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La Navidad y sus tesoros sentimentales

20 de Diciembre de 2024
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La Navidad y sus tesoros sentimentales

Y con diciembre llega el frío y la Navidad. No nos hemos hecho con el 2024 cuando ya tenemos que despedirlo. He escrito mucho sobre ella porque es una época dulce que me lleva a la infancia. Son los niños los que llenan de alegría las calles y hogares con su ilusión de vivir unas fechas tan señaladas. Para los adultos, sin embargo, son días de melancolía y añoranza por los que ya no están, y por esa niñez perdida en el tiempo, alguien me dijo una vez que el romanticismo es trágico y, ciertamente, lo es. A título personal, considero una suerte tener recuerdos especiales llenos de color y calor humano, compadezco a los pobres de espíritu, a los que son incapaces de guardar en su corazón algún tesoro sentimental que te haga llorar o reír, ese que aflora viendo una película, leyendo un libro o visitando ciudades y sitios en los que se ha sido feliz. Y en Navidad mucho más. Pienso que la tristeza bien administrada es bella.   

Hace unos años publiqué una carta a mi árbol de Navidad en la que le explicaba su importancia en mi vida. Mi madre lo encendía con velas en Nochebuena. Santa depositaba los regalos antes de la cena. Los olores de los pasteles y toda la escenografía propia de estos días siempre estarán conmigo. Fuera de casa hacía frío, aunque no hubiera nieve. Las calles de la ciudad estaban desiertas, salvo el organillo portátil de un gitano con una cabra que rompía el silencio de la noche de Nochebuena. Creo haberla visto, lo mismo lo he soñado, por fortuna lo del animal haciendo equilibrios ya es cosa del pasado. O eso creo.

Recuerdo un capítulo de Los Budenbrook, de Thomas Mann, en el que describía cómo se celebraba la Nochebuena en su Lübeck natal. Me encantó leer que era parecida a la mía. Me gusta mi Navidad, la que he vivido y leído. Hay mucha literatura al respecto. Y alguna era crítica con el cambio que los nuevos tiempos traían en las costumbres. Chesterton, en artículos publicados entre 1894 y 1900, se quejaba de que esta comenzaba demasiado pronto. Decía que “las revistas sacan sus números de Navidad con tanta antelación, que es más probable que el lector se encuentre aun lamentando al pavo del año pasado, que salivando por el pavo venidero”. Por otra parte, Washington Irving en su Vieja Navidad (1820) se lamentaba de que “estas tradiciones (navideñas) van perdiendo día a día su vigor, siendo pertinazmente erosionadas por el tiempo, y más cruelmente aún por las modas actuales”. Dos siglos después la moda ha cambiado y mucho. El ruido, los bares y un espíritu navideño impostado predominan en cualquier ciudad española. Queridos autores, queridos Gilbert K. Chesterton y Washington Irving, no sabíais lo que estaba por llegar.

Cenas, comidas y gente, mucha gente con su correspondiente ruido abarrotan tiendas, bares y restaurantes. Aun así, a pesar de todo, reconozco que me gustan los rituales prenavideños, algo que cualquiera que me conozca sabe. Después todo va tan rápido que no te da tiempo ni a saborear los dulces. Me gusta decorar la casa y recrearme con el mes de diciembre. Música, comida, calefacción y buena lectura completan lo que representa para mí el escenario perfecto para el disfrute sereno y tranquilo de las fiestas, sin ruido ni masificación.

Por otro lado, en el exterior, las calles se iluminan, los árboles se engalanan con luces y motivos navideños, bolas, figuras y estrellas de los más variados colores encuentran acomodo en los abetos y escaparates. Las tiendas usan bonitos papeles, lazos y etiquetas personalizadas con los que envolver los regalos. Ni qué decir que no es tiempo de minimalismos, la decoración barroca asalta nuestros hogares y calles, ya llegará enero con su sobriedad y sus cuestas. Los espectáculos callejeros y los talleres infantiles toman las ciudades, al igual que los tradicionales mercadillos navideños con los dulces, vino, bisutería, figuras del belén y hasta peluches como protagonistas indiscutibles.

Es, sin lugar a dudas, la época de consumo más feroz de todo el año. Y la más lujosa. Las luces y el ambiente incentivan a salir a ver comercios y a comprar esos perfumes, complementos y ropa tantas veces publicitados en revistas y televisiones, por no hablar de los surtidos de chocolate, polvorones o mantecados ricamente envueltos que inundan los supermercados, al igual que el cava, champagne o el vino con el que brindaremos y expresaremos nuestra ilusión por el nuevo año. Carnes, mariscos o pescados completarán el menú de los hogares con motivo de la Navidad. Las comidas de empresa llenan los restaurantes, donde amigos y familiares también aprovechan para hacer realidad ese encuentro tantas veces pospuesto a lo largo del año.

Como hemos visto no hay límite para el gasto, más allá de la razón y de la economía de cada cual, de ahí que muchas familias durante estas fechas tengan que hacer un auténtico ejercicio de cordura para no perder el norte con las compras. Algunos no podrán adquirir nada. Ni llevar a los niños a espectáculos infantiles, aunque sean gratuitos, porque todo lo que hay alrededor es gasto. Esta es la cara y la cruz de la Navidad. No es tiempo de paz, porque no la hay ni la habrá nunca, pero sí de buenas intenciones. Brindemos por ellas porque de malos tragos está repleto el año.

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