecho se cree parte, de un estúpido famoseo en el que ella, no creo que lo sepa, no está incluida; no se cree parte, sin embargo, y no quiere tener nada que ver con el populacho que la felicita de manera sincera y que la mantiene en su puesto de trabajo. Y llegan las vacaciones y el único lugar al que ella viaja es de vuelta al útero materno. En años, no ha realizado ni un solo viaje al extranjero ni a la España interior ni a otras playas que no sean las que ya conoce, porque ”qué asco ir a pasar calor a las playas de Andalucía”. Pero la única verdad es que no viaja porque no tiene con quien irse, porque detrás de tanta postura lo único que hay es soledad. Y los yates que le gustaría ver tumbada desde la terraza más alta del Five Palm Jumeirah de Dubái con algún futbolista con el que decora su carpeta pública como si tuviera quince años, se reducen al 'Project 2024' de Amancio Ortega, que pasea postureo del de verdad, ría arriba ría abajo, luciendo campechanía, como aquel otro decrépito que sí se fue a los Emiratos porque tenía con quien y más importante, porque tenía porqué.

Esta es la realidad que se oculta tras la máscara virtual de ego y apariencias de los aduladores del yo, un narcisismo que encuentra en las redes sociales carta blanca para proyectar lo que no son, pero les gustaría. Lo que no les gusta reconocer a los narcisistas, pero es, es que son personas con un elevadísimo sentido de la importancia, personas que necesitan una incondicional admiración, llamar la atención constantemente, hacer que sus logros y talentos, o quizás falta de ellos, parezcan mucho más importantes de lo que en realidad son. Carecen de empatía, son arrogantes y soberbios, sufren envidias y, a su vez, piensan que los demás los envidian. Creen que merecen recibir un trato especial por parte de los demás, y se consideran tan especiales y únicos que en sus delirios piensan que sólo deben asociarse con personas del más alto nivel e incluso gozar de privilegios. El trastorno que sufren es diagnosticable, difícilmente tratable y normalmente va asociado a otras condiciones, ya que los problemas de personalidad se caracterizan en muchas ocasiones por su comorbilidad. Véase https://diario16plus.com/opinion/procusto-desencadenado_364745_102.html

Y así van por la vida, con unos pestíferos e insoportables aires de superioridad con los que se creen capacitados para recomendar restaurantes aunque carezcan de vida social; para valorar obras de teatro, películas y series a pesar de que dedican horas al día a engordar su incultura a base de telebasura y morralla para lerdos; para criticar un libro a la semana a pesar de que es inviable leer tanto si madrugas más que los panaderos, te acuestas a las mil por estar viendo la televisión y contando “me gustas” en el sofá, y encima tienes un churumbel que cuidar; o para dar consejos cosméticos o veterinarios sin tener ni pajolera idea de medicina y sin “rebajarse” a consultar siquiera con dos colegas que, casualmente, sí son veterinarios.

Un estudio llevado a cabo por el médico y sociólogo Nicholas Christakis, de la Universidad de Harvard, y el científico social especializado en redes sociales, James Fowler, de la Universidad de California, San Diego, el ánimo de las personas se ve condicionado y, ulteriormente, modificado por las publicaciones que ven en las redes sociales, ya que pueden provocar un efecto de “felicidad contagiosa”. Es decir, percibir la alegría y el bienestar de los demás nos anima a querer alcanzar ese estado. Al parecer, aunque sea mentira, ya que estos supuestos influencers alimentan normalmente a masas más influenciables si cabe, cosa realmente preocupante a nivel social. Según otro estudio que seguramente no existe, a muchas otras personas, entre las que me incluyo, el ver tanta mentira, falsedad y postureo nos genera asco y nos repele.

Para el narcisista su gobierno es la apariencia, la grandiosidad, el construir desde dentro hacia fuera en vez de la mirada interior. Y eso es un error. Al igual que las construcciones que comienzan desde el tejado terminan derrumbándose, construir mirando hacia fuera en lugar de hacia dentro, termina en ahogo.

Que se lo digan a Narciso, que cayó en el estanque y, oops, murió. Porque, aunque parezca lo contrario, su autoestima era demasiado frágil.

Lo + leído