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Naufragar entre sangre y arena

16 de Diciembre de 2022
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La selección española de fútbol se ha esfumado del mundial de la vergüenza incluso antes de que estallase un nuevo Qatargate. La “roja” naufragó sin tener siquiera el aliento de la música de Chanel para mitigar la amarga decepción. Pese a interpretar la canción mundialista de la selección, Chanel Terrero se significó y se negó a viajar a Qatar, como hicieron las estrellas mundiales Dua Lipa, Shakira y Rod Stewart, argumentando la evidente falta de respeto a los derechos humanos en el emirato. En el acto inaugural sólo participaron en el blanqueamiento el actor Morgan Freeman y el líder de la banda surcoreana BTS. La canción de esta fiesta del fútbol, Tukoh Taka, fue interpretada por Maluma relegada a un pequeño show en Doha el 19 de noviembre en el FIFA Fan Festival, mientras el cantante colombiano se ponía de perfil expresando que no se iba a involucrar en la posible vulneración de derechos humanos.  La misma posición que Luis Enrique. El combinado español se tuvo que conformar con el nivel artístico de Omar Montes, cuya rocambolesca huida del paraíso de los petrodólares puso la banda sonora perfecta para un esperpento deportivo mundial. Hablar del “amor libre” en su actuación de Qatar casi le sale caro al cantante reguetonero, que tuvo que esconderse y salir del país encapuchado. .

La nueva cepa de Qatargate que sale a la luz, después de infectar instituciones como la FIFA o el propio Gobierno de Francia de Sarkozy, se ceba con el Parlamento europeo. La vicepresidenta del Parlamento europeo, Eva Kaili, ha sido detenida con un millón y medio de euros, parte en bolsas de basura. La socialdemócrata griega obtenía ingresos opacos mientras defendía que Qatar estaba “a la cabeza” en materia de derechos laborales, ignorando la muerte de alrededor de 7.000 personas construyendo a contrarreloj las infraestructuras del mundial. Se han muerto trabajadores hasta en el propio desarrollo de la competición, como el guardia de seguridad que sufrió una caída en el estadio de Luisail durante el partido entre Holanda y Argentina.  El abogado de Kaili ha argumentado que su defendida seguía el plan trazado por Josep Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad desde 2019. Borrell promovió en 2021 la existencia de una delegación de la Unión Europea en Qatar, abierta finalmente en septiembre de este año para “reforzar la asociación estratégica con el Golfo”. Qatar ya era uno de los principales aliados de los Unión Europea en Oriente Próximo, y la situación de dependencia ha aumentado con la invasión de Rusia a Qatar, ya que el emirato es el tercer proveedor de gas licuado. Otro escándalo en una institución opaca, en la que se toman las decisiones a puerta cerrada y que maneja en Bruselas a más de 25.000 lobistas o grupos de presión empresarial.

El nuevo Qatargate también ha salpicado al semifinalista Marruecos. Medios italianos y belgas señalan en la trama a Pier Antonio Panzeri, eurodiputado entre 2.005 y 2.019, indicando que también habría mediado a favor de Rabat recibiendo dinero y regalos. El combinado marroquí puso su granito de arena en lo simbólico posando con la bandera palestina después de la eliminar a España en octavos. Un gesto de apoyo a un pueblo oprimido que les honra como grupo, pero complicado de entender con la situación similar que mantiene Marruecos con el Sáhara Occidental, desobedeciendo a la ONU desde 1.991 para efectuar un referéndum mientras España se quiere desentender de su responsabilidad histórica. Con Marruecos existe otro caso de permisividad de vulneración de los derechos humanos en una dictadura por intereses económicos y estratégicos, implicando a la Unión Europea y a Estados Unidos y la OTAN. No importa que el Consejo Nacional de Derechos Humanos indique que las quejas sobre derechos humanos en Marruecos subieron un 19% en 2021 mientras seamos socios, sea un tapón migratorio e incluso ayude a tapar muertes en Melilla.

 Los gestos simbólicos han sido bastante tibios en el mundial de Qatargate. La organización de la FIFA ha empleado la amenaza para cercenar cualquier atisbo de protesta. En un comunicado conjunto, Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Países Bajos y Suiza, anunciaron que sus capitanes no lucirán los brazaletes arcoíris en apoyo al colectivo LGTB por la amenaza de tarjeta.  Pese a eso, los futbolistas alemanes taparon sus bocas en protesta por la censura del brazalete arcoíris y Neuer sí llevó los colores del arcoíris en los tacos de las botas. Dinamarca anunció su marcha de la FIFA después de haberle prohibido el mensaje en su camiseta “Derechos humanos para todos”. Se puede abandonar una competición con la cabeza alta mientras o se puede llegar a una final como el capitán de Francia, con un Lloris pidiendo “respeto” a la falta de derechos al colectivo LGTBI como una “tradición”.

España no ha tenido la mínima intención de protestar por la violación de los derechos humanos. Tampoco se hizo el gesto antirracista de hincar la rodilla en ningún partido de la última Eurocopa, pese a jugar los jugadores negros Thiago y Adama Traoré. Al osado Luis Enrique que retaba a todo y a todos “no le suponía ningún problema jugar en Qatar” porque “ojalá la calidad de vida de todas las personas pueda ser mejorable en el mundo, pero ese no es mi trabajo”. El entrenador streamer tenía opinión de todo, pero no del país en el que jugaba su selección. No le supondría tampoco ningún problema a su exjefe, un Rubiales que pactó comisiones por llevarse la Supercopa a la dictadura de Arabia Saudita. En el palco, Felipe VI se ha encontrado solo blanqueando el estado autoritario qatarí, siendo el único representante real. Ni Reino Unido, ni Dinamarca ni Holanda han viajado. La reina Letizia le habría acompañado, pero tenía comprometido un acto oficial en Barcelona. La reina no tiene ningún problema con que se respeten o no los derechos humanos en Qatar ni reniega de los pendientes de 100.000 euros que le regaló el emir en su última visita a España. Un rey blanqueando en el palco y unos peones mudos en el césped.

 El desencanto con el resultado de la selección española ha evidenciado realmente el fin de ciclo deportivo y sentimental de la selección de futbol. Los ecos de la vuelta a la “furia” en el campo se unen a la desconexión con la “roja”, pese al intento de Luis Enrique de potenciar la identidad cromática, prescindiendo polémicamente del azul en los pantalones.  La “roja”, la denominación de la que se apropió y popularizó Luis Aragonés, ha sido uno de los pegamentos nacionales más potentes en el periodo de la democracia. El entrenador que cambió la dinámica perdedora de la selección también logró alterar la identificación de gran parte de los aficionados al fútbol con el combinado nacional. La roja era una denominación aglutinadora que limpiaba connotaciones de ultraderecha y rompía su apropiación de símbolos nacionales. Las victorias elevaron a la selección por encima de eternas rivalidades, como entre Real Madrid contra Barcelona, y propiciaron una pertenencia masiva pocas veces vista, incluso en sectores ultra independentistas. Se han difuminado los símbolos de la “roja” y el tiqui taca. Los jugones que tapaban con goles carencias estructurales nacionales, incluso en la crisis de 2008, se han extinguido sin ni siquiera defender principios universales como los derechos humanos. La salida del Mundial de arena ha sido una puerta trasera fría como la de Alemania, pero más indigna.

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